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Valencia, España – Treinta minutos antes de soplar las velas de su cumpleaños número 15, Natalia López ojea su libro de nacimiento en el salón de la casa… o en lo que queda de ella. Vive con sus padres en una planta baja en Alfafar (Valencia), uno de los lugares más afectados por la peor gota fría o DANA del siglo en España, que deja más de 200 muertos y una cifra de desaparecidos incierta.
La madre de Natalia, Irina Bravo (40 años), no ha querido que la DANA opaque una fecha tan importante, así que le ha pedido a su hermano Álex que le traiga una tarta desde Valencia: “Quiero que por lo menos hoy mi hija tenga una hora de paz”.
Ya habrá tiempo para la indignación, que la hay, y por doquier.
«Es una vergüenza que después de cinco días no haya venido ninguno de los cuerpos oficiales del Estado. Esto es inhumano”, protestaba Irina este sábado. Los testimonios de vecinos inconformes, cuando no furiosos, con la Administración brotan en cada esquina de la zona cero del desastre. Se declaran desatendidos por el Gobierno y aseguran que la única ayuda y comida que han recibido ha venido de manos de civiles voluntarios.
“Los tres primeros días ha sido la gente la que ha sacado las castañas del fuego. La gente es la que ha limpiado el barro de las calles para poder acceder”, comenta Eloy Idala, de 41 años, sentado en una lavadora enterrada por el fango en plena vía pública. Por estos días hay una frase que se escucha como un mantra en Valencia: “Solo el pueblo salva al pueblo”.
“Me da rabia que salga en la tele que no hace falta ayuda, que está todo organizado. Es mentira, no ha venido nadie a ponerse en contacto con nosotros. No queremos ayudas, queremos que recojan a la gente muerta de la calle”, ha lanzado Irina desde el cuarto donde amontona los enseres que pudo rescatar de la riada.
El nivel que alcanzó el agua en el interior de su casa se puede inferir de la línea marrón que atraviesa las paredes del hogar más arriba de la rodilla como una cicatriz de la tragedia. “Fue como la película de lo Imposible: en minutos el agua pasó de correr por el suelo a llegar casi al primer piso”.
Ya afuera del inmueble, Irina comenta: “Esta es mi casa”, apuntando a una montaña de muebles, hierros, ropa y electrodomésticos tirados junto a la entrada principal del edificio y carcomidos por el barro. Un día más tarde, esa “casa” sería recogida con la pala de un buldócer.
El domingo 3 de noviembre, el Estado se ha sentido en Alfafar con unidades de la Unidad Militar de Emergencias y con grupos de bomberos, que han ayudado a remover autos y limpiar las calles. Pero ya era tarde para evitar la indignación.
“La ayuda llega cinco días tarde”, se queja el alcalde de la localidad, Juan Ramón Adsuara.
A pocos menos de tres kilómetros de allí, los reyes de España, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón, eran abucheados y agredidos en Paiporta, el punto más mortal de la catástrofe, bajo el grito de “asesinos”. Sánchez tuvo que abandonar el lugar, cojeando, tras recibir un golpe. La Policía investiga si hubo agitadores y organizadores del ataque.
Solidaridad de a pie
Seis días después de la DANA, el sinfín de automóviles estrellados, apilados o clavados en el lodo son la cara más apocalíptica del panorama. Los hay por todos lados y en los lugares más insospechados: en la segunda planta de una casa, en el campo de fútbol de una escuela, en las ramas de un olivar o en los márgenes de las carreteras.
El barro se ha convertido en un caldo insalubre y pestilente. Se ha mezclado con los aceites de los vehículos, provocando charcos ennegrecidos y viscosos. Basura, heces y orines también subyacen bajo el fango, lo que hace de una simple cortada una herida potencialmente peligrosa. El sábado 2 de noviembre, 19 voluntarios fueron hospitalizados por inhalación de monóxido de carbono, mientras limpiaban un garaje en el municipio de Chiva.
Sin embargo, nada detiene a los cientos de civiles que se ven por toda la ciudad de Valencia, caminando con palas, escobas, carros de la compra y bolsas con enseres rumbo a las zonas anegadas. Como el Gobierno ha impedido el tránsito vehicular a particulares, deben andar kilómetros hasta llegar a las zonas afectadas. Poco parece importarles.
Javier Gutiérrez, de 28 años, viajó casi 500 kilómetros, desde Santander hasta Alfafar, para ayudar a un amigo a limpiar la casa. Aunque la arreglaron en un día, terminó quedándose dos días más para echar una mano al resto de los afectados.
La dupla de voluntarios compuesta por Jesús López, de 29 años, y Jesús Carreño (28) llegaron desde Alicante.
“Sentimos que sí se necesitaba gente por mucho que dijesen que no viniesen voluntarios. Y cuando llegamos a la zona, pues solo había voluntarios», afirma López.
