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Melisa Parra tiene 23 años y a los 16 tuvo a su hija Allíson, pero si le preguntan cuál sería una edad adecuada para un embarazo, ella contesta que a los 25 años.
Melisa es consciente que entre la niñez y adolescencia experimentó un proceso que no le tocaba vivir. Por ello, si pudiera regresar el tiempo, retrasaría su embarazo.
“Para todos fue como sorpresa porque yo no estaba en edad para tener a mi bebé, pero a final de cuentas me apoyaron. Seguía estudiando, Contaduría en el Conalep, y tuve que dejar la escuela. La verdad es que yo no sentía que fuera algo muy normal y no quería que me vieran.”
Melisa es el retrato de una situación que impacta día con día a cerca de mil niñas y adolescentes en México. Un problema de salud pública con consecuencias graves para la población en general.
El embarazo temprano involuntario desencadena daños individuales, sociales e intergeneracionales. Aunque la responsabilidad primordial para atenderlo recae en el Estado.
La Doctora Vanessa Arvizu dice que la deserción escolar es una reacción casi inmediata que impacta el plano individual y social.
Por ejemplo, el informe sobre Embarazo Temprano en México, del cual es autora, las madres adolescentes tuvieron tres veces menos oportunidades de tener un título universitario en comparación con otras madres.
“Son chicas, que es muy probable –no en todas ocurre- pero sí es muy probable que también tengan un trayectoria laboral trunca. Es decir no más allá de lo que ellas aspiraban, porque la maternidad al ser un evento muy demandante y con mucha carga social y de género pues también las engarza a esas responsabilidades”.
Derivado de las pocas oportunidades a las que acceden, el panorama a futuro de las madres adolescentes y sus hijas e hijos se complica. Melisa y Rosa, joven de 25 años y mamá de una niña de ocho, lo confirman.
Ambas abandonaron los estudios, asumieron gastos de un hogar propio y han encontrado trabajos precarios. Meli realiza ocasionalmente labores del hogar para otras personas y Rosa atiende una tienda de maquillaje.
Pero las dos apuntan que hubieran deseado tener mayor preparación académica para acceder a mejores empleos, en beneficio de la calidad de vida de sus hijas.
En la mente de una mamá adolescente
Cuando tenía 16 años, a Rosa sólo le preocupaba no subir de peso, ganar con su equipo de fútbol, el partido de la semana o divertirse con sus amigas en la feria. Eso cambió cuando descubrió que estaba embarazada.
Entonces, se volvió más importante llegar a un acuerdo con el novio, y conseguir dinero para los ultrasonidos y pañales.
Aunque sí consideró la opción de no tener a la bebé, luego de recibir apoyo de su familia, decidió continuar con el embarazo aún y cuando jamás había imaginado esa vida para sí misma.
“Era un miedo de que ‘qué voy a hacer tan chica y con un bebé’, ‘¿cómo lo voy a cuidar?’ O sea, no estaba preparada para ser mamá. De hecho, no me lo imaginaba. No me veía como mamá. Yo creo que porque viví una infancia en la que tenía que cuidar a mis hermanitos y sentí siempre que eso no me tocaba a mí”.
Eréndira Niño Calixto, encargada del Programa de Sexualidad Humana de la Facultad de Psicología de la UNAM, valora que muchas jóvenes deciden continuar con la gestación porque idealizan la maternidad y confían en que la misma va a resolver otros problemas a su alrededor.
Además, de que han crecido en una sociedad con prejuicios de género que les recuerda, que tarde o temprano, su destino es ser madres.
La historia de Érika Morales es similar, quien también se embarazó a sus 16 años. Cuando aún cursaba la prepa se fue a vivir con un hombre diez años mayor que ella. Pero asegura que utilizó esa relación para huir del abandono que sentía en su casa.
Sin embargo, considera que su vida habría sido otra de haber tenido información sobre los métodos anticonceptivos.
“La verdad es que eso fue así como salida, escape de la casa donde vivíamos. Yo así lo tomo. Mi primera relación fue un escape, porque en sí enamorada no estaba. Simplemente dije ‘ya es tarde y si llego me van a decir, me van a correr, me van a golpear. Mejor ya no llego’. No fue ni por amor o porque yo dijera ‘ya me quiero juntar con él, es el amor de mi vida, vamos a hacer planes, yo quiero vivir contigo’. No, no fue así.”
