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Mujeres en la ciencia: “Lamentablemente la paridad de género no existe”

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Pie de Página

El segundo nombre de África Flores es Ixmukané, la diosa que según la cultura maya quiché tomó entre sus manos granos de diferentes tipos de maíz, los molió nueve veces hasta formar una masa fina y suave y creó con ella los primeros cuatro seres humanos.

Es por eso que, quizás, esta científica guatemalteca estaba destinada a cuidar la tierra donde nace el maíz y todas las plantas y animales que la pueblan.

Oriunda de Retalhuleu, un lugar que en su niñez fue semirural, Flores creció de manera sencilla y modesta, comiendo frutas a la sombra de los árboles, yendo a buscar agua potable a la casa de sus abuelos y escuchando las anécdotas de sus padres de cuando jugaban en bosques que ya no existen.

Flores y sus hermanos fueron la primera generación de su familia en ir a la universidad y sus logros académicos la colocaron en el primer lugar de la lista de honor de la facultad de agronomía. Eso, sin embargo, se volvió su “martirio”, cuenta.

Tras años de soportar maltratos, de ser discriminada por ser mujer y por su clase social, Flores es hoy una de las científicas latinoamericanas más reconocidas del mundo con un extenso currículum.

Actualmente, a través de SERVIR, una iniciativa de la NASA y la Agencia de Desarrollo de Estados Unidos (USAID), monitorea por medio de imágenes satelitales la salud de bosques, ríos y lagos en la Amazonía, diferentes lugares de África, en los Himalayas, el río Mekong en el Sudeste Asiático y en un futuro cercano también Centroamérica.

Es además investigadora principal de un proyecto apoyado por National Geographic y Microsoft para pronosticar las floraciones algales nocivas en el Lago de Atitlán, un problema que desde hace unos años viene poniendo en riesgo la rica biodiversidad de este ecosistema en Guatemala. En 2019 fue reconocida como una de las 11 Hacedoras de Cambio a nivel Internacional por National Geographic y Microsoft.

En el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, Mongabay Latam conversó con ella sobre su historia, su carrera, los obstáculos que tuvo que sortear y los que aún afronta como mujer, científica y madre.

—¿Por qué decidió trabajar en temas ambientales?

—Yo soy de un pueblo de Guatemala, Retalhuleu. Vivíamos a tres kilómetros de la ciudad. Era una zona semi rural. Ahorita ya es urbana y hay agua potable, pero en ese tiempo, por ejemplo, no había.

Cuando mis abuelitos llegaron a Reu, todavía vieron bosques nativos y monos que yo nunca vi cuando estaba creciendo ahí. Mis papás nos contaban historias de cuando iban al río a jugar, a pescar, a nadar. Entonces me di cuenta de que en poco tiempo el ambiente se había deteriorado significativamente porque yo no podía disfrutar de las mismas cosas que mis papás y abuelos.

En el mar también siempre había mucha marea roja y había que tener cuidado en consumir mariscos. Inclusive el agua del pozo estaba bastante contaminada.

A pesar de eso fue una niñez muy sana y bonita. Me gustaba estar afuera, me gustaba estar en nuestro terreno. Me acuerdo todas las tardes que pasamos con nuestra familia comiendo la fruta de temporada, ya sea mango o la caña morada que ponía mi papá. Pero me di cuenta de que nuestra gran riqueza natural estaba muy mal manejada, sin políticas para que las ciudades no desechen sus aguas residuales directamente en los ríos o para que las fincas no echen sus desechos directamente en ellos. Por eso me llamó la atención estudiar algo que me diera las herramientas para poder manejar nuestros recursos naturales. Fue así que me mudé a la capital para poder estudiar.

—¿Cómo fue llegar a la ciudad?

—La verdad es que no leía las noticias porque la Ciudad de Guatemala es una de las ciudades más violentas de Latinoamérica, y usaba sólo transporte público. Pero me doy cuenta ahora, cuando revisito mis memorias, que yo era muy feliz, por tener la oportunidad. Estaba emocionada de poder estudiar y ser profesional.

