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En la colonia de Ayelín ya nadie sale a jugar a las escondidas

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Amapola Periodismo

La niña de nueve años mira hacia la calle. Juega adentro de su casa con otra amiguita, de la que está pendiente su mamá. Es una casa pequeña. Aquí no pueden jugar a las escondidas ni a las atrapadas. Las niñas, una de seis y otra de nueve años, están aburridas.

Eran las amiguitas de juegos de Ayelín.

“Nosotros le decíamos Anye”, dice la niña de seis años.

Ayelín fue asesinada a pocos metros de su casa en Tixtla. Estuvo desaparecida cuatro días. Hallaron su cuerpo desmembrado el lunes 19 de octubre, alrededor de las diez de la mañana.

“A Anye le gustaba jugar a Televisa”, cuenta la que era su amiga más cercana, la de nueve. Dicen que ese juego la hacía muy feliz. El otro juego que más le gustaba era el del bote de arena.

Cuentan en qué consisten ambos juegos. En el de Televisa se dicen los nombres de programas de comedias, de caricaturas o de telenovelas. Quien abre este juego dice: Televisa presenta nombres de comedias (por ejemplo). La que continúa dice el nombre de un programa de comedias y, así sucesivamente, hasta que ya no tienen más nombres de esos programas.

Acceso y panorámica de la colonia La Candelaria, donde vivía Ayelín y donde la secuestraron y asesinaron.

Jugaban este juego porque a Ayelín le gustaba mucho. El juego preferido de todas y todos los niños de este grupo de amiguitos, de alrededor de 10 integrantes, de entre tres y 13 años, lo que más les gusta jugar es al bote de arena. Ayelín era la más grande del grupo.

“Sí, ella ya estaba grande, pero Anye aún andaba jugando como una niña de cinco”, cuenta una de las mamás de las niñas. Recuerdan que Ayelín jugaba pero también cuidaba a los más chicos, como a su hermanita de tres años.

El bote de arena es una forma de jugar a las escondidas. Un integrante del juego avienta el bote de arena lo más lejos posible. A quien le toca hallar a las amigas y amigos escondidos, primero tiene que encontrar el bote y después buscarlos a ellos.

Cuando encuentra al primero de los escondidos hace sonar el bote de arena y dice el nombre del encontrado. Entonces todos salen de su escondite y todo se vuelve a repetir.

Durante el día, este grupo de niños se la pasaba en su casa, pero alrededor de las seis de la tarde, alguien tomaba la iniciativa para empezar a jugar e iba a las casas de los demás a llamarlos. Casi siempre era Ayelín la que hacía esto, con su hermanita de la mano.

Jugaban de dos a tres horas seguidas. Su alboroto se escuchaba por toda La Candelaria, en la que en promedio viven 40 familias. A esta colonia apenas llegó la luz, no hay agua entubada, y la calle principal tiene sólo dos franjas de cemento en medio, para que los carros circulen sin atascarse en el lodo, cuando llueve.

Como a las nueve de la noche, las mamás y papás de las niñas y niños comenzaban a llamarlos para que ya se metieran a sus casas. Se despedían ese día, pero al siguiente se buscaban para jugar de nuevo.

Como 15 días anteriores a la desaparición de Ayelín los menores no habían jugado. Dos hermanitos de esta pandilla de juegos se fueron a visitar a sus familiares y su ausencia los entristeció. El miércoles 14 de octubre regresaron. El juego se reanudó.

Fue el último día que Anye jugó al bote vacío, también el resto de pequeños, porque las mamás y los papás ya no los dejan salir a jugar.

“Cómo los vamos a dejar que jueguen, con lo que pasó, no hay confianza para que salgan”, dice la mama de la niña de nueve años.

Tres de los presuntos asesinos de Ayelín son vecinos de la colonia. Este lunes, la Fiscalía General del Estado (FGE) informó que vinculo a proceso a tres personas por el crimen. De acuerdo con las primeras declaraciones de uno de ellos, el autor intelectual, quien les pagó para secuestrar a la mamá y a Ayelín, también vive en La Candelaria.

Los menores aunque se aburren dentro no salen para nada.

“Me da mucho miedo salir”, confiesa la niña de nueve años.

El impacto del asesinato de Ayelín en sus amiguitos ha sido terrible. El miedo a salir los ha paralizado. Aunque tienen ganas de jugar, ellos mismos se limitan.

“No quiero que me pase lo mismo”, dice la niña.

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