ÉDGAR HERNÁNDEZ RAMÍREZ
Marcelo Ebrard aceptó participar en la contienda por la candidatura de Morena a la Presidencia de la República, a sabiendas de que Claudia Sheinbaum desde hacía tiempo se encontraba mejor posicionada en la mayoría de las encuestas serias que habían venido midiendo sistemáticamente las preferencias ciudadanas rumbo a las elecciones presidenciales del 2024.
El excanciller decidió competir en el proceso interno pese a saber que dentro de Morena siempre ha habido recelo hacia él por su origen priista, por sus devaneos partidistas a lo largo de su trayectoria política y por sus vínculos con grupos de poder adversarios del presidente Andrés López Obrador y de la Cuarta Transformación. En 2013, un año después de haber concluido su mandato como jefe de Gobierno del Distrito Federal y cuando buscaba la dirigencia nacional del Partido de la Revolución Democrática, afirmó que “nunca” se iría a Morena, el partido recién creado por López Obrador luego de renunciar al PRD.
Consintió competir en la encuesta con pleno conocimiento de que el núcleo duro del lópezobradorismo y una buena parte de la veintena de gobernadores morenistas se había decantado por Claudia Sheinbaum, con lo que ello significaba en términos de operación y posicionamiento políticos.
Pese a estas circunstancias adversas Ebrard firmó, junto con los otros cinco aspirantes de Morena, Partido del Trabajo y Partido Verde, un acuerdo en el que aceptaba las reglas de la contienda interna, entre las cuales estaba el que los resultados eran inapelables.
Sin embargo, desconoció el triunfo de Sheinbaum por una diferencia de más de 10 puntos e impugnó todo el proceso de selección por algunas irregularidades, y exigió la reposición de la encuesta.
Pese a esos cuestionamientos, los resultados que dieron como ganadora a la virtual candidata presidencial del partido en el poder, fueron legitimados por el Consejo Nacional de Morena, por los otros cinco aspirantes que no hicieron impugnación alguna, por la propia empresa que Ebrard propuso para una de las encuestas “espejo”, y por el presidente Andrés Manuel López Obrador, como líder moral del movimiento morenista.
La pregunta en la actual coyuntura política es: ¿por qué aceptar participar en una contienda interna donde todo el escenario le resultaba adverso? Quizá Ebrard y su equipo calcularon que en tres meses de trabajo proselitista con piso parejo podían revertir las tendencias favorables a Claudia, o bien, tenían tan claro que iban a una derrota segura, que la contienda interna partidista sólo sirvió para justificar la salida rupturista con la cual venían amagando intermitentemente.
A Marcelo Ebrard parece ser que el futuro lo rebasó. Su aspiración presidencial data de al menos 15 años y creyó que esta vez debía ser el elegido luego de que en 2012 acató el resultado de la encuesta que dio el triunfo a Andrés Manuel López Obrador para ser el candidato del Partido de la Revolución Democrática. Al contrario de aquella ocasión, esta vez sí se dejó cautivar por el canto de las sirenas. A sus casi 64 años de edad, Marcelo considera que esta es la última oportunidad de concretar su sueño de aparecer en la boleta electoral para competir por la Presidencia de la República, y hará todo lo posible porque así sea.
Probablemente contenderá por otro partido, porque en Morena y en los simpatizantes del lópezobradorismo existe la convicción de que no es él quien representa la garantía de la continuidad del proyecto de la Cuarta Transformación. Durante el tiempo de las asambleas informativas, nunca habló de defender los principios de la 4T, sino de sus proyectos propios; quiso restringir el legado político-social del presidente a una secretaría de Estado que la encabezara el hijo de AMLO, Andrés Manuel López Beltrán; desdeñó apelar al respaldo popular a través de la movilización y en cambio llamó a sonreír porque todo iba a estar bien.
Cegado por su arrogancia, Marcelo no ha querido aceptar que México ya cambió, que su pueblo políticamente dio un salto cualitativo, que se empoderó a sí mismo y empoderó a un proyecto que ha dado resultados y, por lo tanto, quiere que continúe y se profundice en beneficio de todos, pero particularmente de los que por décadas fueron abandonados por la élite gobernante neoliberal y corrupta.
Ebrard condicionó su permanencia en Morena a que se anule el proceso de selección interna y que se reponga el procedimiento de la encuesta, pero lo cierto es que ya tiene un pie y medio fuera del partido. Es obvio que no será aceptada su desproporcionada exigencia y lo que busca es retardar su salida para incrementar el costo político para Morena, para Claudia Sheinbaum y hasta para el presidente López Obrador.
El excanciller, que junto con Manuel Camacho Solís rompió con el PRI cuando éste no fue elegido candidato por Carlos Salinas, anunció también que creará un movimiento político nacional y que iniciará una gira por el país, justo en los mismos días en que Sheinbaum hará un recorrido por los estados de la República.
La incógnita es si Ebrard renuncia a Morena para ser candidato presidencial por el partido Movimiento Ciudadano (irse como abanderado del Frente Amplio por México es más difícil porque la candidatura está confeccionada para Xóchitl Gálvez); o bien decide tensar la liga dentro del partido haciéndole sombra a Claudia y mandando sus impugnaciones al Tribunal Electoral, para provocar la expulsión de Morena y salir como víctima.
Cualquiera que sea el desenlace del desvarío marcelista, es altamente improbable que Ebrard llegue a ganar la Presidencia de la República, y en una de esas no alcanza ni la candidatura. Lo que sí es factible es que termine su carrera política en posiciones marginales y con el sello de ególatra, traidor y vulgar ambicioso del poder.