—¿Por qué la emocionaba tanto?

—Mi familia es de escasos recursos económicos así es que estudié con beca el bachillerato en secundaria y la universidad también. La situación para nosotros era bastante difícil, pero dada la realidad del país yo sé que estábamos mucho mejor que la mayoría.

En Guatemala hay mucha pobreza y la verdad yo me siento bendecida porque tuve la oportunidad de estudiar. Mis papás siempre creyeron en mí tanto como en mis hermanos y nos dieron todo lo que podían y yo sé que eso en un país como Guatemala es mucho.

Así es que estaba muy feliz. Mis hermanos y yo somos la primera generación en nuestro núcleo cercano que podía ir a la universidad y para mí era la oportunidad de salir del ciclo de dependencia económica de las mujeres en mi familia.

Después del primer año de estudios fui la primera mujer en la historia de la facultad de agronomía en obtener el primer lugar en la lista de honor, pero eso se volvió mi martirio en lugar de ser una fuente de alegría.

—¿Por qué?

—Fue un acoso social, un bullying constante para el resto de mi carrera. Pensaba que era muy injusto y que eso solo me estaba pasando porque soy mujer. “Si fuera hombre nadie estaría cuestionando mis logros”, pensé. También contribuía el hecho de que no vengo de una familia rica, pero principalmente sabía que era porque soy mujer.

Académicamente todo estaba bien, pero socialmente fue duro. Escribían cosas de mí en los pasillos, en las clases. La agresión era fuerte. Todo eso siguió los años siguientes. Siempre hablaban, siempre escribían cosas, mentiras, y no solamente contra mí, también contra otras mujeres. Yo tenía diecisiete años y no entendía. Me sentía muy afectada. Pero creo que todo eso me dejó una de las lecciones más importantes en mi vida.

—¿Cuál?

—Que yo no puedo controlar lo que otras personas piensan de mí y no puedo controlar los prejuicios que tengan. Si quieren creer esas cosas, pensar eso de mí, ¿qué puedo hacer? Yo sé lo que estoy haciendo: me estoy dedicando, estoy estudiando y no voy a dejar de hacerlo. No voy a perder mi oportunidad de convertirme en una profesional y de ser independiente económicamente por lo que otra gente esté pensando o hablando de mí. Así es que me enfoco en mi carrera y sigo adelante.

Además sabía que las dificultades que estaba afrontando, el bullying o que me dejaran fuera, que no me incluyeran, no era nada comparado con lo que muchas mujeres en nuestros países tienen que pasar porque no tienen la oportunidad de prepararse. Así es que estaba dispuesta y sigo dispuesta, al pie del cañón. Lo que a veces cansa es que después de tantos años, después de tanto trabajo, uno sigue afrontando situaciones de discriminación, prejuicios, a diferente nivel, no a la misma escala, es diferente, pero todavía existe.

—¿Cómo es ahora?

En Estados Unidos no hay una política de apoyo familiar que tenga maternidad pagada, ni paternidad pagada. Cuando tuve a mi primera hija, hace cinco años, fue la primera vez que me cuestioné quedarme en el campo. Fue la primera vez que me lo cuestioné porque tenía un nuevo ser humano que me necesitaba y no tenía apoyo del trabajo. Además, como no soy de acá, tampoco tenía a mis papás, ni a mis hermanos. Mi trabajo era 24 horas siete días a la semana, entonces pensaba: “ahora yo no voy a tener ese tiempo porque tengo a alguien más. ¿Cómo voy a hacer? ¿Cómo voy a ser competitiva en este ambiente? ¿Cómo voy a seguir adelante?”. Aunque mis jefes directos son muy comprensivos, es el sistema el que no está construido para apoyar a familias y a madres trabajadoras. Lamentablemente la paridad de género no existe, por este tipo de situaciones.

—¿Cree que sus colegas en América Latina también están en esa situación?

