13– Los bloqueos carreteros y las protestas por los resultados electorales se apagaron rápidamente. Cinco días después del tercer triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva en la contienda presidencial, Brasil se mueve hacia una transición democrática con pocos sobresaltos.
Presidentes de todo el mundo reconocieron a Lula da Silva como presidente electo desde la noche del domingo y, con eso, pusieron fin al aislamiento internacional del Brasil en la era de Jair Bolsonaro, quien sólo se relacionaba con sus pares ideológicos.
El jueves 3 inició formalmente la transición del gobierno, que es conducida por el vicepresidente electo, el conservador Geraldo Alckmin. Las señales positivas a esta distensión social comenzaron de inmediato, pues para muchos, el triunfo de Lula supone un vuelco total en la política ambiental y medidas importantes para detener la deforestación de la Amazonía, Incluso, en la conferencia global contra la crisis climática, la COP27, que este domingo 6 comienza en Egipto, se espera la participación no solo de Lula, sino de su exministra del Medio Ambiente, Marina Silva, quien operó un plan que redujo 83 por ciento la deforestación amazónica.
João Pedro Stédile, líder del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), conversa con Pie de Página sobre los retos que enfrentará en los próximos años el gobierno de Lula da Silva y, sobre todo, el movimiento social brasileño.
Es una victoria política
Stédile es economista y militante de la reforma agraria en diversos espacios internacionales como la vía campesina, Alanza Bolivariana para los Pueblos de las Américas (ALBA) y la Asamblea Internacional de los Pueblos.
De entrada, dice que el resultado tan cerrado (de menos de 2 millones de votos entre los dos candidatos) no refleja la correlación de fuerzas que hay en la sociedad. Los resultados, dice, se derivaron de la profundización de una crisis económica, social, ambiental y política que cambió los comportamientos de las clases sociales. Pero el cambio principal se dio en la burguesía, que hace cuatro años había puesto a Bolsonaro en el gobierno.
“Bolsonaro no tiene fuerza propia, tiene un grupo de fanáticos, pero no tiene fuerza social organizada, porque no hay en Brasil un movimiento de masas fascistas. En 2018 la burguesía lo puso en el gobierno y ahora la burguesía cambio de posición”, resume.
Una parte grande de la burguesía quería una tercera vía. Ni Lula ni Bolsonaro. Pero no lograron viabilizarla y eso cambió la correlación de fuerzas en la sociedad. Lo mismo ocurrió con la clase media: la pequeña burguesía había apoyado a Bolsonaro, y ahora 90 por ciento apoyo a Lula. En la clase trabajadora lo mismo: en 2018 sindicatos, centrales sindicales y partidos de izquierda estaban divididos y ahora estamos unidos por Lula”.
Quien sí apoyó al presidente Bolsonaro fue la extrema derecha de los Estados Unidos, encabezada por Steve Bannon, que suministró millones de dólares a su campaña y equipos para manipular las redes sociales. Ahí es donde Joao Pedro ubica el crecimiento electoral de Bolsonaro: en la clase trabajadora más pobre, que vive en las periferias y “es influenciada por los pentecostales”.
Los resultados, entonces, no le quitan el sueño.
En la sociedad brasileña hay un amplio espectro de esfuerzos sociales y populares que apoyan a Lula y por eso su victoria es más que electoral, su victoria es una victoria política, social que nos da fuerza suficiente para empezar los cambios necesarios en el país”.
La extrema derecha, sin fuerza social
Imposible no hablar de los cierres de carreteras y las protestas frente a instalaciones militares que vimos esta semana en diferentes ciudades del país. Stédile acepta que Bolsonaro logró transformarse en líder de una extrema derecha “utilizando todos los recursos posibles” en esos cuatro años de gobierno. Pero revira:
¿Quiénes son esos militantes de la extrema derecha? Son una fracción de 10 por ciento de la clase media blanca reaccionaria derechista que siguen a su líder Bolsonaro, pero ni siquiera son mayoría en la clase media”.
