En 2016, las autoridades hicieron el mayor decomiso de cocaína en la historia de Reino Unido. Fue encontrada en Escocia tras una operación internacional y pesaba 3,2 toneladas.
El valor calculado de esa cantidad de droga vendida en la calle era de US$720 millones.
Sin duda, buenas noticias para el gobierno.
«Pues sí, pero en realidad no tanto en términos de PIB», señala Jonathon Athow, el Estadista Nacional Adjunto en la Oficina de Estadísticas Nacionales de Reino Unido.
«Porque, curiosamente, el tráfico de drogas está incluido en la medida de producción económica, que llamamos Producto Interno Bruto (PIB)».
Efectivamente, y Reino Unido no es el único país que lo hace… pero ¿por qué?
«El PIB está diseñado para ser internacionalmente comparable y en algunos países ciertas drogas son legales. Para evitar que haya una distorsión entre los países donde es legal y donde es ilegal, contamos drogas que son ilegales».
«El PIB no distingue entre la buena actividad económica y la mala actividad económica», comenta David Pilling, editor asociado del diario económico británico Financial Times.
Producir, por ejemplo, algo que salve la vida de niños cuenta tanto como la producción de balas para armas que los matan.
Esa es apenas una de las peculiaridades del PIB, una de las medidas de valor más conocidas y usadas de la Economía, que sin embargo tiene muchos detractores.
El principio de la medida y del debate
El PIB totaliza la producción de los bienes y los servicios de un país en un cierto periodo y se toma como indicador para reflejar la riqueza de una región.
Además, señala Athow, «nos ayuda a saber cuánto vamos a recibir en impuestos y, por lo tanto, cuánto puede gastar el gobierno en servicios como salud y educación».
Para comprender para qué es útil y qué no nos dice, tenemos que retroceder en el tiempo, hasta la década de 1930.
Era la época de la Gran Depresión en Estados Unidos.
En Nueva York, el economista Simon Kuznets quería encontrar la manera de medir la economía en su conjunto para ayudar a salir de la Depresión.
«Empezó tratando de medir qué era realmente productivo en un sentido significativo... lo que verdaderamente traía bienestar«, le cuenta a la BBC la profesora Diane Coyle de la Universidad de Cambridge y autora de «PIB: Una breve pero cariñosa historia».
Hasta entonces, se habían hecho muchas estadísticas -cuántos kilómetros de vías férreas, la cantidad de hierro producido, etc.-, pero nadie había intentado unirlas.
«Pero estalló la Segunda Guerra Mundial y el muy influyente economista británico John Maynard Keynes dijo: ‘No necesito saber cuánto bienestar hay, porque estamos en una guerra y eso no es bueno para el bienestar. Lo que necesito saber es cuánto puede producir la economía y cuál es el mínimo indispensable que la gente necesita consumir, para saber cuánto sobra para financiar la guerra‘», explica Coyle.
Lo urgente eran cosas como tanques y artillería, así que se necesitaba otro tipo de cálculo.
«En medio de la guerra, el triunfo es lo más importante, así que el enfoque de esa medida cambió».
Después de la guerra, Estados Unidos necesitaba saber cómo le estaba yendo a los receptores de la ayuda que daba para la reconstrucción, por lo que todos comenzaron a usar el PIB.
«Esa iniciativa angloamericana se extendió gracias a las Naciones Unidas y se convirtió en el estándar global«, dice Coyle.
Simon Kuznets, sin embargo, no estaba muy orgulloso de lo que había ayudado a crear.
«No estaba de acuerdo y fue muy claro al respecto. El PIB resultó ser muy distinto a su intención original: una medida de bienestar económico terminó siendo una medida de la actividad en la economía».
«La diferencia es que hay muchas cosas en la economía que no son buenas para la sociedad pero sí para la economía. Por ejemplo: si hay más crímenes se le paga más a los abogados y a la policía, y eso cuenta en el PIB».
«Y ese debate sobre si queremos medir el bienestar en algún sentido fundamental o solamente la actividad económica continúa», afirma Coyle.
Bill Gates en el bar
A pesar de eso, el PIB llegó para quedarse y se convirtió en la forma #1 de medir la actividad económica.