Creo que en América Latina nuestra cultura es diferente y hay mucho más apoyo familiar cuando se empieza una familia. Sin embargo, no hay oportunidades para hacer ciencia. Si yo estuviera en Latinoamérica tal vez no estaría contando lo que estoy afrontando acá, pero quizás no estaría haciendo ciencia, porque no hay muchas oportunidades.

Observando los ecosistemas desde el espacio

—¿Cómo se pueden monitorear los ecosistemas a partir de imágenes satelitales?

El uso de imágenes satelitales ha venido a revolucionar el quehacer de nuestro trabajo en materia ambiental y se ha vuelto una herramienta elemental para todo aquel que está haciendo conservación.

Con ellas podemos evaluar la extensión y calidad de diferentes ecosistemas, por ejemplo de ríos, lagos o bosques. Podemos cubrir grandes áreas de forma continua e identificar, por ejemplo, cómo se encuentra un bosque, si está íntegro o si hay deforestación. También podemos evaluar la calidad y cantidad de agua superficial en un río o lago.

Ese tipo de análisis o mediciones estamos acostumbrados a hacerlas en campo, y de hecho todavía se necesitan para poder validar nuestros resultados de las imágenes satelitales, pero son bastante costosos. Es caro viajar a un área que está muy lejana, hacer recorridos o caminatas para verificar cuál es el estado de salud de nuestro bosque o la calidad del agua. Entonces nuestros sistemas naturales el día de hoy tienen que ser monitoreados con un sistema híbrido, entre datos en campo y datos satelitales, porque eso nos va a permitir que el monitoreo sea constante y que podamos así saber cómo se están manejando nuestros recursos naturales.

—¿Cómo pueden las imágenes satelitales entregar esa información?

—Es porque están captando información en diferentes bandas del espectro electromagnético. En ciertas bandas, el espectro electromagnético es similar al que nosotros usamos en nuestros ojos y por eso hay imágenes que podemos crear con el color real y que son bastante intuitivas porque podemos decir esto es bosques, esto es agua. Sin embargo, pueden ver mucho más que nuestros ojos porque pueden capturar imágenes en otras partes del espectro electromagnético y eso nos permite capturar mayor información. Por ejemplo, hay bandas espectrales con las que podemos determinar temperatura y con esa información es que podemos decir aquí está caliente y aquí está frío. Así es como se derivan los datos de puntos de calor que se utilizan para identificar incendios.

—¿De todo lo que ha podido observar qué es lo que más ha llamado su atención?

—Un caso que está muy cerca de mi corazón porque soy de Guatemala es el del Lago Atitlán.

Es el segundo sitio turístico más visitado en el país. Es precioso, rodeado de volcanes y muy reconocido por la transparencia del agua. Hay muchas especies endémicas también dado el tipo de ecosistema que representa. Es una cuenca endorreica que significa que toda el agua va al lago y no hay una salida obvia de esa agua. Pero desde el 2009 empezó a sufrir de floraciones algales. La primera floración algal cubrió casi un 40% del lago en su punto máximo. Fue algo sorpresivo y tuvo un alto impacto en la economía porque muchas personas visitan el lago por su belleza y de repente estaba todo contaminado. Duró casi un mes así y a través de imágenes satelitales pudimos monitorear la floración de inicio a fin utilizando diferentes sensores.

—¿Qué causó la floración algal?

—Nuestros resultados preliminares indican que la escorrentía que cae en el lago, arrastrando nutrientes y contaminación, es una de las variables mas fuertes para explicar las floraciones algales en el lago.

—¿De qué manera los datos satelitales ayudaron?

—En ese caso específico creo que el uso de datos satelitales se volvió bastante útil porque pudimos comunicar la extensión del daño. También tuve la oportunidad de crear un producto más específico utilizando datos de campo. Entonces, cada vez que ahora adquirimos una imagen satelital -porque después del evento de 2009 nos quedamos monitoreando el lago- podemos obtener mayor precisión, gracias a los valores reales obtenidos en campo, sobre cuál es la concentración de clorofila. Dado que todas las algas tienen el pigmento de clorofila podemos decir qué tanta alga hay en el lago.

