Susana Vázquez investiga en la Universidad de Washington con proteínas sintéticas. Sus vacunas preliminares provocan una respuesta inmune 10 veces mayor que las tradicionales
El País
Seattle está siendo una de las zonas de EE UU más golpeadas por la pandemia. La ciudad lleva casi dos semanas en cuarentena estricta. Los comercios y el transporte público están cerrados pero un grupo de 30 científicos sale cada mañana de su casa para llegar al laboratorio de la Universidad de Washington (UW). Están trabajando en una supervacuna contra el coronavirus a base de proteínas sintéticas. Un sofisticado método que comienza con un trabajo de software y podría desencadenar una respuesta inmune 10 veces mayor que las tradicionales. “Solo la gente que necesita las probetas está yendo a la laboratorio. El resto de los equipos estamos en casa con el ordenador. Todos estamos trabajando contrarreloj”, dice por teléfono Susana Vázquez Torres, una joven investigadora mexicana (26 años) que trabaja en el grupo dedicado a los experimentos con encimas.
A partir de un algoritmo, los científicos desarrollan proteínas artificiales. Más bien nanopartículas, formadas a su vez por decenas de subunidades en forma de proteínas. Las nanopartículas serían “como una cajita muy pequeña” explica Vázquez. Los investigadores adhieren a la superficie de la cajita diferentes antígenos, es decir, pequeñas partes del virus que desencadenan una respuesta inmune en el organismo. “La diferencia -añade la científica- con otros métodos es que es posible pegar de forma ordenada y repetitiva muchos más antígenos. Este tipo de vacunas ya han sido usadas contra virus respiratorios en animales y la respuesta inmune ha sido hasta 10 veces más fuerte que las tradicionales”.
La semana que viene comenzaran los pruebas con ratones. La siguiente prueba será con monos. Si la respuesta inmune en los animales es tan poderosa como la registrada en las pruebas para otros virus respiratorios, el equipo del Instituto de Diseño de Proteínas de la UW espera tenerla lista para “los próximos meses”.
La carrera científica para encontrar tratamientos efectivos contra la enfermedad provocada por el coronavirus ha arrancado a toda velocidad en China, EE UU y Europa. Ninguno prevé que pueda estar listas antes del año que viene. Entre los fármacos más utilizados por ahora hay dos que están cobrando especial atención: un genérico ya aprobado contra la malaria y un tratamiento experimental que se diseñó para combatir el ébola. “Muchos laboratorios están preparando fármacos, pero la innovación con las proteínas sintéticas nos puede permitir encontrar una vacuna universal, que actúe contra toda la familia del Coronavirus”, añade Vázquez, que lleva desde noviembre trabajando para el Instituto de Diseño de Proteínas de la Universidad y que después del verano empezará, en el mismo centro, su doctorado en bioquímica.
Nacida en Querétaro, hija y hermana de ingenieros, la joven científica estudió la licenciatura de Investigación Biomédica en la UNAM. Antes de llegar a EE UU, pasó un año en la Universidad de Groningen, becada por el Gobierno holandés y cursando una maestría en Ciencias médicas y farmacéuticas. Se siente más cómoda en Seattle. “Aquí estoy más cerca de mi familia y hay mucha comunidad latina. En Holanda no sabían ni lo que era un taco”. De su país, considera que “el Gobierno ha tardado en tomar las medidas adecuadas”.
El virus detrás de esta pandemia no es nuevo (existía hasta ahora en murciélagos) y pertenece a una familia conocida. El MERS o el SARS, son cepas del mismo virus. “La facilidad con la que podemos añadir antígenos de diferentes cepas nos facilitaría una vacuna universal contra toda la familia del coronavirus y que nos protege de otras epidemias en el futuro”.
Tampoco es nuevo el uso de proteínas sintéticas. Su sustitución de las moléculas orgánicas en medicamentos permite reducir los pasos de la investigación y, de paso, eliminar solvente y elementos químicos muy contaminantes pero necesarios para las reacciones químicas orgánicas. Sí es nuevo el trabajo con algoritmos y modelos computacionales para mejorar la adherencia de los antígenos y perfeccionar la nanopartículas.
Otra ventaja es que al ser sintéticas, estas partículas son muy resistentes a la temperatura. “En contra de la mayoría de las vacunas que necesitan fuertes aparatos de refrigeración para su conservación, esta es mucho más resistente al calor. Algo que la convierte en medicamento idóneo para palees en desarrollo tanto en África como en América Latina”, cierra Vázquez.