SIN EMBARGO
Ni siquiera llegó a los cinco años, Raúl murió el 26 de mayo y se convirtió en el primer infante víctima mortal del COVID-19 en Chihuahua, desde entonces tres niños más han muerto a causa de la enfermedad en el estado, donde hay 243 contagios en menores de 14 años. Eduardo y Humberto sobrevivieron.
Raúl Cordero Jiménez ni siquiera había cumplido los cinco años cuando presuntamente se contagió de coronavirus y en seis días murió internado en un hospital público, donde estuvo en cuidados intensivos y con respiración artificial.
Nacido en Oaxaca, pero con residencia en Ciudad Juárez desde los dos años, Raúl fue el primer niño que murió en el estado de Chihuahua con un diagnóstico de “probable” COVID-19, padecimiento del cual hasta la fecha su madre tiene dudas.
Fue a finales de mayo cuando Adela Jiménez García llevó a Raúl al Hospital 35 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) para recibir atención médica porque presentaba un fuerte dolor estomacal.
“A mi hijo lo interné por un dolor de panza… el médico me dijo que algo le había caído mal, le hicieron un lavado de estómago y como a la hora me dijeron que me lo llevara”, cuenta la madre del menor.
Unas horas después, cuando ya se encontraba en la casa, el niño le dijo que le dolía mucho la espalda, que no aguantaba el dolor, por lo que regresaron al hospital, donde le hicieron radiografías y una prueba de sangre para detectar el coronavirus, misma que resultó negativa.
“Me dijo el médico que mi hijo no tenía COVID, pero lo internaron porque parecía que era algo relacionado con la anemia que tenía”, agrega la mujer de 28 años, originaria de Veracruz.
Raúl padecía de anemia falciforme, enfermedad hereditaria de la sangre, que le diagnosticaron desde que tenía ocho meses cuando aún estaba en Oaxaca, razón por la que su familia decidió trasladarse a Ciudad Juárez para buscarle mejor atención médica.
Después de permanecer un día internado y haberlo sometido a varios análisis, el médico le comunicó a la madre que su niño presentaba un cuadro con síntomas de coronavirus, por lo que sería remitido al Hospital 66 del Seguro Social, el primero que se habilitó para atender estos casos en Ciudad Juárez.
“Le dije que la prueba había salido negativa, que porqué me lo quería mandar al (Hospital) 66, que se iba a contagiar, pero me dijo que si quería lo sacara para llevarlo a un médico particular o lo internara en el 66. No tenía dinero para llevarlo a un particular y me pidió que firmara la autorización para el traslado porque si no se podía morir”, dice.
A partir de ese momento Raúl recibió atención como paciente COVID. Fue trasladado en la cápsula de plástico y aislado en un cuarto en el que sólo estuvo acompañado por su madre, quien asegura que no resultó contagiada a pesar de comer y beber los mismos alimentos que su hijo.
Durante su estancia en el Hospital 66 le hicieron otras dos pruebas de COVID, la segunda de sangre y otra con el hisopo para tomar muestras de la nariz y la garganta, mismas que su madre asegura volvieron a resultar negativas.
Desesperada por la falta de certeza en el diagnóstico y porque el niño comenzaba a presentar problemas respiratorios y otras complicaciones después de una transfusión de sangre que le hicieron, Adela pidió el alta médica voluntaria de su hijo.
“Sentía que lo estaban dejando morir, que no le hacían mucho”.
La doctora que lo atendía me dijo que tenía dos opciones: dejar morir a mi hijo con dolor o que autorizara para que le pusieran el tubo. Le expliqué que lo había llevado por un dolor de panza y que para entonces ya le habían hecho tres pruebas que habían salido negativas, pero me dijo que el niño presentaba un cuadro que los hacía pensar que era COVID, esas fueron sus palabras, que pensaban que era COVID, y necesitaban intubarlo porque podría salvarse”, agrega.
