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“Existe un problema en las fronteras de la imaginación”: Lorenzo Alunni

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Pie de Página

ITALIA.- En una imagen reciente, 10 de agosto, un grupo de 40 migrantes busca aferrarse al casco de la pequeña embarcación sobre la que se aventuraron en las aguas del Mediterráneo. Buscaban las costas de la isla siciliana de Lampedusa. El oleaje provocado por las corrientes de aire había volcado el navío a unos 25 kilómetros de su destino. Ese momento de terror fue capturado por la lente de un fotógrafo de la agencia AP, quien iba a bordo del buque rescatista de Open Arms. No hubo víctimas fatales.

Con apenas 20 kilómetros cuadrados, Lampedusa es el punto nodal del fenómeno migratorio. La travesía por las aguas del Mediterráneo central ha costado la vida de unas 25 mil personas de 2014 a la fecha. Otra cantidad similar desapareció en la misma ruta, sin rastro alguno. La pequeña embarcación, auxiliada por la agrupación española es apenas un punto de referencia de una de las grandes tragedias humanas de la actualidad que, sin embargo, parece invisible a los ojos del ciudadano común. A no ser en tiempos de política electoral.

El constante arribo de inmigrantes a la isla ocurre de manera controlada, fuera de la vista de los turistas y de los pobladores, quienes viven sus propias crisis, económicas y de asistencia pública. El caldo en el que la extrema derecha italiana ha cultivado seguidores suficientes para hacerse de la primera magistratura, desde la era fascita. “El que no tiene derecho que no venga. El que tiene derecho que venga en avión, no en una barcaza arriesgando su vida”, dijo la semana pasada Matteo Salvino, el ex ministro del interior y figura preponderante del movimiento, quien se apersonó en la isla.

Lampedusa es reflejo de lo que se vive en otras latitudes. Y viceversa. Un compendio de desgracia y desolación, de derechos violentados y discriminación. Pasa en la frontera de México y Estados Unidos. Pasa tierra adentro, en ambos países, donde también crecen la intolerancia y la agresividad. Pero ya sea en uno o en otro lado del planeta, las huellas de todo, sea político o social, se queda en los cuerpos de los inmigrantes, como registro latente que brinda una idea profunda del momento que atravesamos y de los ideales que muchas y muchos mantienen vivos.

La forma en la que se atiende médicamente a los inmigrantes en los centros de atención, dice el doctor en antropología social Lorenzo Alunni, debe verse por tal razón como un instrumento político para gobernar en las fronteras. Es allí en donde pueden captarse las formas en las que el cuerpo de los migrantes absorbe y expresa la experiencia de la llamada migración “ilegal”. Es decir las formas en que los cuerpos y las fronteras se enmarcan entre sí.

Alunni ha visitado la isla durante cinco años para realizar sus investigaciones etnográficas, que verán luz en el libro que comienza a partir del mes próximo, cuando ocupe una residencia temporal en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. En su visita más reciente, en la primera semana de agosto, coincidió con el pico de la crisis de migrantes que acusa Lampedusa, atribuida a la hambruna que ha comenzado a recrudecer tras el conflicto en Ucrania.

Previo a su partida a Nueva Jersey, accedió a compartir con Pie de Página sus lecturas sobre el fenómeno migratorio.

— Los procesos migratorios que atraviesan México tienen motivos específicos, como el hambre y la violencia. En las últimas décadas, sin embargo, han surgido dos fenómenos en torno a ella: la injerencia de los grupos de poder político y el crimen organizado. ¿Encuentras similitudes con lo que has visto en el Mediterráneo central?

— Absolutamente sí. La principal similitud radica en el papel de los gobiernos libios y las milicias libias en la ruta migratoria del Mediterráneo central. Se trata de figuras de poder que reciben importantes fondos de la Unión Europea, y en particular de Italia, para la gestión de los flujos de inmigrantes de países africanos y de Oriente Medio. Y, junto con la financiación, las herramientas vienen de Europa -en particular, las lanchas patrulleras de la llamada «Guardia Costera libia», es decir, los milicianos que realizan devoluciones ilegales- y su entrenamiento. Pero son las mismas personas que luego gestionan los centros de detención de inmigrantes que llegan a Libia, en tránsito hacia el Mediterráneo: son centros donde, como atestiguan numerosos informes, se perpetran torturas, violencias, chantajes y extorsiones de dinero. Todo ello, financiado oficialmente por la Unión Europea, que de hecho externaliza su propia frontera y acepta que ésta se gestione sin ningún respeto por los derechos humanos más básicos.

— Quienes emigran traen consigo una serie de informaciones que les permiten analizar lo que sucede en sus lugares de origen [convulsiones sociales nacidas de la intervención de los lobbies energéticos y la política extractivista de países desarrollados]. ¿Qué te dice la condición de los inmigrantes que has visto en Lampedusa?

