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Víctimas de la Guerra Sucia exigen acceso a la justicia más que disculpas públicas

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Imer Noticias

Vestirse de mujer fue el crimen por el que Emma llegó al sótano de Tlaxcoaque, cuando tenía 17 años.

Etelberto Benítez repitió hasta el cansancio que era maestro cuando llegó al mismo lugar en 1973, pero sólo recibió una respuesta “por eso está aquí”.

A Marcelo Arenas lo culparon de ser guerrillero, en julio de 1974, cuando elementos del ejército llegaron a su casa en Yahualica, Hidalgo y se lo llevaron, a la fecha se desconoce su paradero.

Estos son solo algunos testimonios que sobrevivientes y familiares de víctimas de violaciones graves a los derechos humanos entre 1965 y 1990 compartieron durante el Diálogo por la Verdad de la Ciudad de México.

Este encuentro busca construir una verdad colectiva que esclarezca quiénes fueron los responsables del periodo conocido como Guerra Sucia.

Alejandro Encinas, subsecretario de Derechos Humanos, Población y Migración, señaló que será en septiembre de 2024 cuando el Mecanismo para la Verdad y el Esclarecimiento Histórico entregue un informe final con las vivencias recabadas.

Sin embargo, enfatizó que este esfuerzo no será insuficiente si no se traza la ruta para que todas las víctimas accedan a la justicia.

“Hay que informar a las nuevas generaciones, a quienes no tuvieron afortunadamente la amarga experiencia de los años de la intolerancia, autoritarismo y represión a conocer de esta experiencia histórica para que nos ayuden también a que estos hechos no se vuelvan a repetir.

Venimos a escuchar, a facilitar estos diálogos por la verdad para que en este plazo perentorio que tenemos hacia septiembre del próximo año podamos rendir un informe. Para que se vaya buscando nuevas vías para que esta verdad que se está desenmarañando se derive en actos de procuración de justicia que es la verdadera y más profunda reparación a quienes fueron objeto de estas violaciones a los derechos humanos”.

Las voces de las víctimas

Desde el auditorio del Centro Cultural Tlatelolco, Verónica, Denisse y Emma recordaron las veces que policías capitalinos las subieron a las “julias” por ser mujeres trans.

Si tenían suerte solo las golpeaban y las botaban a las afueras de la ciudad sin ropa y zapatos, el terror venía cuando se daban cuenta que el destino era Tlaxcoaque, donde operaba la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia.

Emma tiene más de 50 años y le da rabia pensar que la mayoría de estos creyó que su elección de ser mujer era un crimen.

Ese es su mayor reclamo hacia el Estado, al que no le exige una disculpa pública, sino que garantice igualdad de oportunidades, acceso a la educación, a la justicia, al trabajo. A una vida digna.

“Las mujeres trans de los años 70, 80 y 90 nos tocó vivir en un sistema que nos reprimió, no nada más fueron las cárceles, los golpes. Nos coartaron la posibilidad de un servicio médico digno, de una escolaridad, fuimos extranjeras en nuestro propio país.

Estas historias no pueden volver a suceder en este país, sea el gobierno que sea, del partido que sea. Siguen siendo cómplices cuando sueltan a nuestros asesinos, cuando no los buscan. No somos muertas por el marido, son transfeminicidios. Qué sigue, más conversatorios, adelante. Pero yo lo que quiero ver es una real reparación al daño que se nos hizo. A mí no me sirve una disculpa pública”.

Etelberto Benítez coincidió, una disculpa pública es necesaria, pero luego qué. Con fuerza dijo su nombre y relató que en 1973 el ejército lo secuestró y lo trasladó de Morelos al Campo Militar número 1 en la Ciudad de México.

Hasta hoy le resulta increíble que el gobierno viera en un maestro normalista a un enemigo.

Previo a su encierro, Etelberto fue cofundador de la colonia Proletaria Rubén Jaramillo en el municipio de Temixco, Morelos.

Era un predio de 64 hectáreas que el gobierno municipal se quería apropiar, por lo que él y Florencio Medrano corrieron la voz. En consecuencia, los habitantes defendieron su territorio, formaron una comunidad y abrieron una escuela para niños y adultos; ese fue su delito

“Querían que dijéramos que éramos guerrilleros de Lucio Cabañas y no teníamos ninguna relación con ellos. Entonces sí tú no dices la verdad te vamos a torturar a tu mamá, aquí la tenemos presa, fue una situación muy delicada. Muy fuerte para nosotros que no teníamos ninguna culpa porque estar ahí.

En qué habíamos perjudicado nosotros al gobierno, habíamos fundado una colonia que se llama Colonia Proletaria Rubén Jaramillo. Estábamos tratando que los alumnos aprendieran. Pero, de manera consciente y a lo mejor eso no le pareció al gobierno, porque estábamos creando una conciencia de clase”.

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