Desde su perspectiva, es un sector de la población muy influenciado por una articulación de la extrema derecha que hay en todo el mundo, “esa es la gran novedad de los últimos años”, y que tienen las mismas características y adoptan las mismas prácticas.
“Entonces, (esos sectores radicalizados, que son minoritarios), perdieron las elecciones y orientados por esa articulación internacional aplicaron aquí lo que habían aplicado en Bolivia y lo que habían aplicado en Estados Unidos con la derrota de Trump (…) Inmediatamente después de la derrota trataron de barrar (bloquear) las carreteras, con el apoyo de sectores de la policía, que fue lo mismo que ocurrió en Bolivia y Estados Unidos, pero la sociedad brasileña y el mismo empresariado, todos, se pusieron en contra y eso creo un aislamiento aún mayor de Bolsonaro”.
Bolsonaro, insiste el dirigente social, no supo sacar provecho de los 58 millones de votos. Por el contrario, “puso en la letrina esos votos porque en dos días la opinión pública se volvió contra ellos por el cierre de carreteras, al punto que tuvo que ir a la televisión (y pedir que se desistieran). Todo eso son gestos de desespero de una extrema derecha que en realidad no tiene fuerza social, porque si ellos tuvieran fuerza social organizada ya habrían dado el golpe antes de las elecciones y no ahora que se quedan cada vez más aislados”.
La unidad, el primer desafío
—¿Cuáles serán los principales retos para los movimientos populares durante el gobierno de Lula?
— Hay muchos. El primero es que las fuerzas populares tienen que mantener una unidad. Así como construimos la campaña “Fuera Bolsonaro”, así como hemos construido un proceso organizativo que llamamos de comités populares que hemos logrado organizar alrededor de 7 mil en todo el país. Nuestra voluntad es que esos comités no sean electorales, sean comités permanentes y que ahí entonces se siga dando la lucha ideológica en la sociedad.
La primera tarea ahora, dice, es discutir con las bases un plan de emergencia que Lula tiene que implementar en los primeros cuatro meses de gobierno para mandar la señar al pueblo de que sí hubo cambios, “no sólo del presidente, sino de la política”.
La lista que enumera es larga: Medidas concretas e inmediatas para enfrentar el hambre; medidas para enfrentar el desempleo que alcanza 70 millones de personas; “poner mucho dinero” en la educación, para que los jóvenes puedan regresar a la escuela; invertir fuerte en el sistema único de salud pública.
“Esas son algunas medidas concretas que en esas semanas ya empezamos a coordinar para que los comités populares puedan debatir y en algún momento podamos presentar esas propuestas al nuevo presidente”.
Nueva correlación de fuerzas en América Latina
Los cambios más fáciles y más visibles con el nuevo gobierno de Lula serán en la política internacional, dice João Pedro.
Lula emerge en Latinoamérica como un líder que ha abierto puertas de relaciones con África, Asia, el mundo árabe, y “sumarse a los esfuerzos del presidente Xi de China, del Papa Francisco, que es un líder para Europa y el mundo occidental cristiano”.
Desde su perspectiva, la política de Lula hacia el sur global será muy efectiva en dos direcciones.
En relación con Latinoamérica, tenemos una nueva correlación de fuerzas. Los grandes países están con gobiernos progresistas como México, Colombia, Venezuela, Argentina y Brasil y eso permite una correlación de fuerzas en la que podamos retomar los procesos unitarios que antes se habían empezado y que en los últimos cuatro años se frenaron”.
Enlista de nuevo, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños como alternativa a la OEA; transformar la Unasur en un gran bloque de la América del Sur, el Mercosur, que “tiene que volverse un bloque económico de América del Sur” y otras iniciativas como el banco del Sur y proyectos de integración latinoamericanos.
