En tres años, Miriam Rodríguez cazó a la mayoría de los involucrados en el secuestro y asesinato de su hija. Los estudió, los acorraló y los capturó.
Ciudad de México, 13 de diciembre (SinEmbargo).- Miriam Rodríguez cazó a los asesinos de su hija por todo México. Para hacerlo se valió de disfraces, cambió de identidad y consiguió una pistola. Su historia es recuperada por Azam Ahmed, periodista del New York Times.
Fue en 2014 cuando la mujer comenzó a seguir los pasos de los presuntos responsables del secuestro y asesinato de Karen, su hija de 20 años de edad.
A Karen se la llevaron en una camioneta. Pidieron rescate y después la asesinaron. Miriam entonces emprendió un viaje en medio del México impune.
“Se cortó el pelo, se lo pintó, se hizo pasar por encuestadora, trabajadora de salud y funcionaria electoral para conseguir los nombres y direcciones. Inventó excusas para conocer a sus familias: abuelas y primos que, sin saber, le daban los más mínimos detalles. Los registraba en un cuaderno que guardaba en el maletín negro de su laptop con el que hizo la investigación y los rastreó, uno por uno”, relata Ahmed en el texto Acechó a los asesinos de su hija por todo México, uno a uno.
Miriam se familiarizó de los hábitos de los agresores. Supo sus biografías, conoció a sus amitos. Llegó incluso a enfrentarlos fisicamente. Todo por entregar justicia a su hija.
“En tres años, Rodríguez capturó a casi todos los que habían secuestrado a su hija para pedir rescate, una galería de criminales canallas que intentaban rehacer sus vidas con diversas ocupaciones: uno había renacido como cristiano, otra era taxista, otro se dedicaba a la venta de coches y una era niñera”, cuenta Azam Ahmed.
“En total atrapó a diez personas en una desesperada búsqueda de justicia que la volvió famosa pero vulnerable. Nadie desafiaba al crimen organizado y ni hablar de encarcelar a sus integrantes”, agrega.
Luego de haber estado frente a los criminales, la mujer solicitó a las autoridades mexicanas que la protegieran.
“Su sorprendente campaña —relatada a través de los archivos del caso, declaraciones de testigos, confesiones de los criminales que rastreó y decenas de entrevistas con parientes, policías, amigos, funcionarios y vecinos— cambió a San Fernando, al menos por un momento. La gente se tomó a pecho su lucha y se indignó por su muerte. El municipio colocó una placa de bronce en su honor en la plaza principal”, añade el periodista del New York Times.