Vestido con un traje de reo color naranja como cualquier prisionero, encadenado de la cintura, las manos y los pies, el exsecretario de Seguridad Pública de México Genaro García Luna tuvo este martes otra cita ante un tribunal federal estadounidense, donde aceptó su traslado a Nueva York para enfrentarse al mismo juez que condenó a Joaquín el Chapo Guzmán a cadena perpetua, de acuerdo con el colectivo Pie de Página.
No hubo fianza ni declaraciones de inocencia o culpabilidad.
De acuerdo con Wendy Selene Pérez, periodista integrante del colectivo, en una pequeña sala de la Corte Federal de Dallas, en el piso 15, García Luna fue sentado en una amplia silla azul, frente a un escritorio de madera con cristal, con una jarra negra y vasos blancos que en los 10 minutos que duró la audiencia nunca fueron utilizados. También había unos pañuelos desechables, por si acaso.
A ocho días de haber sido detenido en un suburbio al norte de la ciudad de Dallas, García Luna pestañeaba con frecuencia, apretaba los dedos de las manos entrelazados y titubeaba cuando respondía al magistrado texano. Mostraba un semblante muy distinto al del tipo duro que trabajó en el Cisen, que comandó la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) y tuvo bajo su cargo a los más de 30 mil policías federales del país.
“Buenas tardes, señor”, fueron las primeras palabras de García Luna para el juez David L. Horan, casi dichas para sí mismo, con nerviosismo. Atrás suyo tenía dos alguaciles malencarados y delante otro más.
Un hombre chaparrito y canoso de unos 70 años, llamado Michael Mahler, hizo la traducción desde el lado derecho. García Luna tenía que inclinarse un poco para poder escucharlo cuando hacía la interpretación. Rose L. Romero, la abogada texana del exfuncionario, permaneció al lado izquierdo. Una mujer alta, morena, de pocas palabras y escurridiza. No quiso dar declaraciones ni antes ni después de la audiencia.
La acusación del gobierno de Estados Unidos contra García Luna es por conspiración por tráfico de cocaína y por aceptar sobornos del cártel de Sinaloa. También de falsificar declaraciones al hacer su trámite para convertirse en ciudadano en Estados Unidos, donde reside desde 2012, cuando finalizó el mandato del expresidente Felipe Calderón y él dejó de ser el número uno en seguridad.
Una pequeña barrera de madera separaba a la prensa de García Luna, que quedó de espaldas, aproximadamente a un metro de distancia. Se lo veía con la espalda recta, el cabello canoso meticulosamente bien cortado con el partido del lado izquierdo y la barba recién afeitada. Flaco.
El juez Horan le preguntó si sabía por qué estaba ahí.
“Sí, señor, gracias”, le respondió García Luna inclinando la cabeza hacia delante.
El ex funcionario mexicano que operó la estrategia fallida de la guerra en contra del narcotráfico y que solía presentar a los detenidos en el hangar de la Policía Federal, como si fuera un reality show televisivo, estaba ahí frente al juez, sin cámaras, sin celulares, sin luces de escena.
En el juicio contra Joaquín Guzmán Loera en Nueva York, salió el nombre de García Luna cuando el testigo Jesús El Rey Zambada declaró que el exfuncionario había recibido entre 3 y 5 millones de dólares en sobornos del cartel de Sinaloa, entregados de manera personal en un restaurante en México, entre los años 2005 y 2007.
En la sala de la Corte Federal estaban sentados en la primera fila agentes de la agencia antidrogas estadounidense DEA, vestidos de traje.
Horan le anunció a García Luna que sería trasladado a Nueva York y le preguntó si tenía alguna pregunta. (Any questions?) Y él respondió con el mismo tono sumiso: “No, gracias, señor”.
Su esposa Linda Cristina Pereyra y dos de sus hijos jóvenes llegaron a las 12:55 a la cita, cinco minutos antes de que comenzara la audiencia. Entraron apresuradamente. Cuando terminó, García Luna volteó a verlos para saludarlos mientras permanecía escoltado por los alguaciles. Les guiñó el ojo, les mandó un beso en el aire y con una mano se palmeó el pecho del lado del corazón. Fue el único momento que sonrió. Pereyra y sus hijos se abrieron paso para llegar al elevador y, cuando estaba en la espera de éste, periodistas le preguntaron si había podido hablar con su marido. Dijo que no. Solo un “Gracias por estar aquí”. Aferró los brazos a su chamarra negra: “No tengo respuestas para ustedes”.
En la audiencia hubo pocos periodistas, algunos llegaron desde las diez de la mañana pensando que la noticia generaría más asistencia. La mayoría eran hispanos.
Junto con los reporteros se formó en la entrada de la sala una chica menuda de 23 años, estudiante de ingeniería en un colegio junto a la Corte Federal, llamada Cynthia Rosales. Asistió a la audiencia porque había visto en las noticias la detención del exfuncionario y tenía curiosidad. Su familia la animó a ir: la que dejó tiempo atrás en Toluca y la de Dallas. “Vine porque soy mexicana”, dijo Rosales. “Gente inocente se murió por su culpa”. La motivó la esperanza de que también sea detenido el ex presidente Felipe Calderón.
Las autoridades estadounidenses hasta ahora no han dado detalles de qué hacía García Luna al momento de su detención, por qué estaba en Dallas si su residencia era en Florida. Tampoco dijeron cuándo será llevado a Nueva York, aunque su traslado a esa ciudad es inminente.