En cuanto al sur global, el instrumento principal que Lula va a potencializar y recuperar son los BRICS (un término que se usa para nombrar a un grupo de países de economías emergentes formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica):
Por ahora son cinco países pero hay voluntad política de ampliar los BRICS, Y ojalá se transforme entonces en un bloque económico poderoso para enfrentar al imperialismo decadente de los Estados Unidos (…) hay necesidad de construir una moneda internacional. No se trata de cambiar el dólar por la moneda China, sino de construir un nuevo referente monetario que pueda servir de parámetro para las relaciones comerciales sin que ningún país tenga el derecho de meter moneda como es ahora el caso del euro y el dólar”.
Los cambios dependen del pueblo
El optimismo de Stédile con un viraje de la política internacional de Brasil es compartido con muchos países. En la semana, apenas se oficializaron los resultados, Noruega anunció la reanudación de sus aportes al Fondo Amazonia, que supone la disponibilidad 483 millones de dólares destinados a contener la deforestación. El fondo había sido creado hace 11 años, en el primer mandato de Lula, pero en 2019, Noriega suspendió las donaciones cuando Ricardo Salles, el ministro del Medio Ambiente del gobierno de Bolsonaro, intentó imponer cambios en la gestión de los recursos. Salles desmanteló las políticas y agencias ambientales de Brasil hasta que, en junio de 2021 fue destituido, por un escándalo de corrupción y exportación de madera ilegal.
Pero el problema, es Bolsonaro, quien niega el cambio climático (y las ciencias, en general) y actualmente enfrenta restricciones en Europa a sus exportaciones de soja, que se extienden sin control en la Amazonía. Durante su gobierno, la deforestación amazónica prácticamente se duplicó y los científicos temen que el bioma se esté acercando a un punto insalvable.
Brasil es clave para el clima planetario porque en su territorio alberga dos terceras partes del bioma amazónico. Por eso, muchos esperan que Brasil recupere su protagonismo en las discusiones que comienzan este domingo en Sharm el Sheij, Egipto.
La pregunta sobre el margen de acción que puede tener el gobierno de Lula, acotado por un Congreso y un Senado mayoritariamente conservadores, y dadas las alianzas que hizo con sectores de la derecha, es obligada. Pero el dirigente del MST no se muestra preocupado por eso. El Congreso, dice, siempre ha sido conservador.
“En el 88, cuando construimos la mejor constitución, que es vigente hasta hoy, teníamos 16 diputados de izquierda, todos los demás eran de partidos conservadores y logramos construir una constitución progresista, entonces no debemos preocuparnos”, dice Stédile.
Luego se explaya:
El Congreso refleja la correlación de fuerzas sociales que hay en la sociedad y ese proceso de alianzas que Lula ha construido con sectores de la burguesía y partidos tradicionales, son sólo parte de la liturgia institucional para dar seguridad al gobierno. Pero creo que Lula está comprometido con cambios reales para resolver los problemas del pueblo. Ahora, eso no será suficiente para enfrentar la crisis capitalista, que es mundial. El grado de radicalidad del gobierno de Lula o de avance en cambios estructurales no depende de esas alianzas ni de su voluntad, dependerá de la capacidad de las fuerzas populares de mantenerse movilizadas, porque en la historia de la humanidad, siempre, todos los cambios estructurales fueron obras de las movilizaciones de masas. Entonces, los cambios dependen más de nosotros, de las fuerzas populares, que de la voluntad de Lula o de cualquier otro presidente por más de izquierda que se diga, así pasa en Cuba en Venezuela y en Argentina en México o en cualquier país”.
Los 4 retos de la izquierda
— Mencionaba que el bolsonarismo no se ha consolidado como una fuerza social, pero ¿cómo desarticular este movimiento que tuvo un apoyo de más de 58 millones de personas?
— Los 58 millones que votaron por Bolsonaro no son bolsonaristas— aclara—. Por lo menos 30 millones son trabajadores pobres, quizás los más pobres que tenemos en la sociedad, que viven en la periferia y que fueron influenciados por mucho dinero aplicado en las redes porque Brasil es el país del mundo más conectado del WhatsApp. Entonces, invirtieron mucho dinero para, con mentiras, ilusionar a esa gente, hubo muchos recursos públicos que fueron administrados de forma secreta, protegidos en ley.