—¿El trabajo de campo también fue entonces necesario?

—En nuestras regiones, no solamente en Guatemala, sino en el resto de Centroamérica y Sudamérica, hay un gran potencial para poder utilizar este tipo de datos. Pero necesitamos mayor trabajo de investigación para aplicarlo a nuestros casos específicos, porque los productos que he mencionado anteriormente son globales o son regionales y no están calibrados para nuestros países o nuestros ecosistemas específicos. Es necesario llevar a cabo ese tipo de trabajo de calibración y validación (en el campo) para que podamos utilizar y potenciar al máximo la capacidad del uso de datos satelitales.

—¿Qué es lo que han podido seguir observando en el lago?

—Como nos quedamos monitoreando constantemente nos dimos cuenta de que las floraciones se volvieron un poco más comunes. El primer caso fue sorpresivo, pero después casi cada año han habido floraciones algales, aunque ninguna de la misma magnitud. Con el tiempo hemos ganado mayor entendimiento de cuándo ocurren y ahorita tengo un proyecto con National Geographic y Microsoft para pronosticar cuándo podría ocurrir una floración algal basado no solamente en observación, pero también en datos meteorológicos y otros parámetros ambientales.

—¿Poder predecirlo permitiría de alguna manera controlarlo?

—Sí, ese sería el objetivo. Lo que estamos tratando de hacer con este proyecto es crear una historia de las floraciones algales para poder explicar el problema, su magnitud y mostrar cómo puede progresar en el futuro. El lago es un área crítica económicamente para el país y si se llega a contaminar el trabajo para poder revertir ese proceso va a ser muy difícil por lo que se tienen que tomar acciones inmediatamente para poder prevenir el deterioro del agua.

—¿Entonces toda esta información se la pasan a los gobiernos para que ellos puedan tomar decisiones?

—Sí. De hecho, en este proyecto nosotros trabajamos muy de la mano con las entidades locales que han estado trabajando en el lago. Hay una universidad y la autoridad del agua que es del Ministerio Ambiente. Siempre, desde el inicio que empezamos a generar datos para lago, hemos estado trabajando con ellas y en el caso de SERVIR para los otros proyectos que se tienen también se hace siempre de la mano de una entidad local que necesita los datos.

—¿Puede resultar a veces frustrante trabajar con los gobiernos?

—Sí. En realidad, la prioridad que se tiene para el ambiente es lo último del presupuesto. Hay tantas otras necesidades y cosas en juego que limitan la capacidad de nuestras instituciones. A veces se crean muy buenas políticas y en papel todo está muy bonito, pero no hay recursos, voluntad, ni nada para poder implementarlas en el campo así es que puede ser bastante frustrante.

—¿Por dónde habría que partir para tener un mejor manejo y monitoreo de los recursos naturales?

—Creo que lo que nuestra región debe hacer es prepararse académicamente para que nuestros profesionales que van a ocupar esas posiciones en cuerpos técnicos del Gobierno, ONG, o cualquier institución que esté trabajando en el tema ambiental tenga la capacidad para poder utilizar todos estos recursos que existen hoy por hoy e implementarlos en nuestros sistemas de monitoreo nacional.

No es la solución de todo, hay muchas otras variables para que en realidad se haga algo, pero no podemos hacer algo si no sabemos que algo malo está pasando. No podemos manejar nuestros recursos si no sabemos cómo medirlos. Eso es lo que nos permiten estos datos satelitales.

Además, es más económico tener un buen sistema de monitoreo si utilizamos estos recursos, pero donde fallamos es en que no tenemos el conocimiento para poder utilizarlos. Creo que vamos por buen camino. A nivel global Latinoamérica hace un muy buen uso de los datos satelitales, pero creo que tenemos que hacer un poco más de trabajo a nivel académico para que esto se vuelva parte de nuestro currículum. Tenemos que generar nuestra propia ciencia.

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