Eme Equis
Una casa en Iztapalapa, donde se fabrican con látex máscaras de monstruos y asesinos, esconde un caso de trata de personas en su modalidad de explotación laboral. Un video en redes sociales desata un operativo de la Fiscalía de la CDMX para rescatar a dos menores.
Un taller clandestino en la colonia Sifón, en la alcaldía Iztapalapa, operó durante años como una casa de terror de la vida real.
Cada septiembre y octubre, en la azotea de ese inmueble a medio construir, el dueño de la casa colgaba cabezas de látex mutiladas, quemadas, deformadas a navajazos o martillazos. También exhibía con orgullo las máscaras de los criminales y monstruos más infames que ha producido el cine de terror hollywoodense. Y, a pesar de la exhibición de sangre que podían ver los vecinos desde la calle, lo realmente tenebroso sucedía a escondidas en el primer piso.
Resguardado por paredes de tabique gris, V. N. tenía atrapados a dos adolescentes que trabajaban para él en su estudio de máscaras de látex, en condiciones similares a las que sufren los esclavos modernos: trabajan de amanecer a anochecer, con una comida al día, poca agua y en condiciones insalubres y peligrosas.
El taller clandestino operaba desde hace varios años a la vista de todos. Cada vez que se acercaban las festividades del Día de Muertos, los vecinos sabían que V. N. se dedicaba a crear terroríficas máscaras de personas torturadas con la ayuda de dos sobrinos.
Lo que nadie sabía es que M., de 13 años., y J., de 17, trabajaban con su tío con miedo y por necesidad. Que cada año su madre los sacaba de la casa familiar en la sierra de Puebla y los enviaba al oriente de la Ciudad de México para generar un ingreso. Que cuando los dos hermanos entraban a ese taller, el dolor que plasmaban en las máscaras se parecía mucho a los gestos de dolor que hacían en la vida real.
Por años, la casa del terror de la colonia Sifón fue un secreto. Hasta que un video de apenas 86 segundos publicado en redes sociales abrió el cajón de los secretos y ventiló lo que ahí sucedía.
NO DESVÍES LA MIRADA
Unos gritos agudos y sostenidos resonaron en septiembre del año pasado por la colonia Sifón, cerca de las casas que están a unos pasos de la Estación Aculco de la Línea 8 del Metro.
Al principio, los vecinos creyeron que se trataba de un niño que estaba jugando. Por ser gritos que solían escucharse desde esa casa, nadie puso mucha atención, excepto una mujer, quien se asomó a la ventana para escuchar mejor las palabras que del taller de máscaras de látex. Cuando se dio cuenta de lo que sucedía, comenzó a grabar con su teléfono.
“¡Me están lastimando! ¡Ayuda, me están lastimando!”, gritaba desesperadamente un niño en la azotea detrás de una media barda que le tapaba el cuerpo. Sólo se veían sus pies agitándose para tratar de defenderse de alguien que lo aterrorizaba.
“¡Ayuda, por favor! ¡Yaaaa!”, suplicaba, mientras un perro ladraba y la sombra de un adulto se movía debajo de las máscaras de Halloween que colgaban de un cordón.
La vecina no dejó de grabar. Con el pulso trémulo registró los gritos destemplados y cómo intervino a favor del niño –“¡Oiga señor, lo voy a denunciar. Más vale que deje a ese niño! ¡Más vale!”– y la amenaza de hablar a la policía.
El video terminó tras un minuto 26 segundos, pero la historia se alargaría hasta el próximo Día de Muertos, es decir, hasta este 2021, con un inesperado final.
EL OPERATIVO
La mujer que grabó el video actuó inmediatamente. Apenas se alejó de la ventana llamó al Servicio de Denuncia Anónima 089 y reportó lo que había escuchado, visto y registrado en su teléfono.
Enseguida, compartió la grabación en un chat entre vecinos de la colonia Sifón que se habían organizado meses antes para combatir a los ladrones de casas y vehículos en su barrio. En minutos, el video generó tanta indignación que se compartió por varios chats de otras colonias en Iztapalapa y llegó a numerosos grupos de Facebook. Furiosos, los más cercanos a la casa taller acudieron para averiguar qué era lo que había pasado.
Cuando V. N. les abrió la puerta, ya tenía una coartada planeada. Aseguró que todo se trató de una broma que se salió de control: según él, M., su sobrino menor, había pérdido una apuesta por un partido de futbol y se negaba a pagarla rapándose. Cuando su hermano y primo mayor quisieron obligarlo, M. comenzó a gritar. Cosas de niños, dijo, para apaciguar a los vecinos.
Pero nadie creyó esa historia. Algo no sonaba bien. Así que, además de acudir al 089 y a las redes sociales, alguno de los vecinos inició una queja ante el DIF capitalino que terminaría en una investigación a cargo de la Fiscalía de Investigación de los Delitos en Materia de Trata de Personas .
Al día siguiente, agentes de la Policía de Investigación acudieron a la casa taller. La forma más rápida de entrar era sorprendiendo al tío o a su hijo en flagrancia. Dependían de que se escucharan, otra vez, los gritos de algún niño para tener la justificación legal necesaria para reventar la puerta, pero sólo hubo silencio. Las luces se mantuvieron apagadas.
