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EL PRI SE EVAPORA. SE VAN LOS VOTOS, SE VA EL DINERO, SE VAN LOS MILITANTES

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Eme Equis

Con un PRI postrado después de sus peores resultados electorales, López Obrador tiende la mano a sus enemigos históricos. Apuesta por quebrarlos, los tienta para que apoyen sus reformas de fin de sexenio. Juega a resquebrajar el bloque opositor.

Tras las elecciones, salieron todos los demonios posibles. Los que exigen cambio de diablo, los que buscan arrimarse al fuego, los que levantan castillos en el aire y los que quieren irse directo a las puertas del infierno. Andrés Manuel López Obrador lo sabe y, hasta cierto punto, deja que los liderazgos del PRI sigan dando tumbos. Pero al mismo tiempo los tienta para que apoyen sus reformas de fin de sexenio: la energética, la electoral y la que pretende que la Guardia Nacional quede formalmente bajo la égida de la Sedena. AMLO está mostrándoles una salida de emergencia.

Entre los diablos más aguerridos están aquellos que exigen la renuncia de Alejandro Moreno, el frívolo presidente nacional del tricolor que se dedicó a comprar estatuas caras, pantallas planas de 100 mil pesos y hasta cestos de basura suntuosos. Mientras el líder decoraba sus oficinas, los priístas de base repartían volantes en las calles, montaban eventos fallidos en Facebook y en general dejaban el alma para tratar de conseguir algunos votos.

Un exgobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz, fue el primero en colocarse al frente de los insurgentes: a golpe de tuitazos pidió la renuncia de Alito Moreno –así le dicen cariñosa y socarronamente–. La demanda saltó de las redes sociales a la sede nacional del PRI, donde un grupo de alborotadores se enfrascó en una reyerta que terminó con un herido de bala, como si llegar al trono pudiera hacerse a punta de pistola. Chango viejo no aprende maroma nueva, dicen.

El detalle es que Ulises Ruiz es aliado de otro exgobernador de Oaxaca, José Murat, quien a su vez es padre del actual mandatario del mismo estado, Alejandro Murat Hinojosa. Y sí, este joven político es el mismo que suele retratarse con AMLO a cada rato, es decir, uno de los priístas más cercanos al presidente de México. Un veterano líder de izquierda asegura que ahí está el truco: la mano del tabasqueño está agitando las aguas del PRI.

En este contexto, el diagnóstico de los inconformes es implacable: de las 15 gubernaturas en disputa, el PRI no pudo alzarse con ninguna victoria. Y, más aún: el tricolor fue vencido por Morena y sus aliados en los ocho estados que comandaba: Campeche, Colima, Guerrero, San Luis Potosí, Sinaloa, Sonora, Tlaxcala y Zacatecas. Eso significa que cientos de priístas que trabajaban en esas estructuras burocráticas se quedarán sin empleo. También quiere decir que el dinero proveniente de esos estados ya no estará disponible para aceitar la maquinaria del PRI.

La frase “Un político pobre es un pobre político” –atribuida a Carlos Hank González, líder por muchos años del Grupo Atlacomulco– resume el sistema de pensamiento que recorre las reflexiones de los priístas en estos días. Se les escucha preocupados en los desayunaderos políticos. Y la gente de Morena lo sabe.

Además de la evaporación de los votos y del dinero, el futuro no luce alentador. El próximo año hay elecciones en otros cuatro estados, dos de ellos gobernados por el tricolor: Hidalgo y Oaxaca. Las previsiones electorales apuntan a que Morena arrebatará esos dos bastiones al PRI, dejando al partido de Alito Moreno al borde del precipicio. Ninguna afición admite sin chistar una goliza de 10 a 0. Los priístas tampoco.

Y, para colmo, los militantes se están yendo del partido: perdieron 79% de sus afiliados en los últimos dos años. En junio de 2019 contaban con 6.7 millones de simpatizantes registrados, pero para junio de 2021 esa cifra se redujo a 1.3 millones. Abandonaron al PRI más de 5 millones de militantes.

EL PEQUEÑO VALOR DEL PRI

El PRI de nuestro tiempo asemeja al perdedor del juego de las sillas. Tocan una canción, corre desaforado y, cuando paran la tonada, advierte que todos los asientos están ocupados. Ocurrió en 2018. La versión de que el propio Enrique Peña Nieto hizo un acuerdo con AMLO para que el PRI perdiera creció como la espuma. Según versiones periodísticas, la moneda de cambio habría sido impunidad para el mexiquense y sus amigos. El miedo a la cárcel bien vale un buen pacto.

A pesar de la derrota de hace tres años, los priístas volvieron a aplicar la misma fórmula en las elecciones de 2021. Los militantes de base hicieron campañas sin advertir que contaban con poco o nulo apoyo desde la dirigencia del tricolor. No entienden que no entienden. El resultado a nivel gubernaturas fue desastroso para el PRI. Las victorias ocurrieron casi exclusivamente cuando fueron en alianza con PAN y PRD. Su pequeño valor radica ahora en la cantidad de asientos que lograron en la Cámara de Diputados.

Esos 70 curules representan los destellos de fuerza que aún le quedan al PRI. Si los juegan con el PAN y PRD, satisfacen el enojo de quienes miran a AMLO como el peor presidente de todos los tiempos y alientan el empoderamiento del PAN como principal ariete de la oposición. Si los invierten en Morena, varios de sus dirigentes –incluidos Alito Moreno, Luis Videgaray o Enrique Peña Nieto– podrían librar la prisión.

