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Costa Rica: Un país que cambió las armas por los chapulines agrícolas

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Pie de Página

AN JOSÉ, COSTA RICA.– Después del caos en los países del Triángulo Norte de Centroamérica, Costa Rica es un remanso. Me impresiona pensar que este país, tan pequeño que cabe en el estado de Campeche, ha logrado rebelarse al destino de la región. Costa Rica decidió navegar en sentido contrario de esa violencia inacabable de sus vecinos y apostó por no tener un ejército, ni armas. Eso se refleja en la mentalidad de los pobladores, para quienes las guerras son una cosa ajena y lejana. Otra cosa que me sorprende es que sea tan vanguardista en la conservación.

1 de octubre de 2022
Día 48

Llego a San José de noche. Un autobús me lleva al centro de la ciudad y, a pesar del cansado viaje, me siento tan tranquilo que me dedico a caminar. El lugar me da una sensación de seguridad que no había sentido en el viaje. Cruzo el centro y me encuentro con una ciudad más hecha que en los países que he pasado: hay espacios para personas con discapacidades, señalética especial para invidentes, ciclopistas, tren interurbano, semáforos que la gente respeta, lavamanos públicos para combatir covid. Las calles son muy limpias, el colmo es una estatua dedicada a los barrenderos de la ciudad.

Me instalo en un albergue cerca del centro. Pregunto si se pude beber el agua del grifo. “Sí, claro”, me responden como si pensar lo contrario fuera una locura. En Belice, Guatemala, Honduras o El Salvador es imposible hacerlo sin el riesgo de contraer una enfermedad. En este punto, no me hace sentido este país.

Costa Rica se encuentra en una de las zonas más conflictivas del continente, sus vecinos rompen récords infames: por un lado, esta uno de los países más pobres de la región, por otro, el más peligroso de la orbe; a veces, uno de ellos es el más peligroso y el más pobre al mismo tiempo. Alrededor de Costa Rica hay problemas graves de desnutrición; persecución contra opositores políticos, periodistas y asesinatos de ambientalistas; también es una de las zonas que más expulsa migrantes a Estados Unidos; y una de las regiones más desiguales del mundo; retrasos históricos en programas de educación y salud. También tiene por vecina una dictadura, y la democracia de los otros deja mucho que desear, entre golpes de estados, estados de excepción, reelecciones ilegales y una semicolonia inglesa.

En medio de ese ambiente volátil, Costa Rica se presume como la “Suiza de Centroamérica”. Tiene una de las democracias más sólidas del mundo, el 99 por ciento de su energía viene de fuentes limpias (que incluso exporta a otros países), el promedio de vida de los ticos es de 88 años (una de las más longevas del planeta); la tasa más baja de mortalidad infantil en el continente; 32 por ciento del país es reserva natural protegida; la cobertura de educación y salud son de las mejores de Latinoamérica, un índice de desarrollo humano sobresaliente, una economía con crecimiento sostenido desde hace 25 años. No tiene ejército, tiene un Premio Nobel de la Paz, un astronauta que ha viajado siete veces al espacio, un portero en el París Saint-Germain y es el único país de Centroamérica que logró un pase al mundial de Qatar.

Un país que pareciera insignificante, y que ocupa apenas el 0.3 por ciento de la superficie del planeta (como el estado de Campeche), continente el 6 por ciento de la biodiversidad del mundo. Le dicen “megadiverso”.

No entiendo qué diferencia hubo en el pasado que este país que hizo una diferencia tan grande. Me voy a dormir con un nudo en la cabeza.

Día 49.

Viajo hasta Monteverde, en el norte de Costa Rica, para conocer una de las reservas naturales estrellas del país. De todos los bosques del planeta solo el 1 por ciento son nubosos, la mayoría de estos ecosistemas están a un punto de desaparecer a consecuencia del cambio climático. El mejor conservado del planeta es este. Lo único que se necesita para llegar son un montón de dólares.

Quizá hoy se esté formulando una de las formas de turismo más perversas que existan. Lo que quiero decir es que, a consecuencia del desastre ambiental, ecosistemas completos se están extinguiendo, así que algunas de estas zonas quedan tan reducidas que su acceso se vuelve restringido y el único criterio de acceso es el dinero.

