Una leyenda que sintetiza la importancia de la naturaleza en la concepción del mundo de una de nuestras culturas más deslumbrantes.
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Un rasgo fundamental (y maravilloso) de la especie humana es su capacidad de fantasía. Desde tiempos remotos, el hombre ha sabido encontrar interpretaciones —a veces fantásticas, míticas y sobrenaturales— a todo tipo de elementos y sucesos en su entorno; así es como nacen las leyendas. Estos relatos, inicialmente transmitidos de manera oral, son explicaciones de lo inexplicable, lo divino y lo terrenal, acercamientos a la vida y la muerte. Una leyenda es, sin lugar a dudas, un documento imprescindible que invita a entender la manera en que los antiguos pueblos del mundo concebían y nombraban la vida. Un ejemplo de esto, uno nacido dentro de la cultura maya, es la leyenda de la flor de mayo.
Plumeria rubra o flor de mayo es un árbol nativo de las regiones tropicales y subtropicales de América. Su nombre común se debe a que florea únicamente en el mes de mayo. Sus hermosas e intrigantes flores, casi siempre blancas o rosáceas, lo volvieron el favorito de los mayas para decorar sus patios, cementerios y jardines; además de que, por su forma y altura, estos árboles producen una agradable (y muy necesaria) sombra. En maya se le conoce como sak nicté (blanca flor) y, como todo buen testigo del paso del tiempo, esta planta es parte de su universo mítico.
La leyenda cuenta la historia de un hombre que caminaba todas las noches contemplando la bóveda celeste —específicamente la Cruz del Sur—, asombrado por su belleza. El hombre, entristecido porque su esposa y él no podían tener descendencia, pidió a los dioses que le permitieran tener una hija y que esta fuese tan bella como las estrellas que observaba.
Los dioses escucharon al hombre y le concedieron su deseo. La pareja tuvo a una hermosa niña, tan hermosa como los astros. La pequeña creció bella, pero triste y frágil. Enfermiza y solitaria pasaba sus días mirando al firmamento. Su enfermedad era desconocida, ningún curandero de su comunidad sabía lo que tenía y, por ello, sus intentos por sanarla fueron inútiles. Tiempo después, la noche de mayo en la que la Cruz del Sur brilla más intensamente, la niña murió.
En su profunda tristeza, el padre soñó, la noche posterior al deceso, que la niña volaba hacia las estrellas. Así logró explicarse que, para satisfacer su deseo, los dioses le habían mandado una de sus estrellas, que había adoptado apariencia humana. El obsequio después de un tiempo debía regresar a donde pertenecía, con su familia de estrellas en el firmamento.
El cuerpo de la niña fue enterrado en el cementerio, donde, un año después, exactamente al pie de la tumba de la pequeña, durante el mes de mayo, brotó una planta que se convertiría en árbol y que, cada año, durante el quinto mes del calendario, florecería en honor a la niña estrella. Así es como el árbol del recuerdo adoptó su nombre.
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La leyenda de la flor de mayo nos invita a pensar la vida más allá de una serie de acontecimientos explicables de manera lógica y racional: quizá, la poesía de la vida radica en encontrar en la fantasía un refugio de libertad inigualable. Las leyendas, como el arte, tienen la capacidad de modificar nuestra visión del mundo y de las culturas que lo habitan a través de la imaginación.
En una búsqueda por preservar y celebrar la cultura maya, nace Baktún Pueblo Maya, una iniciativa de La Vaca Independiente que trabaja en el registro y la difusión de distintas prácticas culturales de las comunidades mayas actuales en la Península de Yucatán —tesoros vivos de nuestro país.