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Dentro del antiguo orfanato, en la habitación donde los bebés estaban alineados en cunas, un profundo silencio sorprendió al científico estadounidense Nathan Fox: era algo muy inusual en un lugar con tantos niños pequeños.
Simplemente no lloraban.
Esto, como Fox descubriría más tarde, fue el resultado de años de negligencia y ausencia absoluta de estímulos.
«No escuchábamos el llanto que generalmente escuchas en una guardería», cuenta el científico, que es profesor en el Departamento de Desarrollo Humano de la Universidad de Maryland, en Estados Unidos, a la periodista Paula Adamo Idoeta, del servicio brasileño de la BBC.
«Llegamos a la conclusión de que esto se debía a que nadie respondió a estos gritos. No hubo una interacción típica entre un cuidador y un niño, entre una madre y un niño. Nadie los atendió cuando lloraban», recuerda.
Esta escena tuvo lugar hace 20 años en un orfanato en Bucarest, la capital de Rumania, y la tragedia resultante conduciría a estudios innovadores sobre cómo la negligencia hacia los bebés impacta sus cerebros con secuelas que pueden persistir en la edad adulta.
Pero esos niños que sobrevivieron, a pesar de todo, fueron afortunados.
Para 1989, cuando el líder comunista Nicolae Ceausescu fue fusilado, unos 20.000 habían muerto en los orfanatos de Rumania.
Pero a 30 años de la caída de Ceausescu, nadie ha sido juzgado por los maltratos y muertes en la macabra red de instituciones de internamiento que creó su régimen comunista y que se cree que llevó a la muerte a más de 20.000 niños.
Sin embargo, las cosas podrían dar un giro el próximo año.
Tras un largo estudio del Instituto para la Investigación de Delitos Comunistas, un organismo estatal que investiga los abusos durante la era socialista, la justicia rumana comenzó a investigar a docenas de personas con responsabilidad directa o indirecta en el caso de los «huérfanos de Ceausescu».
Su caso finalmente podría llegar a los tribunales en 2020.
Pero ¿qué fue lo que pasó?
El fin de un régimen totalitario
En 1989, hace exactamente 30 años por estos días, Rumania tuvo una Navidad peculiar.
Ceausescu, que gobernó el país por un cuarto de siglo, fue derrocado en una revolución relámpago que, impulsada por años de escasez de productos y condiciones de vida en declive, comenzó cuando el líder reaccionó brutalmente a unas manifestaciones.
Estas mismas protestas pronto llegaron a Bucarest y el 22 de diciembre, el alto mando militar dejó de obedecer a Ceausescu y lo arrestó junto a su esposa.
El 25 de diciembre los dos fueron fusilados tras una apresurada sentencia de un tribunal militar especial.
Fue entonces cuando salió a la luz una de las páginas más oscuras de su gobierno.
Y es que Ceausescu había promovido unas polémicas políticas dirigidas a revertir las bajas tasas de natalidad del país.
Dichas medidas buscaban evitar lo que era una tendencia en el país tras la Segunda Guerra Mundial: su población se estaba encogiendo y a las parejas se les animaba a tener tantos hijos como pudieran para repotenciar la economía nacional.
Así, al principio de su mandato en la década de 1960, Ceausescu implementó un decreto que restringía el aborto y el acceso a anticonceptivos.
«Quien evita tener hijos es un desertor que abandona las leyes de continuidad nacional», dijo entonces el líder en un discurso.
Los documentos históricos indican que el decreto estableció un control absoluto de la vida reproductiva femenina.
Las autoridades, que se conocieron como la «policía menstrual», sometían a las mujeres a pruebas ginecológicas obligatorias en sus lugares de trabajo y monitoreaban sus embarazos.
Las parejas que no podían reproducirse tenían que pagar impuestos adicionales.
«Ceausescu quería aumentar la población por encima del 50% en una sola década«, le dijo a la BBC en 2005 Florin Iepan, quien produjo el documental «Children of the Decree» («Niños del Decreto»).
Y es que los niños que nacieron en los últimos 20 años del comunismo fueron conocidos así, como los «Niños del Decreto».
En las décadas de los años 70 y 80, el número de niños bajo el cuidado estatal aumentó. Más de 100.000 estaban en orfanatos.
Como resultado, la tasa de natalidad rumana creció rápidamente, pero con efectos secundarios graves: un aumento en las tasas de mortalidad materna e infantil y también, en el número de niños que fue abandonado por miles en los orfanatos estatales.
