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Todos los candidatos a la presidencia de la República se llenan la boca prometiendo terminar la vergonzosa corrupción que nos invade por todas partes. ¿Esto es posible? Desde luego que lo es, pero lo importante es comprobar los medios con que realmente cuentan para lograrlo. No es fácil ni sencillo cumplir esta promesa de campaña. Otros han prometido lo mismo, y no lo han conseguido, aunque a nivel personal no se les puedan comprobar actos de corrupción. El problema es, lamentablemente, bastante institucional y generalizado. A todos nos atrae el dinero y no cualquiera vence la tentación de robar lo que no es suyo.
Jesucristo es enemigo frontal de la corrupción; sin embargo, entre sus doce elegidos por él como sus más cercanos colaboradores, no faltó un Judas, que se robaba lo que buenas personas le daban a Jesús para su ministerio. En el banco del Vaticano, a pesar de la santidad y de la rectitud de los romanos pontífices, ha habido gente corrupta. En nuestras diócesis y parroquias, así como en las instancias protestantes, no han faltado casos de corrupción, no alentada por los obispos, párrocos y pastores, sino por la ambición del dinero, que tentadoramente se mete en las conciencias.
Ante todo, hay que analizar el testimonio personal de los candidatos: qué tan honestos son, qué tan transparentes en sus negocios, qué tan buenos administradores de los bienes públicos, qué tan libres y generosos para poner sus propios bienes al servicio de los demás. También hay que analizar el historial del círculo inmediato de sus colaboradores, porque algunos corruptos se han sumado a determinada opción partidista sólo por la esperanza de ganar un puesto, no por convicciones ideológicas, ni porque sean muy ejemplares en su vida. Hay que conocer las medidas legales y morales que ofrecen para cumplir lo que prometen en este punto, pues no es fácil acabar con esta epidemia de la corrupción. ¡Cuidado! ¡Puede haber corruptos entre quienes prometen acabar con la corrupción!
Pensar
Los obispos latinoamericanos dijimos en el Documento de Aparecida:
“Es alarmante el nivel de la corrupción en las economías, que involucra tanto al sector público como al sector privado, a lo que se suma una notable falta de transparencia y rendición de cuentas a la ciudadanía. En muchas ocasiones, la corrupción está vinculada al flagelo del narcotráfico o del narconegocio y, por otra parte, viene destruyendo el tejido social y económico en regiones enteras” (70).
“Cabe señalar, como un gran factor negativo en buena parte de la región, el recrudecimiento de la corrupción en la sociedad y en el Estado, que involucra a los poderes legislativos y ejecutivos en todos sus niveles, y alcanza también al sistema judicial que, a menudo, inclina su juicio a favor de los poderosos y genera impunidad, lo que pone en serio riesgo la credibilidad de las instituciones públicas y aumenta la desconfianza del pueblo, fenómeno que se une a un profundo desprecio de la legalidad. En amplios sectores de la población, y especialmente entre los jóvenes, crece el desencanto por la política y particularmente por la democracia, pues las promesas de una vida mejor y más justa no se cumplieron o se cumplieron sólo a medias” (77).
“Es responsabilidad del Estado combatir, con firmeza y con base legal, la comercialización indiscriminada de la droga y el consumo ilegal de la misma. Lamentablemente, la corrupción también se hace presente en este ámbito, y quienes deberían estar a la defensa de una vida más digna, a veces, hacen un uso ilegítimo de sus funciones para beneficiarse económicamente” (425).
“Pensemos cuán necesaria es la integridad moral en los políticos. Muchos de los países latinoamericanos y caribeños, pero también en otros Continentes, viven en la miseria por problemas endémicos de corrupción. Cuánta disciplina de integridad moral necesitamos, entendiendo por ella, en el sentido cristiano, el autodominio para hacer el bien, para ser servidor de la verdad y del desarrollo de nuestras tareas sin dejarnos corromper por favores, intereses y ventajas. Se necesita mucha fuerza y mucha perseverancia para conservar la honestidad que debe surgir de una nueva educación que rompa el círculo vicioso de la corrupción imperante. Realmente necesitamos mucho esfuerzo para avanzar en la creación de una verdadera riqueza moral que nos permita prever nuestro propio futuro” (507).
Actuar
No nos dejemos embaucar por la propaganda electoral. Analicemos bien quién de los candidatos puede realmente combatir la corrupción con la mayor eficacia posible, sabiendo que el país depende de la honestidad de todos los ciudadanos, y no sólo de las autoridades.
Obispo Emérito de SCLC.