Los bolsonaristas, insiste, no le preocupan, “porque esa derecha ignorante siempre existido y existirá, no sólo en Brasil, sino que en todas las sociedades capitalistas”.
Lo que sí le preocupan son los votos de los trabajadores más pobres, “y ahí sí hay muchos retos que la izquierda debe enfrentar”.
Plantea cuatro, para empezar:
-Retomar el trabajo de base. “Significa ayudar a concientizar a la gente por todas las formas pero sobre todo con diálogo, ir de casa en casa, distribuir materiales, conversar”.
-Promover luchas de masas. “La gente sólo se educa políticamente cuando lucha, entonces la izquierda tiene que organizar la lucha de masas, si falta empleo, luchar por empleo, si falta alimentos luchar por alimentos, si falta casa, luchar por casas, falta tierra, luchar por tierra”
– Promover la formación política. “Desde la caída del muro de Berlín, la izquierda abandonó los procesos de formación. ¡No hay casi escuelas de formación política! ¿Cómo vamos a formar a nuestros militantes? No se forman militantes con seminarios de 3 días en hoteles. Hotel es para turismo, para viajeros. Formar gente es en la escuela, en la calle, en la lucha de masas, desde las barricadas de la comuna de París. La izquierda está rehén de una estupidez que es pensar que educación política es con mítines, con oratoria, con discursos. Eso entra por un lado y sale por el otro. Tenemos que utilizar los medios culturales que llegan al corazón de la gente para promover educación política, para que la gente se sienta ubicada con la izquierda de una forma cultural prazerosa (placentera) y no solamente porque está afiliada a un partido”.
-No abandonar la comunicación de masas, que “se hace con las redes, con radio, con televisión, que todos son espacios importantes para sembrar información verdadera que la gente pueda enterarse».
Buscar en las periferias
La emergencia de la extrema derecha en el mundo, en realidad, lo que está derrotando es el camino socialdemócrata, dice el líder del MST. “Lo que ellos derrotaron fue a la derecha que se creía republicana, que se creía que cada cuatro años podía hacer cambios. Nosotros como fuerza popular tenemos que aprovechar esas contradicciones, y construir una organización popular qué avance más allá de lo que fue la socialdemocracia hegemonizada por la burguesía”.
—¿Qué mensaje manda el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra al presidente electo?
— Nosotros vamos a presentar propuestas concretas para impulsar una reforma agraria popular para poner en el centro de la política agraria la defensa de la naturaleza.
Eso incluye la “deforestación cero”; otra política para la minería; la defensa del agua (y de los árboles “porque donde hay árbol hay agua”); un gran programa de energía solar, y de educación de la gente en el campo, cooperativas. “Todo eso vamos a dialogar con el gobierno para que haya cambios en la agricultura”, dice el dirigente social.
“Lula tiene conciencia y experiencia suficiente y los cambios mismos, estando en el gobierno, dependen de la movilización popular. El MST hará su papel, organizar a las masas del campo para hacer presión para el gobierno, buscaremos con las otras fuerzas populares que viven en la ciudad, porque nadie los organiza ni siquiera las iglesias pentecostales, sabemos que son 70 millones, que la mayoría son mujeres, que la mayoría son negros y que viven en las periferias de la ciudades. Pero la izquierda no sabe organizarlos porque los métodos de organización que conocemos son del periodo anterior del capitalismo industrial, cuando a lo largo del siglo XX desarrollamos los sindicatos, las asociaciones y los partidos. Eso no es suficiente para organizar a las mujeres, los jóvenes, los negros. Entonces, la izquierda tiene que ser creativa y buscar nuevas formas de organización de esa gente que vive en la periferia y que ahora está aislada, excluida de la esfera productiva, del empleo de los derechos y de políticas públicas”.