Sin haber pasado un mes de la mudanza, Érika tuvo la noticia de que estaba esperando un bebé y así, asumió que debía quedarse con un hombre al que no quería y que realmente no la apoyaba.
Su vida, expresa, habría sido otra de haber tenido información sobre los métodos anticonceptivos.
Salud y educación sexual: pilares para combatir el problema
La Maestra Calixto insiste en que el tema de la salud sexual y reproductiva, blanco de tabúes y censura a largo y ancho del país. Toma especial relevancia al momento de intentar prevenir el embarazo adolescente y en la niñez; pero recalca que esta clase de educación debe llegar a todas las capas de la sociedad.
“Falta ese diagnóstico cualitativo para conocer los sentimientos y pensares alrededor de las mujeres, del embarazo, de la maternidad e inclusive de los vínculos en una relación de pareja. Lo que implica el respeto e incorporación de los derechos sexuales y reproductivos de las y los jóvenes. Pero sobre todo la educación integral de la sexualidad a todos los niveles. Empezando por la capacitación de todo el personal médico, educativo, legal y de todos los que estamos alrededor de la problemática”.
Sin la atención necesaria para educar a padres, docentes y población en general es muy complicado revertir este efecto.
Arvizu, posdoctorante en la Red de Estudios sobre Desigualdades de El Colegio de México, añade que las condiciones de un embarazo adolescente varían según la región, la comunidad y hasta las normas sociales. no obstante, alerta que factores como la pobreza o vulnerabilidad han sido detectados como una constante.
“Estos embarazos involuntarios en la adolescencia tienen una relación muy estrecha con las desigualdades sociales y con la violencia de género. Por ejemplo, unos de los datos que nosotras encontrábamos es que los embarazos en la adolescencia son 1.6 veces más frecuentes entre las adolescentes indígenas. Las que no lo son 1.7 más frecuentes en zonas rurales que en las grandes ciudades y 5.1 veces más frecuente entre mujeres más pobres con respecto a las más ricas. Entonces, ya hay desigualdades sociales que se fueron entramando durante la biografía y aún se suma este estigma de devaluar a las mujeres sólo por el hecho de haber sido madres”.
Además, añade que a eso se suman estigmas y señalamientos que marcan la biografía de las madres adolescentes. Es decir, no sólo cargan con una responsabilidad para la que cognitivamente no están listas, sino que deben aprender a lidiar con los prejuicios y la vergüenza construida entorno a ellas.
Estrategias para la prevención
Entre 2020 y 2021, el Consejo Nacional de Población en México estimó un aumento de 30% en los embarazos adolescentes no planeados, es decir, en el primer año de pandemia.
Las razones son varias, pero pueden enlistarse el encierro de menores de edad con sus agresores, la suspensión de atención en las Unidades de Medicina Familiar, las clases a distancia y el impedimento para que las niñas y adolescentes salieran a conseguir anticonceptivos.
Sin embargo, estos 29 mil nacimientos adicionales, deben sacudir a las autoridades para seguir aplicando y reforzar la Estrategia Nacional para la Prevención del Embarazo en Adolescentes (Enapea).
Para Arvizu la estrategia en general es buena, completa e integra con enfoque de derechos humanos indispensable. Pero el principal problema es que hay carencias en su aplicación. En el informe “Embarazo temprano en México” revela junto a sus colegas que cada estado aplica el programa según sus condiciones y ello impide que baje a las comunidades tal y como fue planeado.
“A veces, en esta parte de la coordinación entre Gobierno federal, entre Gobiernos sub nacionales. Todavía más, en los Gobiernos municipales es donde se pierde o donde no hay comunicación muy certera de qué hacer; o hay mucha disparidad entre recursos, posibilidades, toma de decisiones, etcétera. Entonces, es cierto, una parte de este problema público recae en el Estado y los distintos niveles de Gobierno. Sin embargo, lo que nosotros proponíamos es que se trata de un problema donde también la sociedad tiene injerencia: ya sea desde las escuelas o familias.”
Sin embargo, la disposición de revisar los resultados e incorporar cambios, así como la atención a comunidades específicas como las afromexicanas e indígenas, puede empujar a México un poco más hacia las metas del 2030 y cumplir con las expectativas de mujeres como Rosa, Meli y Érika, quienes desean un futuro en el que sus hijas no repitan la historia.