Desde entonces, hay listas de los países más ricos de acuerdo a su PIB, a pesar de que es un agregado que comprime toda la actividad humana en un número, sin decir nada sobre la distribución.
«Hay un chiste de economistas que dice: Bill Gates entra a un bar y, en promedio, todos los que están ahí son millonarios. Es una broma de economistas, así que no es muy graciosa, pero sirve para explicar este punto: esa frase no nos dice nada sobre la riqueza de los otros clientes del bar, solo te dice algo sobre los ingresos de Bill Gates repartidos entre todos», explica Pilling.
«Sabemos, por ejemplo, que el ingreso medio de los hogares en EE.UU. está estancado en los niveles de los años 80. Por lo tanto, gran parte del crecimiento que se mide en el PIB va a una sección de la sociedad, el 1% o tal vez, incluso al 0.1%. ¿De qué le sirve eso para la sociedad en general?».
«¡Si esto es una recesión, yo quiero una!»
Sea como sea, hoy en día, los políticos se alegran si el PIB de su país es cada vez más alto, porque pueden decir que su economía está creciendo.
Es el punto de referencia y se presenta como un número que te puede decir todo lo que necesitas saber sobre un país.
Pero David Pilling comprobó por sí mismo cuán poco te dicen los números que van detrás de esas tres letras sobre la realidad de un país cuando se fue a Tokio en 2002 a trabajar como corresponsal del Financial Times.
«Japón había sido el país que iba a tomar control de Estados Unidos gracias a su boyante economía pero ésta colapsó y su PIB nunca se recuperó. Para ese entonces, había permanecido igual durante años: si fuera un gráfico, sería una línea plana».
El economista pensó que dada la estruendosa caída y la pobre recuperación de Japón iba a encontrar «gente sin hogar, un país en ruinas…».
«Lo que encontré fue, en muchos sentidos, una economía extraordinariamente vibrante, muy rica y sofisticada que parecía mucho más pudiente que la británica. No sólo a mí… un político que vino a visitar me dijo: ‘¡si esto es una recesión, yo quiero una!'».
«No estoy diciendo que todo fuera perfecto en Japón, sino que la expectativa creada si veías a Japón a través del prisma del PIB realmente no se ajustaba a la realidad de ninguna manera», explica Pilling.
La clave está en el nombre
La experiencia en Japón fue, para Pilling, prueba contundente de que el PIB es una medida de calidad muy mala, aunque excelente en cantidad.
«La calidad de las cosas en Japón es increíble. La calidad de la comida, de los servicios… un gran ejemplo son sus trenes bala, cuyos horarios se mide en cuartos de segundo, sus retrasos son menos de un segundo y también viajan al doble de velocidad. Sin embargo, su contribución al PIB es solo lo que cuesta subirse al tren. No hay ajuste por la calidad».
«Entonces, un tren británico destartalado que se descompone continuamente contribuye lo mismo al PBI que un tren bala. ¿Por qué? ¿Qué pasa con la contribución a la calidad de nuestra vida?», pregunta.
Y eso se proyecta a dimensiones planetarias: «Si fabricas autos que se dañan en un año y tienes que comprar otro, eso es bueno para el PIB. Reciclar es malo para el PIB. La idea es que que produzcamos más y consumamos más en un ciclo cada vez mayor, si no queremos perjudicar la economía», destaca Pilling.
«Pero, la economía es nosotros, la economía es lo que elegimos que sea. La economía puede ser más tiempo de ocio, una vida más larga, mejores servicios de salud o aire más limpio. Pero a menos que midamos esas cosas corremos el peligro de seguir con esta medida de nuestro supuesto éxito en detrimento de otras cosas».
«Hay que medir lo que nos importa. Si no mides algo, lo más probable es que se pase por alto en las políticas públicas. Lo que los gobiernos miden ayuda a establecer sus políticas. Supón que establecieran una medida que determine el aumento de nuestra esperanza de vida, entonces presumiblemente destinarían más recursos para mejorar la salud de las naciones», dice el editor asociado del Financial Times.
«El PIB es el producto interno bruto… la clave está en el nombre«, concluye Pilling.
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Este artículo es una adaptación del primer episodio de la serie «Economics with Subtitles»de BBC Radio 4