En este segundo escenario hay una ventaja añadida. De acuerdo con un dirigente parlamentario y un alcalde electo, Morena está ofreciendo a los priístas puestos dentro de estructuras burocráticas: en las gubernaturas, en la capital del país, en las secretarías de Estado y en futuros puestos políticos. El dominio del presupuesto sigue controlando voluntades. Si apoyan las reformas de López Obrador, tendrán chamba y acceso a los recursos del erario público. Es simple.

López Obrador conoce los miedos y las motivaciones de los liderazgos del PRI y por eso los tienta. Los quiere romper. A fin de cuentas necesita 55 votos para que sus tres reformas constitucionales pasen en San Lázaro. La alianza Morena, PT y PVEM suma 279 diputados, pero les falta ese medio centenar de dedos para alcanzar la mayoría calificada (334 de 500 votos posibles).

El PAN luce firme como cabeza del polo opositor con sus 113 diputados, mientras que el PRD contará con 15 legisladores. Movimiento Ciudadano ha dicho que jugará solo con sus 23 curules, aunque nunca se sabe qué vueltas dará el destino de esta rueda de la fortuna llamada política. El propio fundador de MC, Dante Delgado, ha dicho en entrevistas que no descarta llegar a acuerdos con Morena.

Como sea, el escenario de dos grandes fuerzas disputándose las decisiones relevantes del país pinta para que Morena y el PAN sean los mandones de sus respectivos polos, una situación que no parece desagradarle a López Obrador, quien ha planteado en más de una ocasión que México debería transitar hacia el bipartidismo.

“¿Para qué tantos partidos? Mejor debería de haber dos: el partido liberal y el partido conservador. Y ya”, dijo AMLO en junio de 2020, durante una de sus conferencias mañaneras.

HACIA EL MODELO BIPARTIDISTA: PRIMEROS PASOS

La tradición pluripartidista hace difícil pensar que pueda materializarse en México un modelo bipartidista, como ocurre en Estados Unidos. Los republicanos y los demócratas simbolizan las dos grandes preferencias electorales que suelen estar en tensión no sólo allende el Río Bravo, sino prácticamente en todos los rincones del mundo: la derecha contra la izquierda, los conservadores versus los liberales.

En México, suelen presentarse a las elecciones entre 7 y 10 partidos, aunque muchas veces compiten en coalición. Además, hasta antes de la llegada de AMLO al poder, en 2018, solo dos institutos políticos habían tenido el control de la Presidencia de la República: el PRI gobernó sin tropezones desde 1929 hasta el año 2000, luego vino un interregno donde el poder estuvo en manos de mandatarios del PAN (2000-2012), para posteriormente volver a la égida del PRI (2012-2018).

PRI y PAN han jugado desde la década de los 80 en los carriles de la derecha, dejando el campo fértil para el posicionamiento de los liderazgos de izquierda. Aunque sucumbió en tres intentos seguidos, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas allanó el camino de esta lucha en los comicios presidenciales de 1988, 1994 y 2000. López Obrador tomó la estafeta de este polo electoral en las elecciones de 2006, 2012 y 2018, año en que por fin ganaron los que siempre perdían.

La victoria de AMLO llegó luego de décadas de hartazgo con el modelo neoliberal, caracterizado por el enriquecimiento de las élites a partir de la exacerbación de la corrupción y los abusos de poder. El arribo de Morena supone marcar una diferencia al priorizar programas sociales destinados a las clases populares: apoyos económicos directos a ancianos, estudiantes, personas con discapacidad, madres solteras, trabajadores del campo…

La apuesta de López Obrador ha sido, hasta el momento, bien recibida por los votantes. En las elecciones del pasado 6 de junio, Morena y sus aliados obtuvieron más de la mitad de los diputados federales, al tiempo que arrasaron en los comicios estatales: ganaron 11 de 15 gubernaturas en disputa. Además, la popularidad del presidente se mantiene en alrededor del 60%, según la mayoría de las encuestas. Hubo pérdidas, claro, pero en general la mayoría de los mexicanos sigue apoyando al movimiento lopezobradorista.

El gran descalabro de la izquierda ocurrió en la Ciudad de México, donde la jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, perdió más de la mitad de las alcaldías. Y apenas pudo arañar –juntos con sus partidos aliados– la mayoría simple en el congreso local. Pero el partido opositor que avanzó fue el PAN, no el PRI. En la capital del país el tricolor también salió con las manos casi vacías.

Así, con un PRI evaporándose por los peores resultados electorales de los últimos años, López Obrador tiende la mano a sus enemigos históricos. Apuesta por quebrarlos, asegura un alcalde morenista. Más allá de obtener respaldo para sus reformas, sabe que tiene que mermar la fuerza del bloque opositor, el cual hasta el momento no tiene un abanderado fuerte para representarlos en las elecciones de 2024. Se menciona al panista Ricardo Anaya, al priísta Miguel Ángel Osorio Chong y a otros, pero ninguno parece entusiasmar a las masas.

Las elecciones del 6 de junio mostraron que las derrotas del PRI se traducen en victorias para Morena. El tricolor se evapora y AMLO lo sabe, por eso los tienta, hierve el agua, quiere que esos vapores asciendan a su cielo. Los necesita y ellos lo necesitan.

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