Eme Equis
Más de la mitad de los estados del país no cuenta con un refugio especializado en trata de personas; los pocos que hay operan gracias a donaciones, mientras el crimen organizado acecha a sus directivos. Una sobreviviente explica por qué urge proteger a los albergues.
El teléfono no deja de vibrar. Cada cinco minutos, una nueva amenaza de muerte ilumina la pantalla de aquel celular Samsung que guarda las selfies de su dueña, una adolescente de 16 años que, pese al sufrimiento al que ha sido sometida, aún sonríe en las fotografías.
“No te vas a esconder para siempre”. “Van a pasar días, semanas, meses o años, pero un día te voy a topar”. “Te voy a encontrar así sea lo último que haga”, son las palabras que se acumulan en el buzón de mensajes SMS de ese teléfono negro que sacude una mesa de centro en la sala de algún lugar en la Ciudad de México.
El emisor es un hombre violento al que sus cómplices llaman “El Cepillo”. Un criminal que, según el perfil que tiene hoy la Procuraduría de Tlaxcala, disfruta de torturar a las personas, que cuando está ebrio presume que tiene amigos militares que lo protegen y que gusta de traficar armas, aunque su actividad principal, de donde saca todo su dinero, es traficar con el cuerpo de niñas.
El celular sigue vibrando, iluminándose con las palabras de ese padrote y sus ideas sobre cometer un feminicidio y salir impune. Pero nadie le responde. La tía de una de sus víctimas lo guarda, en secreto, como evidencia ante un eventual juicio criminal.
A varios kilómetros de ese teléfono, su dueña ignora la oleada de amenazas de muerte. Hace unas semanas escapó del hotel donde “El Cepillo” la tenía secuestrada y ahora vive en un refugio de ubicación desconocida donde puede rehacer su vida, tras ser prostituida desde los 12 años y sobrevivir a lo que ella calcula fueron más de 40 mil violaciones.
“Nunca me encontró”, dice con orgullo Karla, quien cuenta su historia a EMEEQUIS y ha autorizado que se publique su nombre real y fotografías actuales. “Pero si no hubiera tenido un refugio especializado que me diera casa y protección, hoy estaría muerta”.
EL ESCAPE ¿Y LUEGO?
La historia de Karla es la historia de miles de mujeres en nuestro país: la pobreza y desigualdad hacen que el 57% de la población mexicana esté en riesgo de ser víctima de explotadores, de acuerdo con la organización internacional Walk Free.
En sus últimos días como estudiante de primaria, en 2004, Karla paseaba por la Plaza Pino Suárez, en el centro de la Ciudad de México, cuando la abordó Gerardo N., “El Cepillo”, quien se presentó como un joven de mayoría de edad recién cumplida que no conocía la capital mexicana y que buscaba compañía para recorrer la ciudad.
Karla se enamoró de sus palabras, sus atenciones y su aparente bondad. Siendo una niña aceptó vivir con él y con su familia, que participó en el engaño: todos le repetían a la niña de 12 años que nadie había visto tan enamorado a Gerardo y que, si quería ser correspondida, debía hacer todo lo que su pareja le pidiera.
A las pocas semanas, “El Cepillo” le pidió a Karla que se prostituyera para ayudarle con el gasto familiar. Luego, lo exigió y se reveló como lo que realmente es: un tipo sádico que hacía tratos con pederastas a quienes vendía el sufrimiento ajeno como afrodisíaco.
Bajo su poder, Karla fue explotada sexualmente durante cuatro años en hoteles y casas de citas en Ciudad de México, Guanajuato, Jalisco y Puebla. La niña observó de primera mano las redes criminales del padrote: tenía contactos en todos los niveles de policías –desde municipal hasta federal– y hasta en el extinto Instituto Federal Electoral, donde le entregaban falsas credenciales de elector para las niñas que secuestraba.
Las conexiones de su padrote con servidores públicos y el crimen organizado parecían cadenas irrompibles para la niña, que se convirtió en adolescente mientras trataba de sobrevivir al mercado negro de la prostitución infantil en México… hasta que conoció a un hombre que le ayudó a escapar.
En noviembre de 2008, José Víctor N. fingió pagar por estar con ella y, en un descuido de “El Cepillo”, la ayudó a huir de la zona del Capulín, Puebla, una región repleta de casas de seguridad con niñas secuestradas y que también es dormitorio de padrotes.
Karla creyó que lo más difícil había quedado atrás cuando denunció ante las autoridades de la CDMX que había sido víctima de prostitución forzada. No sabía que lo más complicado aún estaba por venir: ¿dónde iba ponerse a salvo, si no tenía donde dormir, ahora que era una adolescente libre?
