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La casa de Maradona hoy en Villa Fiorito: casi en ruinas y con un dueño hostil al que los vecinos no quieren

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Los recuerdos de Pelusa siguen vigentes en el barrio. Pero cada vez quedan menos conocidos. Su casa natal acaba de ser declarada patrimonio cultural. Pero está lejos de ser lo que Don Diego y Doña Tota supieron construir.

Clarín

Azamor 523. Villa Fiorito. Lomas de Zamora. Para los maradonianos es algo así como Belén, el lugar de nacimiento del niño D10S, más allá de que Doña Tota lo trajo al mundo en el Hospital Evita de Lanús. Esa casa es el pesebre que alumbró al genio. Días atrás fue declarada patrimonio cultural por la Municipalidad de Lomas de Zamora. Porque allí Diego Maradona, que acaba de morir a los 60 años, tiró sus primeras gambetas sin imaginar, entonces, que su nombre sería el sinónimo del mejor de todos los tiempos.

Si bien algunos del clan Maradona siguen viviendo en Fiorito, la casa a la que Don Diego y Doña Tota llegaron a finales de los años 50 ya no es lo que era. Lejos está del aura que uno, sentado desde la comodidad de su casa haciendo zapping, puede imaginar como un futuro patrimonio cultural que cobijó a uno de los dioses del fútbol. Fue donde Diego aprendió a vivir con lo justo. Fue donde soñaba historias imposibles que su zurda mágica hizo posibles. Un barrio de laburantes a los que todo le cuesta el doble. Un barrio al que la crisis, como todas las crisis que se repiten en loop, le pega duro.

Hoy la casa de la calle Azamor está habitada por parientes muy pero muy lejanos del Diez. Nada cercanos. No tienen siquiera sangre Maradona. Y no son nada amigables.

“La hermana de Pelusa, Kitty, se casó con un muchacho al que le decíamos Chirola. La hermana de ese Chirola se puso en pareja con el cartonero que ahora vive en la casa donde creció Pelusa. Si te acercás o querés sacar una foto, te echa o te pide plata. La casa no era nada que ver a lo que es ahora. Doña Tota mantenía todo impecable, ahora esto es un asco”, detalla Norberto (59), el vecino de la casa lindera que conoció como pocos al Maradona que todavía no era una celebridad y que soñaba en blanco y negro con jugar un Mundial y meter goles con la casaca de Independiente como su gran ídolo, Ricardo Bochini.

Diego Maradona en la puerta de su casa de la infancia en Villa Fiorito.

Diego Maradona en la puerta de su casa de la infancia en Villa Fiorito.

El dueño de la casa, efectivamente, no acepta dialogar con Clarín. Apenas vio que llegaba este cronista montó en guardia en la vereda acompañado por el carro con el que sale a cartonear. “La casa está toda roñosa. Los pastos y los árboles crecidos. Ese hombre no habla ni te deja sacar fotos si no es por plata. No paga impuestos ni tampoco la luz. Sus hijos siempre hacen cagadas a la noche y se van a esconder ahí”, se queja «Pirucha», quien ya habitaba el barrio en los tiempos que vivía allí el más famoso de los Maradona.

“El hombre tiene dos hijos que son un desastre. Tuviste suerte de que no estén ahora porque te iban a sacar plata», advierte Raúl, otro vecino veterano, quien asegura haber trabajado con Chitoro, el papá de Diego, en una fábrica de productos agropecuarios que funcionaba a la vera del Riachuelo allá por principios de los 70.

Los Maradona, para Raúl, son palabra santa.

“Diego jugaba descalzo en el baldío de la esquina. Su papá siempre lo cuidaba. Para no dejar a su hijo solo, juntaba cinco pesos para poder acompañar a su hijo a los partidos”, rememora.

Previsor, Raúl aconseja no recorrer las calles aledañas para buscar otros lugares emblemáticos de la infancia de Diego. Y sus palabras no son en vano. Minutos más tarde, entre insultos y amenazas, el reportero gráfico asignado a la nota tuvo que tirar más gambetas que el propio Maradona en el estadio Azteca para evitar perder su equipo. Cosas que, sin naturalizar, pasan en los barrios.

Casa natal de Diego Maradona en Villa Fiorito

Casa natal de Diego Maradona en Villa Fiorito

Queda casi nada de Diego en la casa de la calle Azamor al 500. Recuerdos anclados, de esos que acompañan de por vida. Retoma la palabra Norberto, a quien se le ilumina la cara, como si rejuveneciera, cada vez que habla de su viejo amigo.

“En la esquina había un baldío y jugábamos ahí con Diego. Ya era un crack. Yo era el arquero y él me decía que se la pasara. Arrancaba para adelante, se pasaba a todos y metía el gol. Podíamos ser cinco perros y él, pero ganábamos igual. Tenía 14 años y lo venían a buscar al potrero tipos de 30 o 40 años. Era imparable”, se entusiasma con el recuerdo vívido. Y se sabe que no miente. Diego lo demostró cada vez que tuvo la pelota bajo la suela en cualquier cancha del mundo.

Norberto, que siempre vivió en Fiorito, mueve la cabeza haciendo el clásico gesto de no cuando se le pregunta dónde está ese campito. “La cancha donde Diego jugaba no está más. Hubo una toma y ahora hay un asentamiento. Al lado quedó un hueco y armaron una cancha. Pero ya no quedan potreros para los chicos. En todas hay que pagar. Igual sigue habiendo chicos jugando en la calle”, explica. Todavía, pese a todo, sigue brotando potrero en la tierra santa.

Poco queda en pie de la primera escenografía de la vida de Maradona.

Un mural de Diego Maradona realizado por la agrupación Muro Sur en Villa Fiorito. Foto: Muro Sur

Un mural de Diego Maradona realizado por la agrupación Muro Sur en Villa Fiorito. Foto: Muro Sur

“Cuando Pelusa estaba acá no había nadie. A una cuadra había un basural y un zanjón. También un pozo grande, parecido a una laguna, y ahí nos íbamos a bañar con el señor Diego Armando Maradona», recuerda entre risas.

Cuenta Norberto que la última vez que vio a Maradona en el barrio fue en 2005 -estuvo, en realidad, en 2008 para la entrega de una ambulancia para la salita del barrio en un acto con Karina Rabolini durante la gobernación de Daniel Scioli-: «Todavía no estaba asfaltada la calle, pero la casa ya estaba viniéndose abajo».

“Acá casi no hay pinturas ni graffitis. No hay casi nada de Diego. En Fiorito no son maradonianos. De los que lo conocemos en serio y nos criamos con él quedamos muy pocos. Del equipo de fútbol que jugábamos en la calle, soy el único que queda. Todos los demás fallecieron”, se lamenta.

Pero vuelve a pensar en Diego y otra vez sonríe: “Pelusa es lo más bueno que hay. Pero no le gusta que lo toquen. Es lo peor que podés hacerle, pero eso no es de ahora que es famoso. Es desde chico. Lo abrazabas o le ponías la mano en el hombro y te la sacaba”. Carácter fuerte desde chico. También generoso. Como siempre.

Diego siempre estuvo orgulloso de su origen. Y jamás se olvida de Fiorito y de la casa en la que aprendió los códigos que lo hicieron ser, con aciertos y con errores, amigo de sus amigos y muy enemigo de sus enemigos. Pasaron 40 años desde que se fue y el tiempo inevitablemente erosiona todo. Hasta las huellas del primer Maradona en la casa-pesebre de la calle Azamor.

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