Pie de Página
TACÁMBARO, MICHOACÁN.- Imagínate un lugar, pero no cualquier lugar, un lugar verde y oscuro, un lugar que tenga algunas características claves que permitan que los crímenes que ahí se cometen queden enterrados.
Antes que nada, debe ser un lugar que permita entrar y salir rápidamente sin ser vistos, mejor aún si se puede llegar en automóvil hasta ahí, para evitar la fatiga de cargar un cuerpo.
Las familias siempre recuerdan que la mayoría de los criminales son demasiado holgazanes y quieren trabajar lo menos posible; apenas entran en contacto con el campo es necesario que empiecen a pensar como asesinos.
También debe haber maleza alrededor o tiene que estar escondido de alguna forma para evitar que alguien se tropiece con la fosa clandestina, el último lugar donde las familias quisieran encontrar a sus desaparecidos.
Además, la tierra deberá estar suave, las rastreadoras no creen que nadie cave una tumba si tiene usar el pico y la pala por mucho tiempo, esa es otra nota mental que llega a su mente conforme avanzan entre el campo.
¿Y de quién es este lugar? Lo más factible es que no tenga dueño, que sea del gobierno federal, del estatal, de los ejidatarios o de comuneros, una propiedad privada atrae ojos a donde nadie quiere ver, a menos que la propiedad de la tierra sea de los mismos criminales.
Una vez que cumple estas características ya no es cualquier lugar, se convierte en una pista, un punto en el mapa, un posible positivo, el lugar sospechoso de esconder la barbarie: los cuerpos de los desaparecidos que se llevaron.
Lugares así abundan en la sierra del Balcón de la Tierra Caliente, nombre con el que se le conoce al pueblo mágico de Tacámbaro, en el estado de Michoacán, el lugar hasta donde acudieron las nuevas rastreadoras michoacanas.
Hasta ahí llegan en camionetas de la Policía Michoacán y de la Guardia Nacional. Primero cruzan campos de maíz y caña de azúcar por brechas que ponen a prueba la capacidad de los vehículos con tracción en las cuatro ruedas.
Los autos se paran en la entrada de un potrero en la ladera de un pequeño monte, ahí ya los esperan funcionarios del Ayuntamiento de Tacámbaro, quienes tratan la búsqueda con la formalidad de un evento de entrega de apoyos.
Luego de una oleada de espaldarazos de las agencias gubernamentales involucradas comienzan el trabajo que vinieron a hacer: buscar por los cuerpos de los que desaparecieron producto de la violencia que atraviesa el estado de Michoacán.
El primer sitio que registraron es una ladera por donde baja el agua en tiempos de lluvia, los surcos están suaves y llenos de piedras que arrastró la corriente del arroyo, que en ese momento está seco pero que podría llenarse con cualquier llovizna.
En medio de la zona hay un árbol con el tronco torcido que sobresale de la ladera, todavía tiene amarrado un pedazo de cable blanco que le quitaron a algún electrodoméstico y se lo pusieron en el tobillo a un hombre que tenían secuestrado.
Cuando la policía llegó, el hombre estaba hincado rasguñando el suelo suave y moviendo piedras con un palo, apenas había logrado cavar unos 10 centímetros del suelo que iba a convertirse en su propia tumba.
El hombre vivió para contarlo, sus captores le ordenaron que cavara con sus propias manos hasta que el agujero fuera los suficientemente profundo para él, pero antes de que terminara llegaron los policías.
Ya en manos de las autoridades dijo que los secuestradores usan esa técnica todo el tiempo con sus víctimas, por eso las rastreadoras creen que puede haber más cuerpos en el lugar, donde colindan los municipios de Turicato y Tacámbaro.
Hijos que aparecen más de una vez
Patricia tiene 147 hijos, pero solamente conoce a uno de ellos, se llama Pablo Sánchez López y a sus 24 años un grupo de policías ministeriales se lo llevó. Era marzo de 2013, desde entonces no lo ha vuelto a ver.
A los otros 146 nunca los conoció, pero sabe todo sobre ellos, son sus hijos adoptados, los hijos e hijas de otras madres que no pueden buscarlos, Patricia tomó la batuta de ser la madre adoptiva de ellos para seguirlos buscando estén vivos o muertos.
Luego de participar en brigadas en Sinaloa, Guerrero y Veracruz, Patricia López Rodríguez ya conoce las características que debe tener el terreno para empezar a buscar los cuerpos de los desaparecidos que fueron enterrados en fosas clandestinas.
“Hay que buscar tierra removida, luego luego se ve el cambio de color, la tierra tiene colores distintos por capas y cuando haces un hoyo sacas tierra diferente, hay que estar muy atentos para buscar esos detallitos que nos ayudan a localizar una fosa”, dijo Patricia a sus compañeras de búsqueda.
La búsqueda de Tacámbaro es la tercera que se organiza en Michoacán independientemente de las búsquedas que se realizaron durante las dos caravanas de familiares de desaparecidos que llegaron al estado durante 2018 y 2019.