Adela asegura que su hijo siempre se mantuvo consciente y como hablaba muy bien, se expresaba con facilidad, le decía lo que sentía y lo que quería. Ese día le había preguntado si ya no saldría del hospital, si se iba a morir, porque había escuchado que los médicos decían que estaba muy enfermito.
“Sentí muy feo cuando la doctora me dijo lo que le iban a hacer y me pedía que me saliera del cuarto. No quería, le decía que el niño solo necesitaba sangre. Estaba muy desesperada. Mi hijo me vio y me dijo: mamá, salte, yo soy machito, no tengo miedo, no voy a llorar. Él era así, estaba chiquito, pero tenía su mente como de más grande”, recuerda la madre de otros dos niños, uno de 9 y una de 6, esta última también con diagnóstico de anemia falciforme.
Raúl fue intubado el domingo 24 de mayo por la noche y al siguiente día murió a las 10 de la mañana a causa de un choque hiperdinámico, crisis drepanocíticas, probable COVID y anemia de células falciformes, como quedó asentado en el acta de defunción.
“Me entregaron a mi hijo en una bolsa… nunca le pude ver la cara, solo la espalda, de ahí se lo llevaron los de la funeraria y lo cremaron, fue todo tan rápido, no pude hacer más, ya nomás me lo regresaron en una cajita”, narra Adela en entrevista telefónica desde Veracruz, lugar donde decidió depositar las cenizas de Raúl.
DE CASOS INVISIBLES A LA MUERTE
Para el 26 de mayo de este año, fecha del reporte elaborado por las autoridades de Salud de Chihuahua en el que se registró de manera oficial la primera defunción de un niño a consecuencia de COVID-19, en el estado se tenía confirmado los casos positivos de 23 menores de 14 años.
A la fecha, la cifra de casos confirmados en el mismo rango de edad aumentó 10 veces más en comparación con el 26 de mayo.
De acuerdo con el reporte más reciente de la Secretaría de Salud en Chihuahua, con datos al sábado 12 de septiembre a las 19:00 horas, en la entidad hay 243 casos de menores de 14 años contagiados por coronavirus. Además, hay otros 263 casos positivos en el rango de edad que va de los 15 a los 19 años; el 26 de mayo eran 20 casos.
Las defunciones de menores de 14 años a consecuencia del COVID-19 suman un total de cuatro casos; y un caso más al ampliar el rango de edad de los 15 a los 19 años.
Arturo Valenzuela Zorrilla, director Médico de la Zona Norte, destacó que hay muchos “casos invisibles” de niños y jóvenes que tienen la enfermedad, pero como son asintomáticos no se ven reflejados en las estadísticas a pesar de que tienen cargas virales mucho más altas y son transmisores importantes de COVID por la alta movilidad que tienen y por no guardar la debida distancia.
“No los vemos reflejados (en las estadísticas) porque no presentan síntomas a pesar de que tengan muchos virus en su faringe, en las partículas de saliva cuando tosen, no los vamos a llevar nunca con el doctor porque no vamos a saber ni siquiera que están enfermos y no se les va a hacer PCR y no van a aparecer en la gráfica”, dijo en la conferencia de prensa virtual de este domingo.
Luis Alberto Zapata Holguín, pediatra infectólogo en el Centro Médico de Especialidades, explica que si bien los niños son los mayores portadores del virus SARS-CoV-2, que causa el COVID-19, son los que menos desarrollan síntomas, lo que atribuye a que no son pacientes que están inmunocomprometidos, es decir, no tienen deficiencias en sus defensas.
“Este virus ataca mucho la cuestión endotelial, lo que es el tejido adentro de la arteria, en los niños no hay un daño endotelial todavía como en los adultos que son hipertensos, que tenemos algún daño crónico porque comemos taquitos, carnitas, en los niños todavía está como virgen este tejido y creo que eso favorece mucho a que esta enfermedad no afecte tanto a la población pediátrica”, detalla.
