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Ojos azul caribe

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La Habana, Cuba.

Oscar Palacios

Si vamos a buscar culpables tendremos que culpar a Frank Domínguez. Todo comenzó cuando pedí su canción “Imágenes” al guapachoso trío que nos daba la bienvenida. O si hablamos del valor mexicano mejor diré que la culpa fue de los rones que habíamos bebido en el aeropuerto de Mérida, y los del avión y ahora los de la llegada al bar del hotel que nos hospedaría.. Pero no, prefiero decir que la culpa fue de la canción “Imágenes”.

Estoy cierto que el ron podrá nublar el entendimiento pero no el sentimiento del primer encuentro. Esas voces acopladas que cantaban: “como en un sueño, sin yo esperarlo, te me acercaste”. Te vi y sonreímos. Sin decir palabra a los compañeros me dirigí a la ventana que daba al malecón habanero para ver si el mar todavía estaba ahí, porque al mirarte creí que el mar había decidido habitar en tus ojos, esos ojos azul Caribe de una extraña luminosidad.

Éramos cuatro viajeros. Tinísimo, RH, yo y aquel que te conté. Parecía que desde el primer teníamos la compulsión de acabar con todo el ron de la isla, bailar hasta el agotamiento y elucubrar con los sueños eróticos que en cada mirada se escribía. Tinísimo hacía vibrar lapsita con un pasito al que le pusimos raid mata cucarachas, o si lo prefieren, al estilo marcha Zacatecas porque zapateaba sin piedad el suelo mientras su morena chichudita, caderoncita, con ojos amielados, se desplazaba con esa sensualidad característica de las cubanas.

RH, con su mirada de niño travieso, se dejaba llevar de a cachetito por una rubia que a fuerza de tintes que deslucía su natural belleza. Aquel que te conté iba de mesa en mesa a besando a todas la mujeres que se dejaban. Quería ser el garañón de la jornada. Quería que supiéramos que era muy macho y muy conquistador. Los tres lo observábamos con una sonrisa cómplices, porque sabíamos que mientras besaba a aquella negra frondosa, su corazón estaba con el negro de las maracas con quien furtivamente brindaba, miraba, suspiraba.

Tú y yo sólo hablamos. No recuerdo de qué tanto hablamos. Acaso del período especial; acaso del sueño de tus padres que se derrumbaron de pronto para dejar tristezas, edificios descascarados, libretas de racionamiento y nada para ti, ni la esperanza. Descubro que tengo casi la edad de tu padre y un torrente de contradicciones pasa por mi mente y pienso en aquellos años juveniles cuando nos entregamos sin reservas al sueño del cambio, cuando nos congratulamos que Cuba dejara de ser el prostíbulo de los gringos y hoy aquí, contigo, con esa música que nos hace vibrar, con estos rones que liberan los sentimientos de culpa, pienso que esto antes era un burdel del primer mundo y que ahora cualquier burócrata tercermundista como yo puede hacer y deshacer… y sin embargo, hay tanta dignidad en ti, en todos ustedes, muy distinto a nosotros.

Vuelve a la tierra, me dices, mientras pasa tu mano frente a mis ojos. Y vuelvo y te contemplo y tu sonrisa melancólica me avasalla. Siento como si estuviera en un sueño , el sueño que me habla de una nueva posibilidad de amar, de rencontrar ese sentimiento perdido entre las cicatrices del

tiempo. Resucitar de esos sueños muertos en la rutina. Desnudar la vida una vez más sin los prejuicios que se van acomodando sin sentirlo en las arrugas de nuestra piel y sentir que cuarenta años no es nada, que febril la mirada…y ya estoy haciendo tango otra vez y te invito a otro brindis para distraer a la lucidez que se ausenta.

Tres noches estuvimos juntos. Tres instantes de revolución de los sentimientos y las hormonas. Tres noches en que olvidé si Tinísimo por fina había agarrado el paso y se había acoplado con su morenaza de canela; el mismo tiempo en que olvidé si RH había logrado que su esbelta amiga se tiñera el pelo con su color natural e igual circunstancia para saber si aquel que te conté finalmente había tocado las maracas del músico.

Sólo estaba en mi el recuerdo del invierno en La Habana, cuando tu cuerpo hizo vivir el trópico en mi piel. Hoy, en la distancia, sé que estarás con otro amigo ocasional hablando del período especial, de que no hay jabón, pasta dental, nada… y yo aquí, con mi destartalado tocadiscos y la voz de la Tania que me recuerda: “Cómo fue, no sé decirte cómo fue, no sé explicarme qué pasó, pero de ti me enamoré…”

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