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En su propio país, el INM los discrimina por su color de piel

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La Jornada

Mientras viajaban en autobús a Tapachula, Chiapas, en 2009, Tobyanne Ledesma y su madre fueron señaladas por agentes migratorios, las bajaron de la unidad y les pidieron sus credenciales de elector, después les exigieron el pasaporte, pero no lo traían con ellas, pues están en su propio país.

Por el color de su piel (son afrodescendientes), personal del Instituto Nacional de Migración (INM) puso en duda su nacionalidad y las hizo pasar un calvario. Las interrogaron por separado y las violentaron durante dos horas.

El de Tobyanne, quien hoy es la titular del Mecanismo de Protección para Defensores de Derechos Humanos y Periodistas de la Ciudad de México, es uno de varios testimonios presentados en el informe Por el color de mi piel y la forma en que hablo español: la detención y deportación de indígenas y afrodescendientes mexicanos por el INM, del Instituto para las Mujeres en la Migración (Imumi).

El reporte asienta que los propios agentes migratorios han señalado que «reconocen» a los migrantes «por su comportamiento nervioso, color de su piel, vestimenta, pero sobre todo, por su olor». Se trata, enfatiza el Imumi, de métodos discriminatorios que conducen a la detención ilegal, desaparición y deportación de indígenas y afrodescendientes mexicanos al ser identificados erróneamente como indocumentados. A los primeros se les envía a Guatemala u Honduras, a los afrodescendientes a Haití, Honduras o Cuba.

Las tasas más altas de abusos por parte de agentes del INM, subraya el informe, se dan sobre todo en puntos de tránsito, aeropuertos y autobuses. Además de tener que presentar su documentación, cuando se les detiene e interroga son obligados a cantar el Himno Nacional o a responder sobre historia de México, entre otros «tratos degradantes». Estas acciones se dan con fuerza física y violencia.

Desde que era niña, Tanya Duarte ha enfrentado esa discriminación racial. «Es parte de mi vida diaria», dijo resignada a los investigadores del Imumi. A los 12 años de edad, en el camino a su escuela, dos hombres la golpearon y la llevaron a un centro de detención; con el fin de rescatarla, su madre tuvo que pagar y comprobar con fotografías que era mexicana.

“Desde que tenía veintitantos, aprendí que debo tener mi acta de nacimiento, pasaporte y toda identificación posible a la mano. Ahora les muestro todo (a las autoridades migratorias). Tengo mi membresía del Sam’s y licencia de conducir, tengo absolutamente todo”.

Sin embargo, en no pocas ocasiones los agentes han asegurado que sus documentos son falsos y le han exigido cantar el Himno Nacional. En lugar de eso, Tanya les da la receta del mole poblano o del caldo tlalpeño.

Jesús, de 21 años, originario de Yaxgemel, ubicado en el municipio de Chenalhó, Chiapas, viajaba de San Cristóbal de las Casas a Tuxtla Gutiérrez cuando los agentes migratorios subieron al autobús. Le pidieron sus papeles y pese a presentarlos, le dijeron que estaba mintiendo, que no era mexicano, pues «tus características son centroamericanas y apenas se entiende tu español», le espetaron. Jesús habla tzotzil. Lo amenazaron con deportarlo y por horas fue víctima de agresiones. «Me discriminaron por mi color de piel y por la forma en cómo hablo español», señaló.

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