ESCASEAN LOS REFUGIOS
Esta es también la historia de cientos de sobrevivientes que logran escapar a una red de trata de personas: no hay suficientes refugios en México para resguardar a las más de 120 mil víctimas anuales de este delito.
Únicamente Ciudad de México, Estado de México, Tlaxcala y Chiapas cuentan con un refugio gubernamental para atender víctimas; y Coahuila, Michoacán, Tabasco, Tlaxcala y Quintana Roo, Puebla, Oaxaca, Colima, Baja California –y de nuevo CDMX y Edomex– tienen refugios especializados, pero bajo la administración de la sociedad civil.
Es decir, más de la mitad de los estados del país no tienen un refugio, acaso porque el costo económico es muy alto: dar alimentación, vestimenta, educación, servicios médicos, psicólogos, seguridad, insumos de higiene personal y recreación puede costar, al menos, 16 mil pesos al mes por niña o niño. Si hay 25 residentes, el costo mensual alcanza medio millón de pesos.
A ello hay que sumar la contratación de personal especializado, como médicos, psicólogos y abogados, quienes deben trabajar en condiciones particulares: sus pacientes y clientes son blancos del crimen organizado y, por su grado de vulnerabilidad, deben firmar acuerdos de confidencialidad que les impiden revelar las ubicaciones de los refugios o sus historias.
El trabajo que hacen las organizaciones no gubernamentales es el que muchas autoridades aún no hacen: los refugios de la sociedad civil especializados en trata de personas se fondean con donaciones, rifas, sorteos, incluso con dinero proveniente del filántropos extranjeros, quienes reconocen que sus administradores están a merced de peligrosos delincuentes.
Eso explica, según Karla, por qué son tan escasos y, al mismo tiempo, necesarios: un país sin refugios en un pico de violencia es como una familia sin hogar en pleno huracán.
A SALVO AL FIN
“Yo no quería volver a mi casa, pero definitivamente no iba volver con ‘El Cepillo’”, cuenta Karla del otro lado de la línea telefónica. “Me quedé en un limbo: demasiado grande para un albergue infantil y demasiado chica para los de adultos”.
Además, tenía otra dificultad: los refugios gubernamentales, como el de la fiscalía federal contra la violencia hacia mujeres y trata de personas (FEVIMTRA), sólo aceptan a una víctima por máximo 90 días en sus instalaciones. Después de eso, quien logró escapar de su victimario debe buscar su suerte por su cuenta.
Para su buena fortuna, apareció una opción: un refugio de la sociedad civil, el de Fundación Camino a Casa, que le ofreció cuidados por más de dos años. En aquel lugar, Karla pudo rehabilitarse, sin costo, de las heridas físicas y emocionales, incluso concluir sus estudios, especializarse en Hotelería y obtener su primer empleo en el Hotel Presidente Intercontinental.
“Jamás me enteré de las amenazas del ‘Cepillo’ porque, al entrar al refugio, me quitaron el teléfono”, cuenta Karla. “Me enteré mucho después… me buscó pero yo estaba a salvo de su violencia”.
“TRIUNFO DE LA JUSTICIA”
El teléfono, otro muy distinto al de hace once años, no deja de vibrar. En lugar de amenazas de muerte, Karla recibe incesantes llamadas por su actual trabajo: al cumplir 18 años, salió del refugio para menores y organizaciones como Reintegra y Comisión Unidos Vs Trata la entrenaron para ser capacitadora de policías especializados en trata de personas, ante quienes habla abiertamente de su experiencia como víctima.
Desde 2019, un nuevo tipo de mensajes le dan esperanza: tras una intensa cacería por parte de la Unidad de Inteligencia Financiera, la Secretaría de Hacienda ubicó las cuentas bancarias del “Cepillo”, las congeló y días después fue detenido por agentes de la Procuraduría de Tlaxcala en un operativo al sureste del país.
Más de una década como prófugo de la justicia terminaron de sorpresa para ese padrote que aseguraba que era intocable y que, cuando lo arrestaron, no tenía un peso en la bolsa y suplicaba que lo dejaran ir porque le temía a la cárcel.
Santiago Nieto, titular de la UIF, ha llamado “un triunfo de la justicia” a esa voltereta en la historia de Karla, quien aparece en campañas públicas contra la trata como “Hoja en Blanco” y cuya historia es también la de decenas de activistas que pusieron su cuerpo para que nadie la volviera a dañar.
Hoy, “El Cepillo” está encerrado en una prisión federal y Karla, la superviviente, vive libre tratando de materializar un sueño: un refugio para cada entidad del país en nombre de todas las niñas que, como ella, hoy necesitan ser protegidas del crimen organizado.