El declive
Pero a medida que el régimen de Ceausescu se deterioró, las condiciones en estos refugios también empeoraron: los niños eran maltratados físicamente, no recibían alimentación adecuadamente y sus condiciones higiénicas eran lamentables.
Según contaron algunos sobrevivientes, fueron «tratados como animales salvajes que necesitaban ser enjaulados».
En 2005, la BBC conversó con la maestra británica Monica McDaid, quien en 1990 visitó Siret’s Spitalul de Copii Neuropsihici, un hospital psiquiátrico de niños en la ciudad de Siret, en el noreste de Rumania.
«Lo que vi era increíble», recordó McDaid. «Era horrible».
Había tres o cuatro bebés acostados en una cama y el reducido personal disponible no les prestaba atención.
No había medicinas ni instalaciones para el aseo y tanto el abuso físico como sexual eran una constante.
Además, pasaban los días sin ninguna interacción con los adultos, sin jugar ni hablar, mirando a las paredes o acostados solos en sus cunas.
Muchos tenían (o desarrollaron) problemas mentales.
De hecho, de acuerdo con documentos de la época, los peores abusos tuvieron lugar en orfanatos para niños discapacitados, que le eran quitados a sus familias para que el gobierno se hiciera cargo de ellos.
A los tres años de edad, los menores discapacitados eran clasificados por comisiones hospitalarias en tres categorías: «curables», «parcialmente curables» e «incurables», que era sometidos a condiciones de vida cada vez más brutales en dependencia del nivel de discapacidad que tuvieran.
«Estos niños no son atendidos, están retenidos. Viven en habitaciones oscuras y sucias, con excrementos por todas partes. Son niños que necesitan la mejor atención pero reciben la peor posible», indicaba un reporte de la BBC de 1990 sobre un orfanato rumano para niños con discapacidades.
El hallazgo
No fue hasta esa Navidad de 1989 que, con la caída de Ceausescu y la cobertura de prensa, la difícil situación de estas decenas de miles de niños llegó al público y conmocionó al mundo.
A lo largo de la década de 1990, algunos niños fueron finalmente adoptados por familias extranjeras, particularmente de Reino Unido, Canadá y Estados Unidos, donde los informes de los medios sobre los orfanatos causaron revuelo.
Otros permanecieron en los refugios, sin ningún lugar a donde ir y en condiciones insatisfactorias.
Nathan Fox y otros colegas científicos fueron llamados en 2001 por el nuevo gobierno rumano para evaluar los impactos que esos lugares han tenido en la vida de los niños y encontrar formas de intervenir.
En ese momento, había estudios científicos que indicaban que la adversidad y el abandono experimentados en la infancia afectaban el desarrollo y el comportamiento de los menores.
Pero debido a que no se puede poner a los niños en este tipo de situación (solo para fines de investigación), fue difícil identificar la causalidad entre la negligencia y el desarrollo infantil, afirma Fox.
Sin embargo, en Bucarest, desafortunadamente, se dieron las condiciones para la investigación y las terribles condiciones experimentadas por los niños rumanos fueron un punto de inflexión en la investigación del cerebro de los niños.
«Hemos podido examinar la causalidad y decir con gran certeza que la adversidad temprana tiene un impacto en el cerebro, que la estimulación o la interacción son cruciales para la arquitectura del cerebro, y si no hay cambio de circunstancias para estos niños, estos efectos pueden durar toda la vida y ser una gran carga para la sociedad «, indica el experto.
En la práctica, los neurocientíficos explican que, desde el primer día de vida, los niños necesitan interacción con sus mayores como una especie de «nutriente» para su cerebro.
Es decir, cuando los niños experimentan violencia, problemas socioeconómicos extremos, abuso o son radicalmente descuidados, el estrés tóxico resultante impide que el cerebro establezca conexiones neuronales, lo que puede conducir a dificultades de aprendizaje y de comportamiento.
En estudios publicados en 2003 y 2004, Fox y sus colegas analizaron electroencefalogramas de niños rumanos en los hospicios y compararon estas pruebas con las de otros que vivían con sus familias.
Aquellos que habían experimentado las condiciones extremas de los refugios tenían un cerebro diferente al de una infancia tradicional: menor frecuencia cerebral en áreas cruciales e inmadurez del sistema nervioso.
Los niños que fueron adoptados tuvieron más suerte: Fox y sus colegas notaron que tenían un mejor desarrollo cognitivo que aquellos que no podían abandonar los refugios rumanos.
Para los que sobrevivieron, las huellas de su infancia todavía se sienten en su presente y muchos solo esperan que algún día no muy lejano haya justicia para la tragedia que marcó sus vidas.