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Vender el cuerpo. Un derecho que ha costado vidas

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Pie de Página

CIUDAD DE MÉXICO.- A una compañera la mataron en la cárcel. Le dieron de comer vidrio porque denunció a policías de Tlalpan. Luego mataron a otras dos. Eran de una cooperativa que se acababa de formar. De las cinco de la mesa directiva mataron a tres…

El relato es de Elvira Madrid Romero, directora de Brigada Callejera, una organización que lucha por la reivindicación de derechos básicos de las trabajadoras sexuales en la Ciudad de México.

“Nada ha sido gratis”, dice la activista. “Todo ha sido a partir de la lucha, que ha costado vidas, que ha costado encarcelamientos”.

Hace un recuento de sus “conquistas”: el reconocimiento como trabajo no asalariado (“en momentos donde era de mucha persecución y criminalización a las compañeras”), trabajar ocho horas, tener pensión, acceso a la salud, a la vivienda…

Sin embargo, sigue pendiente que se reconozca la explotación laboral. Porque, insiste, “no es lo mismo que digas: ‘soy prostituta’ a ‘soy trabajadora sexual’. Ya desde ahí empieza el respeto”.

El reconocimiento del trabajo sexual, dice una y otra vez la activista, es un paso necesario “para que su familia, la sociedad, vaya reconociendo que es un trabajo como cualquier otro”.

Reconocimiento Vs abolicionismo
En la ciudad de México, más de 15 mil personas viven del trabajo sexual. Para muchas de ellas, vender el cuerpo es la última opción de sobrevivencia.

Pero no sólo se trata de sobrevivir. En las últimas tres décadas, ellas han peleado duramente por ser reconocidas como trabajadoras. Es una batalla, sobre todo, por la dignidad, por salir del rincón del estigma que durante siglos las ha colocado en el basurero social.

Y no es fácil. El obstáculo más reciente para ese reconocimiento ha llegado de una parte de los movimientos feministas donde hace algunos años comenzó a permear la idea de que, para derribar el patriarcado, es necesario erradicar todas las prácticas que cosifiquen y violenten los cuerpos de las mujeres.

El abolicionismo promueve que los gobiernos penalicen la demanda. Y tiene un fuerte argumento en su favor: el crecimiento de formas criminales de explotación sexual, como la trata de personas. Desde esta perspectiva, reconocer el trabajo sexual es una forma de legitimar la explotación y la violencia de género.

Quienes trabajan en la defensa de los derechos de las trabajadoras sexuales, en cambio, insisten en no verse como víctimas, sino como mujeres que pueden valerse por sí mismas.

“Vivimos en una sociedad en la que la sexualidad nos la controlan”, dice Elvira Madrid.

Lo que tenemos que hacer para que esto vaya cambiando es ir educando a todas las mujeres para ser autónomas, para no depender de nadie económicamente, ni emocionalmente”.

Esa ha sido la razón de ser de la Brigada Callejera en apoyo a la mujer Elisa Martínez, que lleva ese nombre en honor a una trabajadora sexual con VIH a la que todos sus derechos le fueron violados.

“No la aceptaban en los hospitales y el medicamento en ese entonces estaba en 25 mil pesos mensuales”, cuenta.

Ahora, los retrovirales para las trabajadoras sexuales son gratis. Pero Elvira insiste:

Todas estas conquistas no han sido gratis, ni nos las han regalado. Han sido a partir de una lucha que ha costado vidas”.

La mirada de ellas
¿Y qué, de todo esto, aborda el periodismo?

En mayo de 2021, buscando nuevas formas de narrar temas complejos, el equipo de Pie de Página comenzó un experimento: en lugar de decidir, desde el área editorial, como abordar el tema del trabajo sexual, optamos por preguntarles a las involucradas.

Que fueran ellas quienes definieran qué es lo que puede ser de utilidad social.

Programamos entonces un encuentro con un grupo diverso y amplio de organizaciones que han trabajado muchos años por los derechos de las trabajadoras sexuales, tanto cis género (personas que se identifican con el género que les fue asignado) como transgénero.

De esa reunión surgieron seis historias que comenzamos a publicar este 14 de febrero.

Las primeras dos buscan sacarnos del lugar común de la calle y contar qué hace una trabajadora sexual cuando no trabaja. En este ejercicio, Yazmín nos cuenta su propia historia de maternidad solitaria y Lola narra cómo fue que el trabajo sexual se convirtió en la única salida para poder ser lo que es: una persona con una identidad de género no binaria.

Otras dos historias ponen la mirada en los hombres, que son la mayoría de los consumidores de servicios sexuales y sin embargo, poco sabemos de sus motivos. En estos trabajos intentamos abordar la relación de las trabajadoras sexuales con sus clientes y cuáles son los resortes que provocan el consumo.

Las últimas dos historias están centradas en dos temas que siguen abiertos: las diferencias que hay entre la trata y el trabajo sexual y lo que nos define como mujeres, lo “femenino” y la explotación del cuerpo.

Estos últimos dos temas fueron quizá los más difíciles de concretar y no pretenden ser una discusión acabada. Por el contrario, buscan abrir caminos para el entendimiento y la reflexión colectiva de un tema tabú: las putas del siglo 21.

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