Sobre Manuel Bartlett
ÉDGAR HERNÁNDEZ RAMÍREZ
No nos hagamos bolas, no nos enredemos, no patinemos. Manuel Bartlett no es un santo, ni es el diablo. Es un político astuto que parió el viejo PRI y que sobrevivió a los priistas neoliberales; es un político pragmático que subsistió a la alternancia panista y se subió al barco de la transición, de la llamada cuarta transformación de México. Su pasada pertenencia al régimen autoritario lo condena; le lavan la cara su subrepticio decantamiento progresista y sus posturas nacionalistas.
Su postulación como próximo director de la Comisión Federal de Electricidad resultó polémica. Justa es la inconformidad de los agraviados por la represión contra los opositores y el fraude electoral de los ochenta, pero no la de aquellos que critican la decisión –por encargo o mezquindad– para atacar desaforadamente a Andrés Manuel López Obrador. Si lo designó a ese puesto es porque es hombre de toda su confianza y porque lo cree, por su conocimiento y firmeza, el más idóneo para desmantelar las redes de corrupción que se han apoderado de esa empresa estatal para depredar sus recursos. Bartlett quizá sea un político oscuro, temible por su formación en las cavernas del viejo sistema político, pero necesario para combatir con mano dura a verdaderas mafias de cuello blanco vinculadas a grupos de poder.
Y no hay que sobredimensionar el asunto, lo que se le da a Bartlett es la Dirección General de la CFE, no la Secretaría de Gobernación ni la Secretaría de Seguridad. Se le va a evaluar por su eficacia en limpiarla de corruptos y en hacerla eficiente y competitiva. Luego sabremos si López Obrador se equivocó o no.