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El año pasado, un poderoso terremoto de magnitud 7,6 sacudió la costa occidental de México, desencadenando caos y resonando hasta Ciudad de México, a 400 kilómetros de distancia. En medio de los estragos, un hallazgo arqueológico inesperado emergió: una colosal cabeza de serpiente de piedra, brillante con colores audaces, se asomó después del evento sísmico.
Según el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de México, esta escultura es única por su policromía, conservando aproximadamente el 80 % de sus colores originales.
Descubierta a 4,5 metros bajo tierra en la antigua Escuela de Jurisprudencia de la UNAM, en el corazón histórico de Ciudad de México, esta talla milenaria tiene más de 500 años de antigüedad, pesa 1,2 toneladas y mide 1,8 metros de largo, 1,0 metro de alto y 85 centímetros de ancho. Un equipo de expertos la extrajo con meticulosidad, revelando detalles notables: los rastros de ocre, rojo, azul, negro y blanco, preservados por los lodos y aguas que la cubrieron durante siglos.
Cámara de humedad sellada
Para proteger esta joya frágil, los restauradores la han colocado en una cámara de humedad sellada.
«Estos pigmentos, que representan un ejemplo notorio de la paleta de color que los mexicas usaban para decorar sus imágenes de culto y sus templos, son sumamente frágiles por los materiales minerales y vegetales de los que eran obtenidos», aseguró la restauradora María Barajas Rocha, quien ha estado trabajando para preservar el hallazgo, según recoge el comunicado del INAH.
De acuerdo con la experta, la cámara de humedad es un espacio sellado forrado con películas plásticas y equipado con humidificadores y dataloggers para controlar constantemente la humedad relativa de esta antigua representación de la serpiente. El objetivo es permitir que la cabeza de serpiente pierda lentamente la humedad que acumuló durante siglos, evitando acelerar el proceso para evitar pérdidas de color, grietas o cristalizaciones de sales en la piedra.
Se cree que la cabeza de serpiente data de una época cercana al final del Imperio azteca, cuando la ciudad-estado de Tenochtitlan prosperaba en la misma región. Las serpientes eran comunes en el arte azteca debido a deidades serpentiformes como Quetzalcóatl, aunque los investigadores aún no saben si esta figura en particular está relacionada con alguna deidad específica.
Hasta que se completen los trabajos de conservación, la cabeza de serpiente no estará accesible al público, ya que cualquier alteración en el microclima de la escultura podría ser perjudicial, según el INAH. Se espera que permanezca en la cámara de humedad hasta principios de 2024, mientras los investigadores continúan estudiando sus materiales y su significado histórico.