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En el camino de la flor sagrada

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Culto tradicional y de fe.
  • Alrededor de 500 hombres Chiapa caminan decenas de kilómetros para transportar flores, desde las montañas al pueblo colonia de Chiapa de Corzo

 

Sinfuero / Fotos: Elam Náfate

Navenchauc, Chiapas.- Hay un pueblo en Chiapas, casi mil 200 kilómetros al sur de la Ciudad de México, que año con año, desde tiempos prehispánicos, se adentra en las altas montañas en busca de la Indiyularilo o Flor sagrada, por devoción ancestral, promesa o esperanza de un mejor futuro. Esta ocasión, 495 hombres de la ciudad de Chiapa de Corzo, descendientes de los Chiapa, un pueblo indígena guerrero que extendió sus dominios en el valle del caudaloso río Grijalva antes de la llegada de los españoles, participan en la romería que inició hace cinco días y concluirá dentro de tres. Este martes, se encuentran en el pueblo de Navenchauc, camino de regreso a casa, para cumplir con una parte del proceso ritual denominada La velada de la flor, que a la vez les sirve para tomarse un descanso y limpiar cada una de las flores para aligerar la carga.

Y en las primeras horas de esta tarde, en el centro de este pueblo indígena que se levanta junto a una laguna en una hondonada bordeada por altos y accidentados cerros, parte del municipio de Zinacantán, los niños, jóvenes y adultos floreros, en un ambiente fresco y festivo, quitan hojas y desraízan a las flores, amarran y compactan la carga, prueban con el mecapal el pesor y la comodidad del bulto en la espalda. La mayoría trabaja en la plaza del templo católico que desde en medio gobierna a casas de pared y techo de cemento las más, y los demás, en grupos diversos, trajinan bajo aleros de construcciones aledañas, a orillas de calle o en casas que han sido acondicionadas para guardar los cargamentos de flores, mientras se espera la velada. Hoy, en la noche, Navenchauc festejará a los peregrinos, con pirotecnia y marimba, además de convidarlos con café, pan, tamales.

-Es Indiyularilo o Niluyarilo -precisa Tomás Nigenda Sánchez sobre el nombre de la flor.

Hombre que cumplirá los 69 años justo el día que los peregrinos lleguen con las cargas de flores a Chiapa de Corzo, Tomás Nigenda es el patrón de los floreros. Desde hace 27 años, año con año, del 14 al 21 de diciembre, encabeza la romería que parte de Chiapa de Corzo y recorre alrededor de 75 kilómetros hasta llegar a Mitzitón, en el municipio de San Cristóbal de Las Casas, donde por grupos, previo permiso con los dueños de las tierras, de los cerros, mejor dicho, se adentran en las montañas para con ganchos de madera despegar de los troncos de altos árboles las flores de Indiyularilo o Niluyarilo: blanca raíz gruesa, verdes hojas largas y anchas, rojas mazorcas y varas que alcanzan el metro de largo . El grupo que complete primero la carga, acorde al peso que cada integrante aguante, es el que inicia la ruta de regreso. El tramo de Mitzitón a Navenchauc, alrededor de 30 kilómetros, se hace en automóvil. El resto, casi 46 kilómetros, se hace a pie, con dos lugares de descanso.

A la carga de mayor peso en esta romería se le denomina gruesa y la completan 12 docenas de flores. Regularmente, es la carga que llega al final del recorrido de cada tramo. Asimismo, es común que quien la lleve a cuestas reciba la ayuda de aquellos que llegan primero al lugar de descanso. Pero la mayoría de los jóvenes y adultos llevan cargas que suman entre cinco a seis docenas de flores. Los niños, como Brandon Sánchez, quien se sumó por primera vez a la romería, llevan una docena, dos docenas, tres docenas. Y Brandon, con sus ocho años, en su primera vez se ha empecinado por una carga de dos docenas. Él y su hermano Kevin Sánchez, quien lleva ocho años de florero, con sus 20 años, son los herederos de la tradición por parte de Jordán Sánchez Díaz, un hombre sesentón, quien fue florero durante 17 años, pero que desde hace unos años para acá ya sólo viene a recibir y saludar a sus hijos en los lugares donde se descansa.

Esta tarde, sentados junto a un improvisado fogón a orillas de la calle, para sobrellevar el frío de este lugar de los altos de Chiapas, Jordán e hijos platican alegres tras un ligero desayuno. Tienen trazas de que han pasado juntos la noche ovillados bajo el techo de la construcción de cemento, y no se los ve con intenciones de que vayan a levantar los cobertores desperdigados sobre la banqueta, porque también, lejos de levantarse, el frío se torna preciso. Además, la salida será mañana, para llegar a la comunidad de Multajó, posteriormente a una ranchería en el municipio de Chiapa de Corzo y por último entrar, tras un cálido recibimiento, al pueblo colonial para concentrar los cargamentos en un lugar, para ser velados antes de ser traslados el 23 de diciembre al templo Santo Domingo para adornar el nacimiento del niño Jesús la noche del 24 de diciembre.

Es la ruta de siempre. Y lo reafirma Tomás Nigenda, el patrón de los floreros.

Cuenta don Tomás que esta romería obedecía antes a un rito de iniciación del joven en la etapa de la adultez, que no era más que un disciplinario del hijo que no se quería ceñir a las reglas que imperaban en su hogar, hogar de una familia que cultivaba guerreros, quienes campeaban en los pueblos vecinos ubicados en los valles del Grijalba y opusieron una tenaz resistencia a los conquistadores españoles. Entonces, dice Tomás Nigenda, las cargas eran de peso considerable y los participantes llevaban entre sus cosas algunas cosechas de sus tierras para practicar el trueque en las comunidades donde descansaban. Con lo que llevaban de cosecha canjeaban algunos alimentos que no se producían en sus tierras. Pero con la llegada de los españoles, el rito meramente disciplinario cobró una connotación cristiana, porque los hombres Chiapa se vieron en la necesidad de integrar a la imagen del niño Jesús en la peregrinación o romería, para franquear libremente el cerco y aprovechar el viaje hacia otros lugares o continuar con la práctica del disciplinario para los jóvenes.

De ese modo, surgió el Niño Florero, la imagen del Niño Jesús que encabeza la caminata de los floreros durante los ocho días. Este martes, en la mañana el Niño Florero estuvo en el templo católico, desde el mediodía permanece en la casa de Juan Pérez Jondiós, un hombre que desde hace unos 40 años lo recibe en su casa. Su casa, de paredes y techo de cemento, tiene la sala despejada para que hombres y mujeres pasen a hacerse la limpia con el Niño Florero en brazos. Pasan y pasan y se marchan con aire de devoción. El mismo aire de devoción que se observa en los floreros, porque eso sí, coincide Jordán Sánchez con don Tomás Nigenda, aquí, en la bajada de las flores, como comúnmente se le nombra a esta tradición prehispánica, se viene por fe, por alguna promesa y por la esperanza de un mejor futuro, aunque en esa expresión de religiosidad subyace aún lo que inicialmente buscaban las familias Chiapas en el hijo, un ser fortalecido física y espiritualmente.

-Y aquí, hay disciplina -se le oye decir al patrón Tomás Nigenda.

Empieza a sonar la marimba.

 

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