Solo en caso de que los pacientes pediátricos tengan cáncer, diabetes, obesidad o alguna otra enfermedad que los haga padecer defensas bajas, desarrollan síntomas más severos y pueden tardar un poco más en evolucionar favorablemente.
Por ejemplo, menciona que desde marzo al mes de agosto había atendido a unos 30 niños con probable COVID, de los cuales un 80 por ciento eran asintomáticos, pero sus padres decidieron llevarlos a revisión médica porque ellos o algún familiar estaban contagiados.
El 20 por ciento restante de sus pacientes con cuadro de coronavirus presentaban síntomas leves como fiebre, escurrimiento nasal, tos o diarrea, malestares que regularmente ceden en dos o tres días con tratamiento.
Comenta que solo en uno de los casos que ha atendido, el de una niña de 1 año, recurrió al internamiento porque la paciente llegó con neumonía y a pesar de que la prueba de COVID salió negativa, la sospecha clínica era muy alta y la trató como tal.
EL VIRUS LLEGÓ A CASA
Entre los pacientes del pediatra Luis Alberto Zapata se encuentran los hermanos “Humberto” y “Eduardo”, de 14 y 8 años, a quienes se les cambia el nombre para resguardar su identidad después de que junto con sus padres tuvieron COVID durante el mes de junio.
La familia juarense expone que presumen que la enfermedad la propagó el papá, quien es trabajador externo de la maquiladora Foxconn San Jerónimo, donde en esa fecha se presentó un brote en la planta y tuvo conocimiento de la muerte de al menos cuatro trabajadores presuntamente a consecuencia del virus.
“En realidad fui yo la que empezó con los síntomas, porque mi esposo fue asintomático. Comencé a tener dolor de piernas y en una hora ya tenía en todo el cuerpo. No era normal. Amanecí con 39 de temperatura y ya no se me quitó”, cuenta la madre, quien fue la que presentó la enfermedad con mayor severidad.
Acudió al Hospital General, donde la revisaron en la banqueta a través de una ventana y le dijeron que no había necesidad de internarse, por lo que prefirió recurrir a una amiga que es médica, quien le pidió realizarse la prueba de COVID y una radiografía del tórax.
Casi al mismo tiempo, “Eduardo”, el menor de la familia, comenzó con temperatura de 40 grados, dolor estomacal, vómito y ronchas en el abdomen.
Después siguió “Humberto”, el adolescente de 14 años, quien narra haberse sentido engripado, con fiebre y tos.
“Cuando nos confirmaron que teníamos COVID pensé que ya había muchas personas que se habían recuperado, que nosotros también lo íbamos a lograr, pero el que más me preocupaba era mi hermanito, pensaba en cómo le daría la enfermedad, cómo se sentiría. Me enojé. Pero luego vi que se recuperó rápido y andaba corriendo, así que me tranquilicé”, cuenta.
El miedo también se apoderó del menor de la familia y de los padres. Pensaban que todos podían morir.
“Aparte de sentirme culpable porque pensaba que de alguna forma yo los contagié y yo no me sentía mal físicamente, pensaba que se podían morir, que me podía morir, todas esas cosas, fue una carga la que sentí, una responsabilidad muy grande”, agrega el padre.
Sin embargo, los niños fueron los primeros en recuperarse. En unos días los síntomas empezaron a disminuir. Sólo la madre estuvo casi tres semanas con el padecimiento que la obligó a mantenerse completamente aislada; actualmente tiene algunas secuelas como agotamiento y debilidad pulmonar.
Los padres cuentan que además de recluirse en su hogar por prescripción médica, pidieron a sus hijos no contar nada a sus amigos porque temían ser rechazados o agredidos por desconocimiento de la nueva enfermedad.
Ahora, a tres meses de haberse contagiado de COVID, la familia mantiene sus rutinas de cuidado personal, limpieza y distanciamiento social, así como el uso de cubrebocas. Además, cuando tienen confianza con las personas y perciben que hay apertura para escucharlos, les cuentan su experiencia para tratar de hacer conciencia y evitar la propagación del virus.
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