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SOMOS MIGRACIÓN

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Por Edgar Ramírez Hernández

Hay fronteras geográficas pero las más difíciles de derribar son las fronteras mentales, las culturales que han formado imponentes muros con las piedras de la ignorancia y con el lodo de los prejuicios. Migrar es el Universo, la vida. Migra la Tierra, la noche, el día, el año; el Hombre mismo es migración, el mundo también. Migran los ríos, el mar, las nubes, los peces, la lluvia, el viento, las aves, las mariposas y los gatos intentando alcanzar la luna y las estrellas fugaces. Migra el pensamiento, la razón, las ideas, el conocimiento, las ideologías, las percepciones, la realidad misma. El amor, el dolor, los sentimientos, las emociones se desplazan entre territorios conocidos e ignotos. La sangre viaja del corazón a la cabeza y a los pies. Va y viene la palabra como olas estruendosas y suaves.
La vida migra a la muerte; somos movimiento de principio a fin y, sin embargo, nos espanta e incomoda la migración humana imaginada como una horda de miserables que invadirá nuestro espacio vital y arrasará con todo a su paso: con la tranquilidad, la seguridad, los bienes, el dinero, el trabajo y hay quienes tal vez piensen que hasta nos arrebatarán el oxígeno.
Quizá crean, influidos por la criminalización que los medios hacen de ellos, que los miles de centroamericanos que llegaron a nuestra frontera son la escoria de su sociedad y malvados por naturaleza; pero en realidad quienes vienen en la caravana son hombres y mujeres que están escapando de una vida de pobreza y violencia que es ya insoportable y sueñan con tener un futuro menos miserable e inhumano. ¿Por ser extranjeros y víctimas de un despiadado sistema político y económico neoliberal, merecen ser condenados de por vida a seguir padeciendo ominosas privaciones?
Quizá los más furibundos antinmigrantes no entienden que esos niños y niñas que vienen caminando desde Honduras nunca han tenido el alimento seguro, una escuela digna donde educarse y un hospital público donde curar su enfermedad; quizá no comprendan que los padres lo único que anhelan es que sus hijos no sigan pasando hambre, poder llevarlos al parque, comprarle algún juguete, y que puedan dormir en una habitación confortable y cantarles una canción o leerles un cuento.
¿A qué se le teme? ¿A perder lo poco que tenemos? ¿A la diferencia, al color? ¿Nos molesta su pobreza o que nos hagan aflorar nuestra miseria humana?
Derrumbemos nuestros muros mentales y veámoslos con un sentido fraterno, conscientes de vivir en un país que cada año expulsa a miles de hombres y mujeres que también buscan una vida mejor en Estados Unidos.
No ayudemos desde acá a Donald Trump a construir muros. Migremos de los prejuicios y la xenofobia, a la solidaridad y al gesto humanitario. Nos matará mucho egoísmo y nos hará mejores personas.

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