- Vicente Quirarte destacó que en un país como el nuestro el libro es un artículo de primera necesidad
Diana Saavedra
Es necesario volver a los espacios y repoblarlos de manera inteligente y con dignidad, consideró Vicente Quirarte Castañeda, escritor, poeta e investigador del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, porque en la medida en la que se regresa a éstos se resignifica la existencia y la vida del propio lector.
“Creo que esta reclusión debe contribuir a hacernos más dignos del espacio y de los objetos que nos rodean. Desgraciadamente el olvido es muy humano, olvidamos muy pronto, pero debemos entender esta enorme lección que nos da la reclusión y la necesidad de ver nuestro espacio y de vernos a nosotros mismos”, destacó el miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM.
Quirarte Castañeda recordó también lo dicho en su momento por José Vasconcelos: el hecho de pertenecer a los libros, porque éstos no son nada si no tienen al lector que finalmente es el protagonista de esta aventura, y sin los lectores no existen los libros.
El autor de Merecer un libro (2016) y México, ciudad que es un país (2017), entre otros muchos textos, fue el encargado de cerrar el segundo ciclo internacional “Una cita con la Biblioteca Nacional de México: Historia de la lectura y del libro en la pospandemia. Reflexiones sobre un porvenir incierto”, organizado por el Instituto de Investigaciones Bibliográficas.
Durante la charla, el merecedor de la Gran Orden Victoria de la República (reconocimiento entregado por el Gobierno de México) destacó que en un país como el nuestro el libro es un artículo de primera necesidad. Es obligación no sólo fomentar la lectura, sino convencer al lector (la madre soltera o el trabajador) a dedicar media hora de lectura en voz alta, pues el público lector nace en casa y la lectura en voz alta en casa permite que el alumno tenga un mejor desempeño.
El exdirector de la Biblioteca Nacional de México añadió que la lectura y el libro son antídotos contra la depresión, el miedo, y sin su existencia no somos nada para el mundo. A partir de la mano impresa en una roca como evidencia del paso del hombre por la Tierra, la humanidad se ha empeñado en encontrar materiales y soportes que guarden los signos que en ellos reconocen; hasta ahora nadie ha demostrado que los soportes electrónicos tengan garantizada su existencia futura.
“En cambio, la odisea del papel ha resistido el paso de los siglos. Otros materiales han tenido en uso corriente una vida igualmente prolongada. El papiro, fabricado con una planta que crece a orillas del Nilo, fue utilizado prácticamente durante toda la historia de la antigüedad. Los griegos lo llamaron biblos, porque tal era el nombre de la ciudad fenicia desde la cual se importaba el artículo, y de ahí se deriva la palabra biblia, que significa el libro”, comentó.
Uso del papel
El libro impreso que transformó radicalmente el uso del papel tiene poco más de 500 años; sobre papel trazó Leonardo Da Vinci bocetos de máquinas voladoras; en un soporte semejante los escribas de este lado del mundo dieron noticia de naves, hombres y creaturas desconocidas, comentó.
Con el tiempo, agregó, su producción no ha variado mucho, y en nuestros días la industria fabrica al año aproximadamente 300 millones de toneladas de papel, aunque los defensores del libro electrónico argumentan que la nueva tecnología permitirá la proliferación de los bosques.
En defensa del libro y su permanencia es preciso aclarar que de los árboles talados en el mundo sólo 14 por ciento se destina a la industria papelera”, enfatizó Quirarte Castañeda. El papel, agregó, nos enfrenta desde las primeras letras a un diálogo callado y solitario con nosotros mismos: cuadriculado para las matemáticas, pautado para que las notas musicales se posen como aves; y de nuestra elección depende el uso que se dé al papel vacío, al utilizar esa invención que forma parte de nuestra vida.
“Nos urge regresar a nuestros espacios, que las cosas nos reconozcan y nosotros les demos identidad, no para poseerlas, sino para que nos otorguen sentido”, por lo que consideró un deber resistir y apoyar en lo que podamos al prójimo, llevar adelante la aventura vital que nos corresponde y encontrar los asideros que apuntalan cada uno de nuestros días para contribuir con nuestro trabajo y aventura en esta molécula que llamamos Tierra, finalizó.
Al hacer uso de la palabra, Pablo Mora Pérez-Tejada, director del IIB, felicitó a los organizadores y participantes en el ciclo, “pues vivimos con la pandemia, pero también con voces que nos dieron una visión de humanistas y grandes lectores, que reivindican al libro como objeto e instrumento prodigioso”.