¿Sólo la gente que pueda pagar podrá ver quetzales? ¿Las raras orquídeas del trópico podrán ser solo admiradas por el mejor postor? Bueno, Costa Rica me da esa impresión.

Monteverde es caro y no consigo lugar para acampar. Encuentro un albergue. Busco transporte público para ir al bosque nuboso, pero no hay; sondeo por un taxi y cobra 15 dólares (300 pesos mexicanos) por un trayecto de 6 kilómetros. Me hecho a caminar y levanto dedo para conseguir raid. El raid nunca llega.

Cuando arribo a la entrada del parque, tengo dos piquetes de avispa y estoy bastante acalorado. En la taquilla, una persona me explica que la entrada cuesta 25 dólares (¡500 pesos mexicanos!). Ese precio es una forma de disuadir a la gente para que no se acerque. Me parece tan caro que sondeo otras alternativas y encuentro que hay descuento de estudiantes. Entonces saco la credencial -de fabricación propia- del Instituto José Revueltas. La dan por buena y pago la mitad.

El parque tiene reglas parecidas a las que podría tener un museo. Se prohíben las fotografías con flash, se pide a los visitantes “mantener la voz baja”, prohibido “recolectar muestras de animales o plantas”. En mal momento recuerdo el desgarriate de las áreas naturales protegidas de México: Hay minas a cielo abierto, tala clandestina, ganadería, hoteles, casas y, en el mejor de los casos, gente haciendo carne asada, paseos a caballo, renta de motocicletas y basurales que sustentan jaurías que viven enajenadas de la sociedad.

En este bosque nuboso no encuentro ni media basura de nada. No hay, por equivocación, una envoltura de algo. Tampoco hay tapitas enterradas, ni botellita perdida. Por supuesto que la basura orgánica está vedada -nada de aventar una cascara de plátano porque “la naturaleza se la lleva solita”-, a nadie se le ocurre agarrar de excusado alguna arbolada tranquila.

En mi vida yo había conocido la conservación tan tirana como aquí. No he visto, tampoco, ambiente natural tan perfecto como este. Caminando en los senderos me da congoja salirme del camino, no me atrevo a pisar una planta o tocar un hongo o helecho, a llevarme una piedrita. La naturaleza más virginal que haya visto. Me pregunto si sólo esta clase de orden tan rígido puede lograr salvar el planeta.

El bosque nuboso es una pecera, una burbuja que ha logrado permanecer intacta al paso de los humanos. La flora y la fauna se conservan desde hace millones de años sin ser perturbados. La nubosidad es densa y el sitio se mantiene entre aguas, un mundo anfibio sobrecogedor y vulnerable.

Se camina por 13 kilómetros en un estado de angustia; uno siente que está profanando la vida del bosque. Eso, una unidad. El ecosistema es posible gracias a un mutualismo estrecho, el individualismo de las especies sería la extinción. La vida solo es posible a través de la diversidad. Los líquenes que alfombran como telarañas atrapan el agua de las nubes que vuelan bajo, el agua gotea hasta otras plantas que se mantienen húmedas, en los árboles crece un hongo que hace posible la prevalencia de las orquídeas, el color y los olores atraen a insectos que ayudan a polinizar.

Los renacuajos crecen en las pequeñas charcas que se forman en el corazón de las bromelias. Las hormigas deshojan arboles no para comer, sino para nutrir un hongo que resguarda en la profundidad del hormiguero, una vez crecido su huésped se alimenta de él. El fungi, a su vez, recicla las plantas y se convierte en fuente de fertilizante para los árboles, que son hogares temporales de aves migratorias. Una especie menos significaría la crisis de todo el entorno.

Las conexiones son infinitas, un ecosistema es como un universo, que interactúa con millares de otros. El daño en uno es el desbalance entre otros. Por ejemplo, este bosque nuboso podría desaparecer a pesar de su férreo proteccionismo. Se ha registrado que el aumento de las temperaturas provocó que especies de lugares más cálidos suban a este bosque y depreden a especies locales. El cambio de la temperatura en el planeta es tan radical que nadie logra adaptarse tan rápido, este ciclo de extinción de especies empezó hace años.

