La carrera de Camilo Sesto fue tan triunfal, y su vida estuvo tan plena de acontecimientos que no resulta posible explicar lo que fue la gran estrella de la canción melódica española en una sola idea.
El Mundo
La carrera de Camilo Sesto fue tan triunfal -al menos hasta que llegaron los problemas de salud y casi tuvo que retirarse definitivamente-, y su vida estuvo tan plena de acontecimientos, algunos felices y otros claramente tristes, que no resulta posible explicar lo que fue la gran estrella de la canción melódica española en una sola idea.
Camilo Blanes, que así se le llamó al venir a este mundo, no fue únicamente un ídolo de jóvenes, ni un famoso excéntrico, ni un tímido enfermizo, sino un ser humano altamente complejo que tuvo que convivir con las contradicciones y las bondades que le aportaron todas estas circunstancias. Así pues, fue rico, pero quizá infeliz; fue querido por muchos, pero desconocido por todos; y disfrutó del éxito, a la vez que era víctima de sus servidumbres.
Nacido el 16 de septiembre de 1942 en Alcoy (Alicante), Camilo fue en su adolescencia uno de tantísimos jóvenes españoles que, en los 60, y disfrutando de la levísima apertura que por entonces empezaba a permitir la dictadura, quedó fascinado por el auge de la música pop. Fue consciente de sus capacidades para cantar -una voz aguda, fuerte, heroica-, y también para componer canciones, y a finales de la década empezó a descubrir su vocación en pequeñas bandas de la época seducidas por la moda ye-yé.
Pero no fue hasta llegado el año 1971, tras haber comenzado su carrera como solista en el terreno seguro de la canción melódica -su primer single lo firmó con el nombre artístico de Camilo Sexto, que más tarde cambió por el más romano «Sesto»-, cuando supo lo que era la verdadera fama.
Publicó su primer álbum, Algo de mí, apoyado por quien era por entonces uno de los compositores y productores más sólidos de la escena española, Juan Pardo -sin embargo, muchas canciones eran creaciones propias de Camilo; nunca fue un producto, sino un artista con buenas dotes y algunas limitaciones-, y a partir de ahí se desató la locura. Joven, guapo, carismático, tenía las características necesarias para infiltrarse en la élite de la canción romántica -aquí también se le llamó «canción ligera»- que dominaban por entonces Raphael (gran voz) y Julio Iglesias (gran planta).Camilo Sesto, que tenía percha y garganta, parecía la síntesis mejorada del cantante alfa de aquellos años épicos.
Cuando en 1975 fue elegido para protagonizar la versión española del musical Jesucristo Superstar, el gran éxito de Andrew Lloyd-Webber de la ópera rock, quedó certificado su pacto con el estrellato al más alto nivel.
A partir de ese momento, el artista dio paso al ídolo y, por extensión, al hombre famoso. Y cuando se abrió camino la fama, también lo hizo la especulación. ¿Tenía pareja? ¿Cuánto dinero ganaba? ¿Era homosexual, por lo que podía intuirse de cierta afectación en sus movimientos? Y si no, ¿cuántas chicas había conocido? En ese momento, también, comenzó el lento refugio de Camilo Sesto en su intimidad y en su secreto. Con los primeros éxitos se compró una casa en las afueras de Madrid -en la que casi siempre vivió, hasta la fecha de su muerte, hace algo más de un año-, y empezó a separar la vida pública -los discos, los conciertos, algunas entrevistas de promoción- de la vida privada, cada vez más inaccesible y misteriosa.
El momento más enigmático de toda su vida seguramente fue el que llevó al nacimiento de su único hijo, Camilo Blanes, más conocido como Camilín. A principios de los 80, la ola del éxito llevó a Camilo Sesto hasta la América de habla hispana, y trabajó mucho en México. De allí volvió en 1984 con un hijo recién nacido en los brazos. Sin embargo, nunca se había casado, y apenas se sabía nada de la madre. Se hablaba de que había tenido relaciones con diferentes actrices de poco nivel -a veces afloraba algún nombre tentativo, pero casi siempre se recurría al «algunas», sin precisar-, y una de las parejas que más se citó fue Andrea Bronston, que había sido corista en su banda y era hija del productor Samuel Bronston, un habitual de España que había rodado en Peñíscola, con Charlton Heston y Sofía Loren, la superproducción histórica El Cid.
Sin embargo, la madre de Camilín fue una desconocida, Lourdes Ornelas, y nunca se supo a ciencia cierta cómo entró en la vida de Camilo Sesto, si es que entró, pues al regresar a España con su hijo, Camilo vino solo.
En entrevistas posteriores, Ornelas explicó que su relación con Camilo Sesto fue únicamente por interés: a él le convenía tener un hijo -en una época en la que no existía ni remotamente la opción de la gestación subrogada-, y a ella le venía bien prestarse al intercambio. Nunca se casaron ni convivieron, y una de las razones que podrían explicar la deriva de Camilín -hoy un hombre rico gracias a la herencia de su padre, pero descarriado por sus problemas psicológicos y con el alcohol- sería ese desarraigo materno y el hecho de que, poco a poco, Camilo Sesto convirtiera su casa de Madrid en una fortaleza de la soledad, cerrada prácticamente al mundo exterior.
Los años 90 fueron los del inicio del declive artístico y personal. Tras la ola triunfal de los 70 y los 80, Camilo Sesto seguía publicando canciones -algunas de éxito-, pero su estrella se iba apagando a medida que la música popular entraba en nuevos territorios. Ocasionalmente volvió a recuperar el pulso de los tiempos -como con aquella novelty humorística, Mola mazo, que fue seguramente su último coletazo masivo, además de kitsch-, pero lo que fue quedando fue el personaje, en vez del artista. A mediados de los 90, cuando el periodista Javier Cárdenas consiguió entrar en su casa para realizar unas entrevistas que se emitieron en los programas de humor que por entonces presentaba Alfonso Arús, el retrato de Camilo que surgió de aquella experiencia fue altamente perjudicial, como si fuera un histrión ridículo. Aquello hizo que aún se escondiera más.
Sus dos últimas décadas de vida estuvieron marcadas por la reclusión y el silencio, sólo roto con alguna canción puntual, una gira o una entrevista, como cuando al final de su vida quiso lanzar el proyecto Camilo Sinfónico, que reinterpretaba sus grandes éxitos con orquesta. También estuvieron marcadas por la especulación derivada de su cambio físico -modelado a partir de numerosas operaciones estéticas- y por sus problemas de salud, como el trasplante de hígado que le hicieron en el 2000, y los fallos renales que le volvieron a llevar al quirófano en varias ocasiones, entre 2012 y 2014. Finalmente, el cuerpo no resistió más, y falleció el 8 de septiembre de 2019. Lo que quedó, sin embargo, fue importante: la fuerza del mito -sus canciones tienen calidad para que nos sobrevivan a todos-, y la irresistible atracción de su misterio