Eso dejaba a los agentes con una sola opción: hablar con cada vecino disponible hasta juntar tantos testimonios incriminatorios y presentarlos a un juez con la esperanza de que les otorgara una orden de cateo para rescatar a los menores.
Cada entrevista sorprendía más a los policías de investigación: muchos vecinos vieron durante semanas como los dos adolescentes trabajaban desde la mañana y hasta el anochecer, no interrumpían sus labores para ir a la escuela o descansar y era común escuchar cómo su tío los insultaba llamándolos “perros” y cintarazos que parecían estrellarse en la piel.
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Aquello bastó para el juez. Apenas aprobó la orden de cateo, los agentes de la Policía de Investigación viajaron a Iztapalapa e irrumpieron en la casa taller. La planta baja era una bodega insalubre con químicos sin tapar y que picaban la nariz; el primer piso tenía tres habitaciones sucias con colchones raídos y una cocina inmunda; la azotea servía para secar las máscaras que estaban por venderse en mercados y puestos en la vía pública.
Ahí encontraron al hijo del dueño, quien fue detenido de inmediato. También hallaron a M. y J., quienes al ver entrar a la policía lloraron de alivio al saberse rescatados.
Sólo faltaba alguien: V. N., el dueño, quien había escapado con la convicción de que sólo era cuestión de horas para que la policía fuera detrás de él.
EXPLOTACIÓN LABORAL
El caso de judicializó en la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México, primero, como maltrato y violencia familiar, pero los hallazgos del cateo exhibieron que la historia era mucho más oscura.
M. y J. narraron que trabajaban sin descanso de lunes a domingo, que no contaban con guantes, gafas o ropa de protección para evitar aspirar gases tóxicos o quemarse la piel con el látex hirviendo, que su tío a veces no les pagaba, que era común que sólo hicieran una comida al día –casi siempre una sopa instantánea– y que si protestaban los golpeaba hasta que perdía el aliento.
Los adolescentes hacían todo el trabajo duro: flexibilizar el látex, crear moldes, hacer las máscaras, pintar, coser el peluche del cabello, secarlo, darle los toques finales… mientras que su tío y primo vendían y se quedaban con la mayoría de las ganancias.
“Esto no eran dos adolescentes ayudando en el negocio familiar, como sucede en muchas partes del país. Esto era explotación laboral”, cuenta la activista contra la trata de personas Rosi Orozco, quien durante un año se mantuvo cerca del caso. “Los niños no iban a la escuela, se privilegiaba el ingreso económico sobre la salud de los menores, estaban malnutridos y trabajan en condiciones peligrosas para su salud. El artículo 22 de la ley general antitrata es muy claro: se castiga la amenaza de fuerza en el trabajo”.
El INEGI calcula que 3.3 millones de niños están en situación de trabajo infantil en México, un número récord que dejó la pandemia. Pero esto era distinto: el tío había cruzado la línea de ser patrón y se había convertido en tratante de personas contra sus propios sobrinos.
Se trata de un fenómeno sin cifras por tratarse de un mercado negro, pero Naciones Unidas calcula que por cada niña y niño explotado laboralmente hay 20 más que siguen atrapados en redes familiares, vecinales, empresariales o criminales, especialmente en los últimos tres meses de cada año, cuando las festividades orillan a negocios a contratar mano de obra eventual y casi esclava para abastecer el hiperconsumo de noviembre y diciembre.
“Dos cosas fueron muy importantes: que las autoridades de la Ciudad de México no se enfocaron sólo en la trata sexual, sino en otras injusticias que suceden y que desgraciadamente tenemos muy normalizadas.
“Segundo, que hubo vecinos sensibles y responsables que escucharon los gritos, la tortura, y no fueron indiferentes. Gracias a esa denuncia y a la actuación de las autoridades, es que lograron que el caso no quedara en la impunidad”.
LA CAÍDA DE LA CASA DEL TERROR
Tras el arresto del primo, y el rescate de M. y J., lo que faltaba era atrapar a V. N., lo cual no sería fácil. Podía estar en cualquier parte del país con recursos económicos que podrían darle el lujo de esperar pacientemente a que la fiscalía capitalina perdiera interés en el caso.
Mientras lo rastreaban, inició un proceso de recuperación física y mental para los dos adolescentes. Meses de terapia para que comprendieran lo que les sucedió y entender que nada había sido su culpa; que ambos habían hecho algo a lo que tenían derecho –mejorar su calidad de vida– y que su primo y su tío V. N. habían cometido un delito.
Hoy, M. tiene 14 años y J. ya es mayor de edad. El trabajo psicológico parece que ha rendido frutos: sus personalidades cohibidas y hoscas han cedido a una confianza renovada en sí mismos y a carcajadas que suenan más fuerte que cualquier grito de auxilio.
Y este miércoles 27 de octubre su carpeta de investigación ha sumado una gran noticia: después de meses de tercos rastreos, la Policía de Investigación localizó en la sierra de Puebla a V. N., quien ya fue detenido y enfrentará, junto a su hijo, un juicio por trata de personas en la modalidad de explotación laboral.
Mientras la sentencia aguarda, el taller clandestino de la colonia Sifón está cerrado y con la promesa de que nunca abrirá. La casa de terror de la vida real cayó junto con sus dueños.