Los cuidadores del parque intentan mantener la “carga de los senderos”, es decir, el impacto que provocan los humanos con el solo hecho de pasar caminando. Muchas personas andando por un lugar podría vencer el equilibrio. Hay árboles de hasta 50 metros de altura, hay hojas de árboles de dos metros, pero lo importante sucede en el espectro de las pequeñas cosas, la rasgadura de un helecho es el desajuste de un complicado orden.

Monteverde es una división continental, lo que provoca que la lluvia que cae en una montaña acabe en dos sitios lejanos: en el Pacífico o en el Atlántico. Dos gotas de una misma nube que terminan en dos mares diferentes. Lo pequeño es primordial, eso es lo que me deja este sitio.

Después de la visita al parque persisto en el raid. Para mi suerte me comparten espacio en una motocicleta.

3 de octubre
Día 50.

Tiempo es dinero en Costa Rica, así que más vale no gastar las horas. Conozco a Carlos en un autobús; es un hombre tan generoso que lo podría perder todo. Usa un sombrero colorido y me regala un antiguo billete de cinco mil colones porque es “el billete más hermoso del mundo”. Y vaya que lo es: por un lado, el expresidente Rafel Yglesias Castro y una exótica guaria morada (flor nacional); por el otro, la pintura Alegoría al Café y al Banano, una de las obras más representativas del país. El billete tiene una viveza única.

Platicamos y comemos limones dulces mientras el camión avanza sobre la encapotada cordillera de Tilarán.

Carlos, de 60 años, estuvo en las juventudes comunistas de Costa Rica. Hoy es comerciante. El hombre conoce al dato la región. Los kilómetros exactos, las fechas importantes, como el año en que Costa Rica hizo su primera exportación (1821) y los entretelones de la política de su país. “Me parece que aquí hay un médico por cada tres mil habitantes”. A él me atrevo a preguntarle por qué Costa Rica tiene una historia tan diferente a la de sus vecinos.

En 1948 el gobierno José María Figueres Ferrer abolió el ejército. Él decide cambiar las armas por violines, los tanques por chapulines agrícolas (tractores)”.

Carlos me cuenta que todo el presupuesto que se empleaba para el ejército, se destinó a educación y salud. Las brigadas de alfabetización alcanzaron las regiones más alejadas del país, el acceso a medicamentos fue inaudito. Hoy la inversión en el sistema educativo representa el 6.4 por ciento del PIB de Costa Rica, en la región ronda el 3 por ciento -incluyendo México-.

El secreto de Costa Rica es que no hay ejército, sí hay una policía que cuida al país. Pero la inversión se destina a educación a salud, no hay helicópteros, no hay armas, no hay tanques”.

La respuesta de Carlos es compartida en Costa Rica. En todos lados aseguran que el armisticio es la fórmula del éxito.

***
Me despido de Carlos para tomar rumbo al sur.

En este país las calles no tienen nombre. Costa Rica, que tiene uno de los mejores sistemas educativos del mundo, la gente se orienta de la siguiente forma: “del palo de mango coja para el palo de aguacate, a diez metros hay un perro echado, ahí es”. ¿Y si el perro salió?, ¿Y si al perro lo adoptaron? Pues no, el perro está bien echado, pareciera que para siempre, para indicar que “ahí es”.

9 de octubre
Día 56.

Dedico unos días a recorrer algunas de las Reservas Naturales mas conocidas de Costa Rica, también visito el Jardín Botánico Lancaster (Una colección de orquídeas única en el mundo) y me aventuro al Pacuare, para remar en lo rápidos más famosos del país. En la corriente del río se recorre una reserva natural desde otra perspectiva. El guía explica que en el lugar está bien conservado porque ahí viven los indígenas, que tienen otra forma de vida.

“Ellos no pagan por nada”, dice. En Costa Rica, esta explicación cobra mucho sentido.

En el río planto la mirada en una piedra que los nativos utilizaron para advertir: “harea protejida”. La frase me resulta tan reveladora que resuelvo buscar a los indígenas.

La siguiente entrega del Camino a Ushuaia será sobre los Cabécares, uno de los pueblos más recónditos de Costa Rica. Y también, un pueblo que pone en entredicho el supuesto progreso de la Suiza de Centroamérica…

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