Todo comenzó el 19 de junio de 2020 en el municipio de Hidalgo, donde las rastreadoras peinaron el terreno de las localidades de El Potrero, Janamoro y Agostitlán, así como el basurero local en búsqueda de Homero Gómez González, el gerente del Santuario del Rosario dedicado a recibir a la mariposa monarca.
La búsqueda no dio resultados, tampoco encontraron nada a las orillas del Río Chiquito, en el centro de la ciudad de Morelia, en donde buscaron a Josué Salomón y Diego Israel, quienes desaparecieron el domingo 26 de enero de 2020 en la capital del estado.
Hasta las orillas del río llevaron al grupo K-9 que desplegó a dos perros para tratar de localizar un lugar donde pudieran estar los restos de los jóvenes desaparecidos, sin embargo, no tuvieron suerte y ahora sus familiares los siguen buscando vivos o muertos.
Guiado por el testimonio del hombre que se salvó de ser enterrado por sus captores, Indalecio Pedrisco Pacheco contactó al grupo de Patricia Sánchez para realizar una nueva búsqueda en la zona.
Pedrisco no solamente es un funcionario de la Comisión Ejecutiva Estatal de Atención a Víctimas (CEEAV) también tiene desaparecido a su hermano Enrique y desde entonces participa con el colectivo de Patricia llamado “Familiares en tu Búsqueda Michoacán”.
La coordinación con autoridades permite el despliegue de varias decenas de elementos de la Guardia Nacional y la Policía Michoacán, así como la Comisión de Búsqueda y la CEEAV para intentar localizar fosas clandestinas en la región colindante de Tacámbaro y Turicato.
Ahí es donde llegó Patricia y el grupo de madres que la acompaña de otros colectivos como “¿Dónde están los desaparecidos?”, quienes son los únicos que trabajan directamente con autoridades locales tratando de localizar fosas clandestinas en Michoacán.
“A mí el hecho de buscar me renueva, me da fuerzas para seguir buscando, sé que vamos a encontrar a alguien, aunque no sea mi hijo, porque eso me da fuerzas para seguir buscando, es como si encontrara a mi hijo una y otra vez”, aseguró Patricia.
Usar todos los sentidos
La historia del hombre que se salvó del entierro es la primera etapa de la búsqueda, aquí se trata de escuchar la información y cruzarla con los datos que se tienen de la zona. La policía municipal asegura que es un sitio preferido por criminales para tirar cuerpos de personas asesinadas a tiros y con huellas de violencia.
Ya en la zona primero hay que observar, seguir un rastro hasta ese lugar en el que pensamos y buscar las señales con los ojos, la tierra deberá estar removida, el suelo no está parejo y parece que se hizo un hoyo hace poco tiempo.
Luego hay que tocar la tierra con las manos, sentir si es suave o dura y después traer una varilla hecha específicamente para encontrar fosas; las madres cargan el peso de su cuerpo contra la varilla en forma de “T” y esperan que el suelo no otorgue resistencia.
Si el metal se hunde hay que volverlo a sacar y llevar la punta de fierro a la nariz en búsqueda de cualquier olor putrefacto, el olfato de las buscadoras para ese momento ya se acostumbró a lidiar con la muerte.
En ese momento llega Tomás, el pastor belga que la policía usa para encontrar rastros de desaparecidos, Tomás con su nariz detecta lo imperceptible para las rastreadoras y revisa cada espacio señalado por sus entrenadores del K-9.
El perro olfatea el lugar, rasca el suelo con las patas delanteras y hunde su nariz negra en los hoyos que hicieron las varillas de metal, luego voltea a sus superiores y ofrece una mirada juguetona que contrasta con el trabajo que vino a realizar.
Tomás comienza a distraerse con otros olores que atraen su atención, eso quiere decir que no hay nada en el lugar. Ahí es cuando entra el gusto, porque el mal sabor de boca para las familias es algo que no se quita fácilmente, la esperanza de encontrar algo se va por el mismo agujero que cavaron con la varilla.
Tres lugares tenían las características que se buscan cuando se quiere desenterrar la barbarie, pero ninguno de ellos cumplió el requisito más importante de todos: esconder debajo de su tierra a uno de los 99 mil desaparecidos que hay en México o a uno de los 147 hijos que sigue buscando Patricia.
Al final la búsqueda termina sin resultados concluyentes, las madres de desaparecidos frecuentemente se encuentran con lugares así en los que no hay posibles positivos, pero para ellas es un lugar menos donde buscar y al menos ahora saben que sus hijos no están ahí.
“Cuando veo que no hay nada sé que hicimos todo lo posible por buscar y que no se queda en nosotros, nos vamos decepcionadas porque pues no hay nada aquí, pero ya descartamos un lugar, ya nos quitamos un pendiente y podemos seguir adelante”, dijo Patricia.
El siguiente paso es volver a empezar, otra vez hay que juntar información, otra vez hay que encontrar un lugar verde y oscuro, donde los “malos” enterraron la barbarie y es hora de que las familias empiecen a desenterrarla.