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Pánico al pie del volcán de Guatemala

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Casi todas las desgracias se parecen; primero el caos y la destrucción, luego el llanto y el recuento de daños y al final el silencio y el miedo dentro cuando se apaga la luz. Entonces, los campesinos a los que la lava rozó los talones en la huida echan la vista atrás para buscar o recordar a los que no tuvieron tanta suerte.

Hasta el momento la erupción del Volcán de Fuego ha dejado 100 muertos, casi 200 desaparecidos y unos 3.000 heridos y evacuados, en una de las mayores tragedias de los últimos años en Guatemala, un país con 38 volcanes.

Ante la dificultad para encontrar más personas con vida y el riesgo a nuevas erupciones, las autoridades evalúan la posibilidad de convertir en camposanto el lugar, o lo que es lo mismo, plantar una cruz sobre la ceniza y dar por terminadas las labores de rescate.

Mientras tanto, a las faldas del volcán, los vecinos de San Miguel Los Lotes, una de las aldeas que desapareció bajo el flujo piroclástico, vagan junto a la zona cero. Caminan por un lugar con aspecto lunar donde el silencio y toneladas de cenizas cubren las viviendas. Mientras tanto los rescatistas luchan contra el reloj y buscan señales de vida sobre el tejado de viviendas que hasta el domingo tenían dos alturas. El ambiente es irrespirable sin mascarilla, el suelo aún quema y el cuerpo y pelo quedan cubiertos de polvo en pocos segundos.

Hasta el pie del volcán llegó Gladys, quien reconoció a su hijo por un zapato que encontró sobre la ceniza. Áxel, quien logró huir con tres hijos pero busca desesperadamente a otros 12 familiares o Felino Coronado quien camina como un muerto viviente buscando a su hijo porque “el corazón me dice que está vivo”. Con la mirada perdida, Griselda Martínez espera en las faldas del coloso de 3.700 metros, sentada sobre unas bolsas de ropa antes de volver al albergue donde duerme desde el domingo.

Aquel día fue a visitar a San Miguel Los Lotes a sus hermanas, como hacía cada domingo para comer con toda su familia. Sin embargo, todo era raro esa mañana: había ruidos en la tierra y los animales estaban nerviosos. Una hora después el cielo ennegreció, subió la temperatura y el ambiente empezó a hacerse irrespirable. A las tres de la tarde el volcán tronó de forma salvaje y ya solo pudo empezar a correr al ver como un río de gas, agua caliente y piedras bajaba por la ladera del volcán engullendo todas las casas de sus vecinos. “Salimos a toda velocidad sin tiempo a agarrar nada porque lo importante era salvar la vida”, recuerda mirando al horizonte. Un horizonte que choca con cualquiera de los tres volcanes que rodean el pueblo: el volcán de Agua, el de Acatengango y el mortal de Fuego.

Atrás quedó su cuñado y una sobrina de cuatro años que no pudo escapar a tiempo y sobre la mesa quedaron los platos y cubiertos de la comida que preparaban como cada domingo. Pero al triste balance de lo vivido se une el miedo y los rumores a cualquier nuevo bramido del volcán

La tarde del martes la población de Escuintla, cabecera municipal del departamento que lleva su nombre, entró en pánico cuando el lahar un flujo aún más peligroso que la lava, comenzó a deslizarse ladera abajo por el cauce del río arrasando con todo lo que encontraba hasta que se frenó antes de llegar a la ciudad.

El boletín del instituto vulcanológico anunció que “la actividad [del Volcán de Fuego] continúa» y no descartó la posibilidad de que «un nuevo descenso de flujos piroclásticos en cualquiera de las barrancas principales en las próximas horas o días. Así mismo, ante la presencia de lluvia en el área volcánica, puede darse la ocurrencia de descenso de lahares”.

“Lo vi en las noticias”, “me lo dijo un amigo”, “me llegó por el celular” o “se lo comentaron a mi hijo”, decían casi todos los que huían en motos, buses, coches cargados o a pie. Pocas personas habían sido advertidas directamente por la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred) para que evacuaran, pero el temor a que una gran catástrofe estaba a punto de suceder se apoderó del lugar. Mientras tanto, vendedores de ataúdes y pastores evangélicos recorrían la morgue y los albergues llevando la palabra de Dios. Algunos creyeron confirmar la llegada de la apocalipsis cuando, al caer la tarde, el cielo se puso aún más negro y empezó a tronar y a llover con fuerza sobre la ciudad.

 

Cortesía El País

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