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Pbro. Gilberto Hernández: Mi Relación con Mons. Felipe Aguirre Franco

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Carlos Hiram Culebro S.

A finales de agosto del año 2010, fue la primera vez que tuve la dicha de saludar a Monseñor Felipe Aguirre Franco. Sin embargo, yo ya sabía quién era él. De niño, en la ciudad donde vivíamos, La Barca, Jalisco; se habla mucho del obispo Aguirre, “padre Felipe”. Aunque él no nació ahí, el breve período que fue párroco de Santa Mónica marcó de manera singular la vida de los católicos de esa ciudad; de tal manera, que hasta apenas hace algunos años, Monseñor participaba, anualmente, en las festividades de la Virgen de Guadalupe en aquella ciudad jalisciense.

Yo acababa de llegar a Chiapas para integrarme a la fraternidad de Discípulos Misioneros de Jesús Buen Pastor, cuando, como grupo, fuimos a saludar a Tuxtla a los fundadores de la obra del Buen Pastor. Él estaba enfrente de la capilla antigua del convento de las Discípulas. Fui a su encuentro para saludarlo y me preguntó de dónde era. Cuando le dije que nací en Guadalajara y crecí en La Barca, vi como sus ojos se iluminaron y con una sonrisa me dijo que conocía bastante bien esa ciudad. Creo que la coincidencia de haber estado ambos en esa ciudad creó una corriente de identificación, al menos así lo experimenté desde ese día. Cada vez que tuvimos nuevos encuentros me preguntaba si había visitado últimamente aquella ciudad.

De don Felipe siempre me ha llamado la atención la elocuencia de su palabra, la manera de comunicar, la claridad de su pensamiento, la firmeza de su doctrina y la sencillez con la que conecta con el corazón de quien lo oye. Escucharlo ha sido un deleite para mi espíritu. Es un hombre de palabra y un hombre de la Palabra. Su larga experiencia de transmisor de la fe, de anunciador de la Buena Nueva de Cristo, amalgaman las consistentes homilías con las que nutre al pueblo de Dios. En sus mensajes fluyen, bullen-danzan, la experiencia de la vida, la cultura y sabiduría humanas, y la fuerza de la Palabra. De ahí su capacidad de conmover a propios y extraños.

El 2 de agosto del 2017, dos días después de mi ordenación presbiteral, tuve la cantamisa en la parroquia de El Parral, Chiapas, y don Felipe fue el encargado de la predicación. Me alegró sobremanera que haya aceptado hacer un espacio en su agenda para poder acompañarme en ese día tan especial. Ahí me di cuenta de que las charlas que habíamos tenido a lo largo de esos años, desde que vine a este Estado, no fueron superfluas para él. Tejió, con la amenidad de costumbre, la Palabra de Dios –yo elegí la cita Lucas 4, 16 y siguientes: “El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres…”-, algunas anécdotas de mi vida, sobre todo la infancia en La Barca, y la perspectiva de futuro que él miraba en mí.

Sus palabras, sus consejos puntuales respecto a la disciplina eclesiástica y a la caridad en el trato con los fieles, han resonado en mi corazón y recordarlos se convierte en ruta señalada para caminar con mayor propiedad por esta senda del seguimiento de Cristo.

Hoy, a 50 años de su episcopado y más de 90 de edad, aunque su cuerpo se ha ido desgastando y no tiene ya la vitalidad corporal de sus años mozos; contemplo complacido como su espíritu es fuerte y firme, y su testimonio no disminuye; sigue haciendo vida su divisa episcopal: “Evangelizar”, ahora con el testimonio de su vida serena, desbordante de sabiduría.
Pbro. Gilberto Hernández García.

*Este texto forma parte del libro «Monseñor Felipe Aguirre Franco. Buen Pastor de brazos abiertos», próximo a publicarse, escrito por el Dr. Hilario Laguna Caballero.

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