Esa ausencia del Estado hace sentir “triste” a Carreño: “Da la sensación de que los han dejado un poco abandonados”, remata.
Ambos estaban trabajando achicando el agua de un garaje en la tarde de este domingo, cuando Policía emitió un nuevo aviso por lluvias, solicitando a todo el mundo irse a las casas.
Las ONG también llegaron al epicentro de la DANA desde todos los puntos de España para ofrecer enseres y brazos para limpiar el desastre.
La Fundación Madrina viajó desde Madrid hasta Alfafar con un convoy de enseres y una docena de voluntarios, quienes comenzaron a repartir comida y a limpiar las casas de los vecinos más vulnerables.
Conrado Giménez Agrela, presidente de la entidad, ha remarcado la vulnerabilidad de esta población. “He visto que están abandonados. Las administraciones públicas están usando los muertos para gestionar votos. No vi al Ejército ni al Gobierno hasta que llegó el rey”, ha zanjado este voluntario de 60 años.
Ante la marea de solidaridad, la Comunidad de Valencia habilitó desde el sábado la Ciudad de las Artes y las Ciencias como punto de coordinación para los ciudadanos que quieran ayudar a los damnificados. Unas 100.000 personas se han apuntado, según la Plataforma de Voluntariado de la Comunitat Valenciana, algunos de ellos llegaron a primera hora de la mañana, dejando una postal para el recuerdo en uno de los puntos más reconocibles de la ciudad.
Los 50 autobuses que estaban previstos para trasladar a los voluntarios tuvieron que convertirse en 90, aunque la gestión de los civiles provocó malestar. Hubo una sensación de caos y, finalmente, miles de personas no pudieron ayudar porque la plataforma les dijo que no eran necesarios. Otras personas que sí lograron subirse a un autobús volvieron a Valencia sin haberse bajado de él, ya que no se les permitió bajar en ninguna de las zonas afectadas debido a errores logísticos.
Pugna de Administraciones
La tragedia en Valencia motivó un equilibrio forzoso entre dos Gobiernos antagónicos: el de la Comunidad Valenciana, en manos del conservador Partido Popular, y el Ejecutivo central, que lidera el izquierdista PSOE. Inicialmente, la cooperación parecía fluir, pero el tiempo y el malestar de la gente ha acentuado las diferencias.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha optado por no decretar el estado de alarma, aun cuando este sábado admitió que “la respuesta que se está dando no es suficiente”. El estado de alarma le permitiría a Sánchez centralizar la respuesta a la tragedia y ponerse al mando de la situación. Actualmente, es el Gobierno autonómico el que coordina la respuesta y el Ejecutivo central solo actúa a petición. “Si hacen falta más recursos, que los pida”, dijo el líder socialista en una rueda de prensa, un día antes de ser atacado en Paiporta, la zona cero de la tragedia.
La decisión del presidente del Gobierno —o la falta de ella— ha dado munición a la oposición tanto de derecha como de izquierda. El líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, le recriminó a Sánchez en X que “en una emergencia nacional ningún gobierno espera, sino que actúa”.
En la misma línea, Ione Belarra, secretaria general de Podemos —exsocio de Gobierno—, no duda de que “el estado de alarma está para estos casos” y arremete: “Un presidente del Gobierno creo que ni puede, ni debe hacer una declaración así, dando la impresión de que no puede hacer nada más que lo que pida una comunidad autónoma. Es hora de poner todos los recursos estatales y europeos al servicio de Valencia”.
Los 15 de Natalia no resultaron como había planeado por meses. No hubo restaurante ni fiesta, pero sí un momento de unión alrededor de la tarta que le permitió a la familia tomarse un descanso de la tragedia.
“Fue un cumpleaños raro, pero lo vi como un descanso para desconectar de todo lo que está pasando”, ha dicho la menor, que en medio de todo agradece “la oportunidad de celebrarlo viva y sana”.
Irina, la madre, narra que “lo único que quería era que Natalia soplara las velas”. “Por media nos olvidamos de todo esto”, confiesa un día después de la celebración, ya de regreso en las labores de limpieza.
El padre de la familia, Natalio López (50 años), también necesitaba un descanso:
“Estoy derrotado, esto es una tragedia muy grande. No me quiero derrumbar enfrente de la familia, pero por las noches me meto en el baño y me pongo a llorar”.
Este domingo, Natalia y su amiga Daniela, también de 15 años, escribían mensajes de agradecimiento a los voluntarios sobre lo que quedaba del mobiliario. Con el barro de la catástrofe como tinta y el dedo como pincel rayaron frases como “el parque Alcosa saldrá de esta gracias a los voluntarios y a la gente que ayuda a limpiar y a recoger desinteresadamente”.
Si es verdad que solo el pueblo salva al pueblo, en Alfafar lo que sobra son héroes.