— En Lampedusa, la presencia de migrantes se encauza completamente en un circuito militarizado y se confina en lugares de acceso estrictamente prohibido (el muelle militar, el hotspot, etc.). El objetivo es que los migrantes desaparezcan inmediatamente de la vista de la población local y de turistas, a los que no se debe molestar, sobre todo desde el inicio de la pandemia del Covid-19 (anteriormente, se dejaba circular informalmente a algunos migrantes por la isla). Esto significa que, paradójicamente, Lampedusa es uno de los lugares de Italia donde, de alguna manera, los inmigrantes son menos vistos. Esto no quita que, sobre todo en el momento del desembarco y en el pequeño hospital de la isla, lo que aparece es que la información que traen consigo los migrantes es la que tienen marcadas en su cuerpo, entre el cansancio y la enfermedad, las huellas de la tortura, de la pobreza, entre el trauma y la triste esperanza reflejada por el cuerpo.

— La extrema derecha utiliza la migración en un discurso cada vez más violento, alimentando miedos y agresiones. Lo vemos tanto en Estados Unidos como en la Unión Europea. Por el contrario, los grupos progresistas están perdiendo fuerza en su narrativa. En los hechos, ¿cuánto impacto tiene realmente la política electoral en algo tan profundo y humano como los procesos migratorios?

— En el contexto europeo y mediterráneo, el impacto de la dinámica electoral es real e inmediatamente reconocible. Pienso, por ejemplo, en las distintas operaciones de salvamento en el mar, que, según los distintos gobiernos, tienen diferente financiación, alcance y objetivos, con diferencias en la relación entre las dimensiones humanitarias y de seguridad.
También estoy pensando en las decisiones en términos de asignación de recursos a los centros de recepción y su personal en las áreas de desembarque. Y, por último, también pienso en la diferente relación de los partidos políticos con las ideas de corredores humanitarios y, sobre todo, de rutas de inmigración legales y seguras.

Dicho esto, no debemos olvidar que algunas de las políticas migratorias más problemáticas y relacionadas con la seguridad en ocasiones provienen de grupos progresistas. Pienso por ejemplo en el ministro italiano de centroizquierda Marco Minniti, el principal artífice de los infames pactos con los gobiernos y las milicias libias. La extrema derecha tiene muchas caras, a veces caras insospechadas.

— Una mayoría de analistas cree que la guerra en Ucrania dará inicio a oleadas inéditas de migración. Pero, ¿cuáles son los cambios sustanciales que prevé como consecuencia directa del conflicto?

— La crisis de los refugiados ucranianos ha puesto de manifiesto de manera sorprendente la dimensión racial de las decisiones de acogida o rechazo de los solicitantes de asilo por parte de los países europeos. Aquellos que huyen de la agresión rusa han recibido un trato de apertura que nunca se les ha otorgado a los inmigrantes que llegan a través del Mediterráneo. Lejos de cualquier jerarquía de solicitantes de asilo (quiero evitar malentendidos: estoy muy contento con la acogida que se ha dado a los ucranianos, solo espero que lo mismo suceda con otras nacionalidades y otras guerras y hambrunas), esto nos dice que, si la guerra en Ucrania tendrá o tiene consecuencias o no en términos de migración, la cuestión no es de números y recursos, sino de decisiones políticas y morales sobre cómo gestionar las llegadas. Además, incluso si tendemos a posponer el tema, las migraciones climáticas también plantean el mismo problema.

— En ambos hemisferios hay activistas y grupos de apoyo a migrantes. Son grupos que enfrentan muchas presiones políticas y sociales. ¿Cómo crees que deberían adaptarse a los nuevos retos que plantean los procesos migratorios?

— Por un lado, está la actividad real de algunas ONG que respeto mucho -pienso por ejemplo en los barcos no gubernamentales de rescate y salvamento de migrantes en el Mediterráneo (SeaWatch, Mediterránea, y otros). Y esto es algo absolutamente fundamental, por supuesto. Por otro lado, sin embargo, hay otra actividad de gran importancia, aunque a veces tendemos a olvidarla: la de ofrecer siempre a la opinión pública la posibilidad de recordar que también hay otras formas de entender la migración y las decisiones que ello implica; por ejemplo en términos de rescate y definición de lo que es legal o no, y así sucesivamente.

En definitiva, es muy importante, en mi opinión, que estas organizaciones creen un espacio de acción y narración alternativo a las agendas políticas y mediáticas dominantes así como de los discursos relacionados con palabras clave, crisis creadas ad hoc, situaciones estructurales presentadas como emergencias, etc.. Además, es el mismo deber que atribuyo personalmente a las y los investigadores que se ocupan de estos temas. Por lo tanto, también es un recordatorio para mí mismo.

— ¿Qué lecciones debe aprender un continente del otro, política y socialmente hablando?

— Dadas las situaciones actuales de los dos continentes en el tema de las llamadas migraciones «ilegales», creo que, cuanto más pueda aprender un continente del otro, las personas de buena voluntad de los dos continentes deberían imaginar uno tercero: un nuevo continente imaginario lleno de buenas prácticas y humanidad, donde las cosas no salgan tan mal como en sus respectivas realidades, y aprender de ese continente ideal, y tomar ejemplo de cómo van las cosas allí. Me doy cuenta de que es una respuesta un tanto utópica y soñadora, pero en realidad estoy convencido de que una de las cosas que le falta a nuestras sociedades y a nuestros representantes políticos es una imaginación que no tenga miedo a lo impensable ni a la transformabilidad de los bellos pensamientos en una realidad política y social. Existe un problema en las fronteras de la imaginación.

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